martes, 16 de diciembre de 2008

Conferencia sobre La Guerra de la Independencia en los Pedroches

El pasado día 11 de diciembre, a las nueve de la noche, tuvo lugar en la sede de la Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico “Piedra y Cal” una conferencia que bajo el título La Guerra de la Independencia en los Pedroches fue impartida por el profesor de Geografía e Historia del IES Antonio Mª Calero de Pozoblanco y miembro de la mencionada asociación, José Luis González Peralbo, con la que se pretendía rendir, desde una óptica comarcal, obligado homenaje al bicentenario de tan destacado acontecimiento histórico.
Ante una interesada y selecta concurrencia que llenaba por completo el local, el acto se inició con la presentación del conferenciante a cargo del presidente de la asociación Piedra y Cal, y también historiador, Antonio Fermín Morillo.
Tras su intervención tomó la palabra el conferenciante para, tras el habitual turno de agradecimientos, señalar y adelantar que con la disertación propuesta sólo pretendía realizar un ejercicio de auténtica memoria histórica, sin revanchismos ni maniqueísmo alguno, y desde luego con el único propósito de resaltar el tesón y el orgullo con los que nuestros antepasados de los Pedroches afrontaron una situación tan dramática como fue la invasión y ocupación francesa de su territorio.
La conferencia estuvo estructurada en cinco apartados. A modo de introducción, el profesor González Peralbo expuso de forma breve y sustanciosa cuál era la situación española en el contexto internacional previo a la guerra. Prosiguió haciendo alusión a la comarca pedrocheña en vísperas del estallido bélico, centrando su intervención en este apartado en los dos corregimientos que conformaban la mayor parte del territorio, con aportación de datos extraídos de fuentes fidedignas y novedosas procedentes fundamentalmente de Pozoblanco, Belalcázar y Torrecampo. El grueso de la exposición vino marcado por el tercer y cuarto apartados, enfocados al análisis del comienzo de la guerra y su impacto en los Pedroches, por un lado, y por otro al período efectivo de la dominación francesa entre enero de 1810 y agosto de 1812, ambos presentados con infinidad de datos y anécdotas, en gran parte inéditos, sobre este período histórico en la comarca, abarcando prácticamente a todas las localidades. A modo de epílogo, el quinto y último capítulo de la conferencia estuvo dedicado a la retirada de los franceses, la proclamación de la Constitución de 1812 en las distintas villas, el final de la guerra y las múltiples depuraciones y represalias sufridas por la población debido a cuestiones ideológicas, así como a las consecuencias de la guerra en los Pedroches.

La exposición de los contenidos históricos contó con un aparato visual complementario muy amplio, destinado a seguir las explicaciones de forma amena, sobresaliendo las imágenes fotográficas antiguas de las diferentes poblaciones, la serie de grabados de Goya sobre los desastres de la guerra, imágenes y estampas de los protagonistas militares, documentos procedentes de los archivos de la comarca, mapas de las operaciones bélicas en la zona expresamente confeccionados por Jesús Javier Redondo… y una sorprendente dramatización de algunos de los hechos relatados a cargo de Miguel Ángel Cabrera en el papel del corregidor de Belalcázar en aquella época.



Tras concluir la conferencia todos los presentes tuvieron la oportunidad de combatir la gélida temperatura de la noche y departir agradablemente durante un buen rato con una degustación en la sede contigua amablemente cedida por la Peña Marcos Redondo.


jueves, 26 de junio de 2008

San Antonio y Santa Marta

CONFERENCIA SOBRE LA ERMITA DE SANTA MARTA Y SAN ANTONIO, EN LA SEDE DE PIEDRA Y CAL, A CARGO DEL PROFESOR DEL IES ANTONIO Mª CALERO DON JOSÉ LUIS GONZÁLEZ PERALBO

El pasado jueves día 12 de junio, víspera de la festividad de San Antonio de Padua, el profesor del Departamento de Geografía e Historia del IES Antonio María Calero don José Luis González Peralbo impartió, en la sede de la asociación Piedra y Cal, ante una concurrida asistencia que llenaba el local, la conferencia titulada Santa Marta y San Antonio. Aproximación histórica a la ermita.
La intervención del profesor, complementada con gran profusión de imágenes y planos tanto de la ermita citada como de otras de la localidad, fue seguida de una disertación a cargo del arquitecto don José Luis Amor Trucios sobre el proceso que requiere un edificio para catalogarlo como bien patrimonial.
El profesor González Peralbo inició su comunicación con una alusión a la escasez de estudios existentes sobre el rico patrimonio que integran el conjunto de ermitas de la localidad, carencia que achacó a dos factores fundamentales: la destrucción o desaparición en la localidad del cuerpo documental anterior al siglo XVII, tanto a nivel religioso como civil, que impide remontarse a la época en la que fueron edificadas la mayoría de estos pequeños templos; y en segundo lugar, a una especie de complejo de inferioridad asumido por sus habitantes sobre el supuesto escaso valor artístico-patrimonial de estas ermitas, aunque este complejo se va superando lenta y afortunadamente.
A continuación se refirió de una forma general, a manera de introducción, a las siete ermitas y oratorios históricos de la villa, a sus advocaciones y titulares, al estilo arquitectónico y artístico, su ubicación geográfica, la propiedad o disfrute compartido de algunas de ellas entre varias localidades y a la pretendida o supuesta antigüedad de varias de ellas.
El conferenciante pasó entonces a disertar sobre la ermita de Santa Marta y San Antonio aunque se disculpó por no poder abarcar al conjunto de ermitas de la ciudad como había sido su propósito, dado el limitado tiempo disponible para la intervención.
Trató en principio sobre el emplazamiento de la ermita y sus características artísticas y arquitectónicas.
Hizo alusión a su pretendida antigüedad, reflejada en algunas fuentes y obras sobre el particular, así como al calvario existente en la parte posterior de la ermita desde el siglo XVII.
Aludió a la escasez de noticias en los archivos municipales sobre obras y reparaciones efectuadas en el edificio durante los siglos precedentes señalando las más importantes y las circunstancias en que fueron afrontadas.
Aportó noticias novedosas sobre antiguos santeros, obreros-administradores y patronos de esta ermita, desde el XVII al XIX, al igual que la pretensión en la centuria decimonónica de convertirla por dos veces en capilla del nuevo cementerio que se estaba proyectando.
Terminó el recorrido puramente histórico reseñando los avatares sufridos por el edificio en el siglo XX, especialmente durante la guerra civil y los inmediatos años posteriores.
El conferenciante aprovechó para introducir algunas notas didácticas sobre los personajes bajo cuya advocación está la ermita, aludiendo tanto a sus biografías como a la representación iconográfica que los acompaña así como a otras cuestiones curiosas y poco conocidas para el público en general. También introdujo algunos apuntes sobre las imágenes que han tenido cobijo en la ermita, la mayor parte de ellas ya desaparecidas.
La parte final de la conferencia la dedicó a lo sucedido con el edificio en los últimos años y a llamar la atención, del público en general y de las autoridades civiles y eclesiásticas en particular, sobre el lamentable estado en que se encuentra actualmente el inmueble y la necesidad de una intervención inmediata para impedir su definitiva destrucción y desaparición.
Explicó detenidamente los fallidos proyectos de reforma integral de la ermita según sucesivos planes y bajo distintos proyectos técnicos, memorias y presupuestos concretos desde el año 1986 hasta la actualidad y cómo se han sucedido desde entonces varios alcaldes, distintos obispos y diversos hermanos mayores de la cofradía de San Antonio sin que haya sido posible ponerlos de acuerdo para acometer la urgente reparación de la ermita, condenada a una degradación gradual que supone una vergüenza mayúscula para todos los pozoalbenses y para quienes visitan la localidad, más aún tratándose de un edificio catalogado como bien cultural protegido.
Recordó que los últimos daños sufridos por la ermita han obligado a cerrarla completamente a cualquier tipo de culto o actividad y también a trasladar las imágenes de los titulares y otras más hasta la parroquia de Santa Catalina donde pacientemente esperan regresar a su querido hogar cuanto antes.
El profesor José Luis González Peralbo concluyó su disertación con unas bellas alusiones, sobre las ermitas en general y la ermita de Santa Marta y San Antonio en particular, procedentes de una obra de referencia de la que es autor el añorado cronista de la ciudad don Andrés Muñoz Calero.

LEER TEXTO COMPLETO DE LA CONFERENCIA
SANTA MARTA Y SAN ANTONIO. APROXIMACIÓN HISTÓRICA A LA ERMITA Y SU FUTURA CATALOGACIÓN COMO BIEN DE INTERÉS CULTURAL

José Luis González Peralbo

Sede de Piedra y Cal. Pozoblanco, 12 de Junio de 2008

(Texto íntegro de la conferencia)


Buenas noches. Voy a comenzar la intervención dando las gracias a mi amigo Antonio Fermín, por su amable presentación, y a todos los presentes que con su asistencia honran a esta asociación Piedra y Cal, de la que formo parte. Como miembro de la directiva también aprovecho para agradecer la desinteresada participación y colaboración ofrecida por don José Luis Amor Trucios con quien voy a compartir la conferencia. Primero haré una introducción a las ermitas en general y luego me centraré en la de San Antonio.

La comarca de los Pedroches no ha sido una zona especialmente favorecida en lo que respecta al estudio o investigación de sus monumentos religiosos. En demasiadas ocasiones la razón fundamental de esta parquedad ha sido la lamentable ausencia de un legado documental, tanto civil como eclesiástico, anterior a mediados del siglo XVI, documentación desaparecida por muy distintas causas y en diferentes fechas, algunas de mucha antigüedad. Estas carencias han empujado a los especialistas a centrar sus investigaciones en otros lugares más fructíferos.
En el caso de Pozoblanco, que es el de otras muchas localidades vecinas, el archivo municipal sólo proporciona documentos a partir de las dos últimas décadas del siglo XVI y se reducen a unos cuantos libros de protocolos notariales, aunque a partir de entonces las series están bastante completas. En cambio, la documentación municipal propiamente dicha comienza ya avanzado el siglo XVII y prosigue con enormes carencias y lagunas. Dado que la mayoría de las edificaciones religiosas pozoalbenses tuvieron su origen en fecha anterior a la época de la documentación referida resulta evidente la dificultad que entraña realizar un estudio riguroso sobre la génesis de las mismas.
Pero la escasez de documentación no justifica por sí sola la ignorancia que hemos mantenido durante tanto tiempo sobre este asunto. Hay un segundo factor, más importante si cabe dado que atañe más a la disposición mental que a la material, que es achacable casi en exclusiva a los nativos de esta tierra, y que ha supuesto un obstáculo casi insuperable al enfrentarse al estudio de esta materia: los propios habitantes de la zona han entendido y asumido que Los Pedroches no disponían, salvo casos excepcionales, de ejemplos dignos de parangonarse con otras áreas geográficas, próximas o distantes. La única excepción a esta situación la constituye la mal denominada catedral de la sierra en Hinojosa cuya categoría, más gráfica y mediáticamente que otra cosa, ha conseguido calar en la opinión popular al contrario de lo ocurrido con otras magníficas iglesias tales como la parroquiales de Dos Torres, Pedroche, Torrecampo y, en otro ámbito cronológico y arquitectónico, la de Pozoblanco.
El mismo vicario de Pozoblanco, Bartolomé Herruzo Delgado en el lejano año de 1786 es buen ejemplo de esta inferioridad asumida cuando afirma en un memorial que …hay en esta Villa además de su iglesia Parroquial y la de dicho Hospital cinco ermitas, la una con la advocación de Jesús a la Columna, otra con la de San Bartolomé, otra con la de San Sebastián, otra con la de San Gregorio, y otra con la de Santa Marta, pero no advierto en todo este territorio otra particularidad digna de noticia, ni que pueda contribuir a la Ilustración…
Por fortuna, en los últimos años esta concepción va cambiando y ha surgido un interés apreciable por analizar, dar a conocer y reivindicar buena parte de este patrimonio monumental de carácter religioso y, en algún caso, civil. Hasta podríamos hablar de cierta rivalidad entre localidades en este afán por mostrar un legado propio que si bien hoy constituye una riqueza cultural desde el punto de vista administrativo estrictamente local no hay que olvidar que en el pasado formó parte de un patrimonio común a todas ellas.
Si puede ser tema de discusión comparativa la categoría monumental y artística de nuestros templos, en cambio en ningún caso podemos negar que Los Pedroches han contado desde siempre con un número muy elevado e inusual de estos edificios religiosos, y en su mayoría los hemos conseguido mantener, en mejores o peores condiciones, hasta nuestros días. Esta pervivencia supone un claro ejemplo de la fuerza que ha tenido siempre en la comarca la tradición, pero también es una muestra de la profunda religiosidad que ha caracterizado a la gente pedrocheña y de su identificación con unos edificios que llevan siglos enraizados en la historia, en el paisaje y en la forma de vida de sus moradores. Por ello precisamente nos resulta tan doloroso y humillante el estado al que ha llegado una ermita tan popular como la de San Antonio.
Las advocaciones religiosas que presiden las numerosas ermitas de Los Pedroches están relacionadas con el culto a la Virgen, a los santos de la corte celestial y al propio Jesucristo. Pero el propósito para erigirlas no fue simplemente de carácter espiritual sino más bien material e interesado en las más de las ocasiones. La vida estaba llena de adversidades y el poder de lo sagrado se antojaba decisivo para superarlas. Era necesario, pues, propiciar la intervención divina y para ello había que contar con los mejores intermediarios y tenerlos alojados y disponibles lo más cerca posible. Es significativo que la mayoría de estos edificios estén bajo la advocación de santos o mártires mediadores.
En cuanto a su estilo formal y artístico predominan la sencillez, el tamaño limitado, los humildes y a veces recios materiales de la tierra empleados –como el granito- , la planta rectangular de una o tres naves, la contenida ornamentación, los reducidos vanos, la utilización como soporte de pilares, columnas y arcos de granito o de ladrillo -bien de medio punto o bien ligeramente apuntados-, la cubierta de par y nudillo -sin olvidar la utilización bastante frecuente de artesonados-, la construcción de espacios de acceso en forma de atrio o pórtico o la simplicidad del mobiliario.
En lo que respecta a la ubicación geográfica, destaca el elevado número de ermitas en descampado aunque es en el propio marco urbano o en lo que fue antaño su extrarradio donde podemos apreciar mayor cantidad de ellas. Entre ambas modalidades existe un apreciable contraste: las que estuvieron situadas fuera de población o en un emplazamiento periurbano, han conseguido mantener su aislamiento y posición exenta de otros edificios pese a haber sido sobrepasadas por el crecimiento de las localidades; en cambio, las puramente urbanas, incluida la iglesia de Santa Catalina, no han podido evitar su asociación con otras edificaciones.
Es también significativa, a nivel comarcal, la costumbre de disponer de algunas ermitas y santuarios compartidos entre varios municipios, pervivencia de los estrechos lazos que mantuvimos durante mucho tiempo en la forma de organizarnos política y económicamente (las Siete Villas, por ejemplo). También es llamativa la reiteración de ciertas advocaciones que están presentes en muchas de las localidades que integran la comarca (por ejemplo las dedicadas a San Sebastián, San Gregorio, San Roque, Jesús Nazareno…).
En lo que se refiere a Pozoblanco el hábitat urbano ha sido absolutamente de tipo concentrado, en un reducido espacio, a lo largo de casi toda su historia. Los únicos vecinos que declaran no vivir en el casco urbano corresponden a propietarios o moradores de las diversas ventas relacionadas geográficamente con la zona de influencia. No existían apenas caseríos en la zona rural y los que había no eran habitados de forma permanente, salvo excepciones.
El plano del casco antiguo es algo irregular y sus principales calles están trazadas en abanico, confluyendo en la zona del ayuntamiento y alrededores.
El barrio más viejo, sin poder determinar exactamente la antigüedad, es el de la zona S.W., comprendida entre el Pozo Viejo, el Ayuntamiento y la Plaza del Cronista, anterior en todo caso al siglo XV.
La zona Sur-Este, emplazada entre el Cerro y el centro de la ciudad actual ya existía en el siglo XVI. También se encontraba urbanizada la zona de prolongación del centro hacia los demás puntos cardinales: hacia el Este (calles de la Fuente de la Izquierda, Andrés Peralbo, Ribera, Santa Marta, Cuartelejo), hacia el Norte (Risquillo, San Gregorio baja, tramo inicial de la calle de la Iglesia) y hacia el Oeste (Castillejo, Cantarranas, calleja del Chivo…).
Para el siglo XVII se hallan edificadas en gran parte las zonas del Oeste (Barrio Alto y Barrio Bajo) y del Este (Morconcillo, Peñascal, Encrucijada…) y se están configurando o ultimando otras situadas en zonas periféricas como la calle Nueva, Pilar, Coronadas…
La centuria del XVIII no aporta grandes novedades en la expansión del callejero.
Durante el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX Pozoblanco adopta el plano que mantendrá hasta el desarrollismo de los años sesenta y siguientes: gran expansión hacia el Oeste (aprovechando los ejidos de esta zona, la desaparición del antiguo cementerio y la desecación de las lagunas existentes), y hacia el Norte (debido a la atracción hacia esa zona que suponen el trazado de la carretera de Andújar a Villanueva de la Serena primero y a la construcción de la línea ferroviaria y estación de tren de comienzos del XX). Estas líneas de expansión siguen siendo las predilectas actualmente por razones de todos conocidas (hospital, centros educativos, parques, construcción residencial de clase acomodada…).
Antes de que fuera villa, Pozoblanco debía contar ya con uno o varios pequeños edificios religiosos. Con toda seguridad la que sería posterior parroquia de Santa Catalina fue uno de ellos y es muy posible que en su origen se tratara de una ermita, situada en uno de los entonces confines de la población, el límite norte. También hay acuerdo casi unánime en incluir las ermitas de Santa Marta, San Bartolomé y San Sebastián en una antigüedad anterior al siglo XVI, pero nadie ha podido aportar hasta ahora pruebas contundentes para esta aseveración. Es más, es frecuente la adjudicación de ese pretendido galardón indistintamente a San Bartolomé y Santa Marta, adjudicación basada fundamentalmente en supuestos criterios arquitectónicos o artísticos, porque si tratamos de pruebas documentales las disponibles hasta el momento incluyen tambien a otros templos como el de Santa Catalina o bien a la ermita de San Sebastián, la primera que se vio sobrepasada por el crecimiento urbano; y desde luego al santuario de la Virgen de Luna en la Jara pues declaraciones de testigos del pleito mantenido con Villanueva por su propiedad a finales del siglo XVII aseveran que su primitivo edificio se levantó al menos dos siglos antes, es decir en la segunda mitad del siglo XV. Y son también los fundamentos documentales precisamente los que nos han permitido descartar de manera definitiva las teorías sobre el origen cronológico de alguna de estas ermitas (la datación adjudicada en la bibliografía al uso a la dedicada a San Gregorio es la que más chirría).
Si sirve de algo para intentar resolver la cuestión de la antigüedad, puedo aportar datos extraídos de los protocolos notariales desde el siglo XVI, la más antigua documentación escrita que se conserva en el municipio, y concretamente en los testamentos es usual, tras referirse a la parroquial, encontrar sistemáticamente una manda consistente en el envío de una cantidad determinada a las ermitas de la villa (generalmente un real); es igualmente frecuente que se citen sus nombres y que éstos aparezcan en un orden establecido, siendo el de San Bartolomé el de la primera ermita citada ¿Significa esto que fue la primera en antigüedad? Es posible.
Quiero aclarar que era mi intención inicial ofrecer una aproximación histórica a todas y cada una de las ermitas existentes en Pozoblanco y con ese propósito había preparado y confeccionado la intervención de hoy. Pero al final he comprendido que era misión imposible tratar de abarcar tanto contenido histórico para exponerlo en un tiempo limitado que además debo compartir. Y hasta los duendes de la imprenta parece que ya habían previsto por su cuenta este recorte puesto que en los medios de información y opinión se ha anunciado una disertación histórica exclusivamente reservada a Santa Marta y San Antonio. Sea pues así.
Vamos ya a centrar la atención en Santa Marta y San Antonio, aunque hago la observación que es de todas las ermitas la que menor base documental histórica ofrece junto con las de San Bartolomé y San Sebastián, precisamente las más antiguas.

SANTA MARTA Y SAN ANTONIO
Se trata de un edificio religioso de notable interés entre todo el conjunto de ermitas pertenecientes a Pozoblanco, representativo de una arquitectura muy propia de la comarca y relacionada con los últimos momentos del medievo.
Ocupa uno de los lugares más elevados del emplazamiento geográfico de la población, en una posición Nor-Oriental.
Presenta fachada de estilo gótico, orientada hacia poniente aunque semioculta por los contrafuertes de un pórtico abovedado. La portada lateral situada en el lado sur es de medio punto, entre contrafuertes, aunque desde hace tiempo la entrada ha sido desplazada. Ambas portadas están labradas en piedra de granito. Una humilde espadaña culmina el pequeño templo.
Su interior es de una sola nave, de cinco tramos, con cuatro arcos de piedra sobre pilares de granito, muy viejos.
Esteban Márquez le adjudica una antigüedad considerable pues la hace datar de finales del siglo XIII, fecha evidentemente más que discutible. El mismo autor apunta la posibilidad de que fuera una sinagoga en su origen, pero documentos de reciente publicación testimonian de forma contundente que en la población no hubo constancia ni noticia alguna sobre judíos ni descendientes de ellos hasta mediados del siglo XVI.
Algunos autores afirman que su Calvario, situado en la parte posterior, se construyó en 1671 y hay quien lo identifica como una obra de mediados del siglo XIX pero personalmente discrepo de tales dataciones y considero debe remontarse a una época anterior según las referencias documentales que he encontrado en protocolos notariales y que señalan la existencia de un vía crucis que desde el casco urbano finalizaba en el mencionado calvario.
Esta ermita tuvo una consideración política y jurídica distinta a la de las demás de la población. Junto con la dedicada a la Virgen de Luna acogía la celebración de reuniones comunes de los concejos de las Siete Villas cuando su celebración y organización concernían a Pozoblanco. Y en los documentos referidos a ella que he manejado de los siglos XVI y XVII siempre la designan como lugar y término común de las Siete Villas, sin adjudicarle propiedad o jurisdicción particular a Pozoblanco sobre la misma. Es un dato a tener en cuenta y demuestra la importancia histórica que tuvo para toda la zona centro-oriental de los Pedroches.
En la documentación del archivo municipal no existen apenas referencias constructivas o de reparación de este edificio en los últimos siglos lo que quizá explique su lamentable estado de conservación actual. Algún autor ha señalado, no obstante, que en la segunda mitad del XVII estaba casi en ruinas, y fue sometida a reformas de consideración tanto en el citado siglo como en el XVIII: por ejemplo, en 1799/1800 los temporales de invierno dañaron de manera muy grave el edificio tanto en su exterior como en el interior. El peligro de derrumbe obligó a trasladar la imagen de la titular Santa Marta al altar lateral presidido por San Antonio. De ello nos informa un memorial requerido por el teniente de corregidor de la villa, don Baltasar Herruzo, a los maestros alarifes Cayetano y Blas de Torres que se encargaron de reconocer todos aquellos edificios que en la población amenazaban ruina. Los albañiles citados señalaban que habían advertido …un peligro próximo a venirse a tierra toda la capilla mayor, de modo que la Santa se ha puesto en el Altar de San Antonio de la misma ermita, y también la esquina y parte de la fachada de la puerta mayor que está al mediodía; igualmente el arco interior de la otra portada y también el postigo por el desplome de una columna de las cuatro que tiene a causa de unas maderas quebradas… situación por la que advertían que podía …ocasionar la desgracia o muerte de alguna persona, por ser un paso preciso y forzoso sin poder echar por otra parte…
Las obras de reparación fueron aprobadas por la autoridad eclesiástica y se costearon a base de donativos de los devotos y alguna cantidad que tenía la fábrica de la ermita.
La referencia más antigua que conozco dedicada a un santero de esta ermita data de 1623 y procede del testamento de Andrés López Peralbo, el abuelo de la venerable Marta Peralbo. En ese testamento nos desvela que la citada función correspondía a Miguel Sánchez de Pedro Alonso, viudo de María Fernández la Serrana, y marido de María López la Panala, al que envía un donativo. En otro momento hablaremos de la más que curiosa antigüedad y persistencia de ciertos apodos en nuestra población.
Es una ermita a la que siempre se ha relacionado con la familia y la propia venerable Marta Peralbo que en la segunda mitad del siglo XVII puso especial empeño en su conservación y mejora. No se trató solamente de una predilección especial debida a la coincidencia del nombre de la santa con el suyo propio; los documentos demuestran que el hermano de Marta, el presbítero, licenciado y comisario del Santo Oficio de la Inquisición Alonso Martín de Villaseca era el capellán encargado de ella y quien administraba sus censos y todos los gastos e ingresos.
En el siglo XVIII la supervisión de este edificio religioso quedó bajo el control de Miguel Bautista Bejarano, casado en 1719 con Ana Jurado, también familiar del Santo Oficio, y así lo comprobamos al figurar como administrador de la misma en 1740; fue quien donó la imagen del santo de Padua, costeó la construcción de la capilla y los ornamentos necesarios para celebrar misa; también fue el benefactor que proporcionó el aporte económico necesario para construir la pequeña edificación contigua a la ermita que había de servir para casa del santero. En 1774 la hija de este personaje, Antonia Bautista Bejarano, solicitó al obispo de la diócesis la función de …camarera de la imagen de San Antonio y su capilla inclusos en la ermita de Santa Marta… Junto a su hermana Bárbara Bautista, soltera al igual que ella, cuidaron de la ermita una vez desaparecido el progenitor. En su estirpe prosiguió la labor de santeros hasta finales del siglo XIX, aunque por la rama femenina y encomendando la función siempre a los miembros más pobres de la misma. Así en 1860 Catalina Perfecta Llorente López, hija de Juan Llorente y de María López Bautista y viuda de Andrés Ruiz, hace una declaración ante notario y expone que …procedente de sus antecesores o ascendientes de línea materna, y de tiempo inmemorial, se viene poseyendo de unos en otros la casa contigua al santuario de la ermita de Santa Marta y San Antonio, sita extramuros de esta población, que está a la parte del mediodía de dicha ermita y su puerta mirando al poniente… El documento proporciona una detallada descripción de la vivienda, hoy en estado deplorable.
El cargo de administrador de esta ermita pasó a manos de don Antonio Pérez Gómez, natural de Fuencaliente, pero casado y establecido en Pozoblanco donde ejerció el cargo de escribano público y de cabildo. Fue una de las personalidades más influyentes de la población hasta su muerte, ocurrida en 1791. Una de sus hijas fue bautizada con el nombre de Marta y otra con el de Antonia. Tras su fallecimiento, el obispo nombró administrador de Santa Marta y San Antonio al presbítero don Bartolomé Blanco, que tuvo que escriturar fianza para tal desempeño ante el escribano Cayetano José Peralbo. Bartolomé era hijo de Alonso Blanco Cejudo y Catalina Bravo, personajes de gran relieve social en la localidad.
La falta de espacio en la parroquial, que estaba además reconstruyéndose y ampliándose, y las disposiciones de distintos monarcas sobre cementerios forzaron a buscar, a inicios del siglo XIX, una nueva ubicación para una necrópolis que sustituyera a la de la iglesia de Santa Catalina, proponiéndose por parte de las autoridades locales entre 1806 y 1808 un lugar cercano a la actual ermita de San Antonio; el emplazamiento definitivo fue, no obstante, la zona a espaldas del hospital de Jesús Nazareno sin que sepamos a ciencia cierta el porqué del cambio.
En 1879 estaba candente de nuevo la necesidad de construir un camposanto y en acta municipal se reflejó el acuerdo para proceder a la instrucción del expediente para la obra del mismo. Decía así: …y considerando el Ayuntamiento conveniente el punto de San Antonio, que se pida autorización a quien corresponda para poder utilizar la ermita de San Antonio para que forme parte del cementerio como capilla… A finales del siglo XIX el edificio fue habilitado como lazareto en diversas epidemias de carácter contagioso.
Ya en el siglo XX, la ermita sufrió los avatares de la guerra civil al igual que los demás templos y unos años después, en 1943, un acta municipal da cuenta de un escrito de don Bartolomé Rodríguez Arévalo como presidente de la cofradía de San Antonio en el que manifiesta que …estando dispuesta la misma a realizar obras para restaurar el Calvario sito detrás de la ermita y levantar un muro de unos 50 centímetros de alto con una longitud aproximada de 165 metros y reforma de la glorieta, suplicaba a la corporación le fuese concedida la oportuna autorización y una subvención, pues los fondos de que dispone dicha cofradía no alcanzan a cubrir el presupuesto que para dichas obras ha formulado el señor perito municipal… Los señores gestores acordaron por unanimidad conceder la autorización necesaria para llevar a efecto estas obras y subvencionar las mismas. Para estas labores se trasladarán hasta la ermita, por cuenta municipal, varios volquetes de tierra procedentes del refugio antiaéreo construido durante la última guerra civil en el colegio salesiano.
Antes de proseguir hasta la época actual quizá sea conveniente detener momentáneamente la disertación para contestar a un par de preguntas que más de uno se habrá hecho en alguna ocasión: ¿quién era esta Marta y qué meritos alcanzó para verse favorecida nominalmente con una de las ermitas más antiguas de la comarca? ¿Por qué mudó el nombre con el de San Antonio en la aceptación popular?
Marta es un personaje presente en los evangelios, que la muestran como una joven laboriosa y preocupada por los quehaceres domésticos. Era hermana de María y de Lázaro, el famoso resucitado. Iconográficamente se le representa con una larga túnica, sosteniendo en sus manos la Biblia y algún utensilio doméstico o bien una calavera, símbolo del milagro de Jesucristo con su hermano Lázaro.
Fue perseguida y desterrada por los judíos, introducida con sus hermanos en un navío sin mástiles y sin timón ni aparejo alguno, expuestos directamente a las inclemencias del mar. Pero el viento los empujó hasta el puerto de Marsella y a ruegos de la ciudad de Tarascón y otros pueblos vecinos consiguió librarlos de un monstruoso dragón que estaba devorando a la población; esa es la razón por la que a sus pies se representa la imagen del fantástico reptil, como un signo de su triunfo contra el mal. Tiene categoría de santa eucarística, al igual que Santa Clara por ejemplo, y es símbolo de la vida activa.
Tradicionalmente, y desde su origen, la ermita siempre recibió el nombre de Santa Marta, pero a partir de mediados del siglo XVIII la documentación local comienza a introducir también, de manera primero contenida y compartida, y profusa y distintivamente después, el apelativo de San Antonio para referirse a este edificio, aunque los más ilustrados de aquella época siempre se referían a ella como de Santa Marta, añadiendo la muletilla vulgo de San Antonio.
¿Por qué se produce esta mutación? La veneración del santo viene de antiguo en la localidad. Se trata de un personaje vinculado a una orden religiosa, la franciscana, que ejerce una presencia e influencia dominante sobre la espiritualidad de todas las villas de la comarca pedrocheña desde el siglo XV hasta comienzos del XIX.
San Antonio disponía de una escultura venerada en la parroquial de Santa Catalina, como sucedía con otras imágenes que finalmente encontrarán acomodo y advocación en los diferentes templos de la población: Nuestra Señora del Rosario, el Santo Ángel de la Guarda, la Virgen de la Soledad, Santa Bárbara, el propio San Gregorio…
Pero a mediados del siglo XVIII Miguel Bautista Bejarano donará una imagen del santo para colocarla en la ermita de Santa Marta donde obtendrá cobijo en una capilla lateral con altar, mientras la principal seguirá reservada para la santa titular. Ésta irá perdiendo progresivamente prestigio y popularidad: se puede constatar en la reducción considerable de las pozoalbenses que portan su nombre a partir de finales del XVIII, mientras ocurre todo lo contrario con el santo de Padua. Y es bien significativo que el nombre de Antonio, hasta entonces poco frecuente con esa grafía, sustituye sobre esas mismas fechas al tradicional de Antón que pasará a ser prácticamente testimonial; ni que decir tiene que el de Antonio se convertirá en uno de los nombres más numeroso entre los vecinos de Pozoblanco, tras el de Juan, Bartolomé y Francisco.
El San Antonio apodado de Padua en realidad había nacido en Lisboa en 1195 y se llamó en el siglo Fernando de Bulhoes y Tavieira de Azevedo. Ingresó joven en los agustinos y realizó estudios superiores en Coimbra. Conoció personalmente a los cinco monjes franciscanos que marcharon a predicar a Marruecos (serían martirizados y en su honor se impuso el nombre al monasterio franciscano denominado de los Cinco Mártires de Marruecos en Belalcázar). Se ordenó sacerdote hacia 1220 año en que cambia el hábito de san Agustín por el de san Francisco y toma el nombre de Antonio. Marchó a evangelizar Marruecos pero enfermó y decidió regresar a su patria pero una tempestad lo desvió hasta la isla de Sicilia donde permaneció recluido en un convento hasta su traslado a Asís. Lector de Teología en Bolonia. Fue un gran orador y predicador contra los herejes Cátaros, Valdenses y Albigenses (cuando se exhumó su cuerpo aún conservaba intacta la lengua). Murió relativamente joven, en 1231, con poco más de treinta y cinco años, en el oratorio de Arcela donde estaba retirado.
Iconográficamente se le representa como un joven imberbe y tonsurado, con hábito franciscano de color marrón, con cordón en la cintura de tres nudos que simbolizan la consagración a Dios como religioso franciscano por los votos de obediencia, pobreza y castidad, cordón del que suelen pender unos rosarios. Está calzado con sandalias igualmente marrones. Su imagen más difundida es aquella en la que aparece de pie sosteniendo al Niño Jesús apoyado en su brazo o bien sobre un libro que representa la Biblia (la tradición afirma que lo visitó mientras meditaba); el libro simboliza su categoría de doctor de la Iglesia.
Las personas mayores devotas siempre han comentado que era un hombre físicamente muy poco agraciado y en una ocasión que recibió la aparición divina el Señor le prometió que saldría muy favorecido en las representaciones figuradas que se hicieran de él. Y es difícil efectivamente encontrar una escultura o pintura de este santo que no lo represente dotado de cierta hermosura y hasta guapo. Pero siempre hay alguien dispuesto a estropear hasta los designios divinos y en Portugal, que lo conocían de primera mano, es común representarlo como un hombre de baja estatura, de cara redonda y bastante grueso, caracteres físicos que parece eran verídicos.
A veces también figuran junto a él otros símbolos como la cruz (por su misión redentora), los lirios (que representan la pureza y el amor virginal), el Pan (alimento de los pobres), los peces escuchando su sermón (uno de sus milagros más famosos), el asno arrodillado ante la hostia (otro de sus milagros)…
Es un santo considerado casamentero y relacionado siempre con el martes, día que le está dedicado, cuestión que no deja de tener su propia historia: aunque San Antonio murió un viernes fue tal el gentío que se congregó con el deseo de ver su cadáver que sólo pudo celebrarse su entierro al martes siguiente. Esa es la razón por la que le está dedicado este día de la semana.
Las imágenes de Santa Marta y de San Antonio han estado acompañadas a lo largo de los siglos de otros personajes sagrados. Por ejemplo, desde el siglo XVIII existió en esta ermita una efigie de Santa Bárbara obra de una escultora pozoalbense llamada Marina, del linaje de los Porras y los Gómez, autora también de una Santa Catalina en el momento de matar a su padre por ser mahometano que se encontraba en la parroquia de Santa Catalina. Igualmente se le atribuye a esta artista la autoría de una Virgen de la Aurora y un San Diego de Alcalá que hubo en la ermita de la Virgen de Luna. Esteban Márquez alude a la existencia en la ermita de la imagen de un tal beato San Gabriel que compartía altar con San Antonio hasta su destrucción en 1936. Imagino que se trataba de Gabriel Ferretti, franciscano del siglo XV.
A nivel particular algunos vecinos adinerados ofrecían a los distintos templos de la localidad el depósito de pinturas o imágenes sagradas en forma de préstamo. Fue una costumbre constante a lo largo de los siglos en Pozoblanco y todavía perduraba en la segunda mitad del XIX. De la carta de última voluntad de Isabel Cobos Fernández, viuda de Andrés Moreno, fechada en 1863, procede la siguiente curiosa alusión a un Santo Cristo que tenía en la ermita de San Gregorio y otro más en la de San Antonio: ordena que los recojan sus hijos en sus respectivas casas …si hubiese alguna novedad apreciable en las referidas ermitas que lo hicieren necesario… Ya por entonces las cosas debían estar algo complicadas.
Pasemos a tiempos más cercanos.
Dicen que el conocimiento de la historia es necesario para no repetir los errores del pasado. Y no puedo dejar de señalar que hay demasiados indicios y coincidencias para pensar que en lo que respecta al edificio de Santa Marta y San Antonio podemos estar tropezando en la misma piedra. Hoy asistimos a una reivindicación de actuación inmediata ante la evidente decadencia de esta ermita, pero su pésimo estado no viene de ahora.
En 1986, sí 1986, se formuló ante la Delegación Provincial de Cultura una solicitud, acompañada de memoria-presupuesto, firmada por el entonces alcalde don Blas Garrido Dueñas interesando la concesión de subvención por valor de algo más de 5 millones de pesetas para financiar las obras de rehabilitación de la ermita de San Antonio. La justificación se hacía recaer en un acuerdo municipal que ponía de manifiesto la necesidad de proceder a la inmediata reparación de la misma y a su rehabilitación, dado el deficiente estado de conservación en que se encontraba y el progresivo deterioro del edificio en sí.
La memoria recogía las operaciones a efectuar: demolición de cubierta en la totalidad de la edificación, zunchos de hormigón, forjado con viguetas autorresistentes, bovedillas y acabado con teja curva, cubierta para la vivienda anexa así como alcantarillado, cubierta en soportales, con sustitución de cerchas de madera y remate con teja curva, repaso de enfoscados en el interior y exterior de la ermita, formación de muro de mampostería y dos manos de pintura a la cal.
Los trámites burocráticos prosiguieron por distintos organismos, direcciones generales y demás intermediarios. La ermita, mientras tanto, se deterioraba a ojos vista.
En mayo de 1999 don Pedro Fernández Olmo, párroco de Santa Catalina, dirigía una solicitud al ayuntamiento dando cuenta del estado precario de la ermita, necesitada de una urgente reparación de toda la cubierta, actuación sobre casi la totalidad del enfoscado y obras de envergadura en la casa de la santería. Justificaba en la deuda contraída para la obra del templo parroquial que había efectuado recientemente la imposibilidad para hacer frente a los gastos necesarios para la ermita. En otro de los párrafos de la misiva afirmaba …Por otro lado es el edificio religioso de más antigüedad de la localidad, y uno de los escasos ejemplares del estilo único en España y exclusivo del Valle de los Pedroches, donde sólo quedan siete ejemplares, uno de ellos la ermita de San Antonio…
Desvelaba don Pedro que había acudido en demanda de ayuda a las oficinas del LIDER II pero éste se encontraba saturado de proyectos y solicitudes. Y apuntaba finalmente la posibilidad de obtener la ayuda a través de una Escuela Taller o por medio de cualquier otro conducto.
La Comisión de Gobierno municipal contestó a los pocos días que por unanimidad dejaba el asunto pendiente de resolución con el propósito de gestionar, solicitar y obtener las ayudas necesarias para el fin propuesto y que la restauración de la ermita se efectuase a través de una Escuela Taller o Casa de Oficios, sin perjuicio de que el propio Ayuntamiento actuara de urgencia en las unidades del edificio que se consideraran imprescindibles para su conservación y en evitación de un mayor deterioro.
En octubre del año 2000 el párroco de Santa Catalina, don Pedro Fernández Olmo, y don Felipe García Arroyo en nombre de la Cofradía de San Antonio se dirigen de oficio al señor alcalde, don Antonio Fernández Ramírez, y a la corporación municipal recordándoles que pese a las conversaciones mantenidas de forma reiterada sobre la ermita o monumento, no se había acometido ningún tipo de obra salvo las reparaciones circunstanciales de la cubierta que, en varias ocasiones al año, realizaba la propia Cofradía de San Antonio para evitar consecuencias mayores.
Denunciaban que estos daños estaban causados en su mayor parte por grupos de jóvenes que se dedicaban a subirse al tejado de la ermita los fines de semana para allí aposentados consumir, literalmente, …litronas o lo que sea… Advertían finalmente que esta actitud incivil producía goteras y otros daños casi irreparables en el monumento, ponía en riesgo la integridad física de los propios autores por el peligro de accidentes, y asfixiaba económicamente a la cofradía que tenía dificultades serias para continuar con las reparaciones. Aportaban también como dato a considerar el problema creciente para encontrar tejas del tipo que lleva la cubierta.
Por todo lo expuesto, los solicitantes abogaban por una sustitución o reparación de la misma con cargo a los fondos públicos, además de una mayor vigilancia de los agentes de la policía municipal. La instancia iba acompañada de varias imágenes fotográficas sobre el estado de la cubierta. Son algunas de las que hemos mostrado.
En pleno municipal, los representantes de la oposición política propusieron que se buscase cuantas subvenciones o ayudas fueran posibles con objeto de recuperar la ermita al estar ésta calificada como edificio de protección integral y señalaban que formaba parte del escaso patrimonio arquitectónico de la ciudad. Por su parte, la mayoría política en el gobierno propuso dejar el asunto pendiente de un mejor e inmediato estudio por la Comisión de Gobierno que decidió en noviembre de ese mismo 2000 por unanimidad, en primer lugar que los técnicos municipales confeccionaran un anteproyecto para valorar la cuantía de la reparación y con este instrumento resolver acertadamente lo necesario; y en segundo, manifestar al Obispado la posibilidad de cesión de la ermita de San Antonio al Ayuntamiento si éste asumía los gastos de mantenimiento y conservación del edificio.
Transcurrió el tiempo y en el año 2001 el entonces alcalde, don Antonio Fernández escribía al entonces obispo comunicándole de forma oficial el acuerdo del pleno municipal comprometiéndose a financiar el 50 % del coste de la restauración de la ermita siempre que el Obispado se comprometiera a su vez a aportar el 50 % restante, aclarando que si bien el edificio formaba parte del patrimonio de Pozoblanco, en cambio se trataba de un bien propiedad del Obispado de Córdoba y por tanto sería de su competencia el mantenimiento y conservación de ella. El alcalde señaló que la Corporación, sensibilizada con el problema planteado, estaba dispuesta a colaborar económicamente en la restauración del inmueble pero la Iglesia, a través de su Obispado, debía soportar igual parte del coste económico. No me consta contestación oficial del señor Obispo lo que no quiere decir que no la hubiera; simplemente no me consta.
En resumen, desde que comenzó el problema, se han sucedido varios alcaldes, varios obispos, varios presidentes de la cofradía y, por supuesto, varios años más, y la huella de la degradación ha aumentado para desgracia del edificio y vergüenza de todos los pozoalbenses y de quienes nos visitan.
No se trata de la muerte anunciada de un viejo inmueble motivada por una enfermedad crónica e inevitable. No. La ermita de San Antonio es un símbolo; el símbolo de un suicidio colectivo, el nuestro, infligido por inanición.
El pasado año de 2007, ante el alarmante estado de la ermita se sumaron a la reivindicación de una actuación urgente numerosas personas y colectivos, entre ellos Baética Nostra y Piedra y Cal. Hace ahora un año, por indicación del administrador de la diócesis, el señor párroco de Santa Catalina se dirigió de nuevo al Excelentísimo Ayuntamiento para denunciar que …desde hace más de diez años esta ermita de San Antonio viene siendo asediada, destrozada, pintada, sobretodo en los fines de semana por la noche, por grupos de jóvenes que se suben al tejado… En fin, lo ya conocido por todos. Pero como dice el pasaje evangélico, el que esté libre de pecado en este asunto que tire no la primera sino la enésima piedra. Total, el santo está acostumbrado a que lo apedreen.
Lo sucedido en los últimos meses está en la memoria de todos los presentes y por tanto no hace falta incidir en ello. Ojalá seamos capaces de aprender de nuestros errores y dar solución satisfactoria a este despropósito.
Mientras llegan tiempos mejores el bendito Antonio, recordando sus tiempos de emigrante, ha encontrado refugio arrimado al lienzo del muro meridional de Santa Catalina, eso sí, políticamente correcto, acompañado más que bien de cuota femenina con Santa Marta y Santa Bárbara, y en espera del regreso a su viejo y añorado hogar.
Voy a concluir esta exposición histórica con unas palabras escritas hace unas décadas por un autor pozoalbense, que fue alcalde y cronista oficial de la ciudad, a través de las cuales, con el estilo sencillo pero atractivo que le caracterizaba, se refiere a ésta y a otras ermitas de la localidad. Y quiero advertir expresamente que no pretendo con ellas añadir a la disertación un toque de sarcasmo, sino de cariño a lo que fueron y deben continuar siendo estos edificios. Decía así el autor:
Se construyeron las ermitas que coronan las alturas de los cuatro puntos cardinales. San Sebastián, en lo alto del Cerro, lugar dominante; San Bartolomé, que daba vista a la dehesa y a las lomas de la Sierrezuela; San Gregorio, hacia el Oeste; y Santa Marta, graciosamente montada sobre unos riscos, desde la que se contempla la cercana villa madre que es Pedroche. El orden que siguieran no está muy claro. Cada una de ellas tiene su pequeña historia.
Y continuaba:
Santa Marta, atractiva y bien plantada. En nuestro tiempo está bien conservada y a ello contribuye la cofradía de San Antonio, una de las de mayor relieve social…
Se nos ofrece la imagen de la pequeña ermita, abierta, blanca y alegre. Le faltan árboles y flores, pero ha sido durante siglos y sigue siendo una estampa llena de luz…

Felicidades a todos los Antonios y Antonias en la víspera de su onomástica y… muchas gracias por su atención.


viernes, 8 de febrero de 2008

VIRGEN DE LUNA




SOBRE EL ORIGEN DE LA ACTUAL ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE LUNA.

José Luis González Peralbo.

Uno de los misterios aún no desvelado sobre el culto a la Virgen de Luna es el de la fecha de su iniciación, que se suele datar en una época aproximada a la de la fundación del propio pueblo aún cuando no se dispone de base documental que lo confirme (es tradición que la aparición de la Virgen se produjo a principios del siglo XV). Pero también nos es desconocido el momento en el que la arraigada devoción a Nuestra Señora movió a los habitantes de la zona a erigirle su primer santuario.
Lo que sí nos descubren las fuentes es que para el inicio del siglo XVII ese primitivo edificio mariano estaba en unas condiciones tan lamentables que la sola intervención de remozado y mejora resultaba ya insuficiente para mantener en pie la construcción y, en consecuencia, hubo que proceder a levantar una nueva estructura arquitectónica que prácticamente venía a sustituir a la existente[1]. Esta necesidad no es característica exclusiva del santuario sino que afectó a la práctica totalidad de los edificios señeros de la localidad, tanto en su vertiente civil como en la religiosa.
La utilización de materiales poco nobles y resistentes ha supuesto un evidente elemento negativo para la perdurabilidad de los edificios levantados en Pozoblanco, lo que ha acarreado su desaparición -en el peor de los casos-, su estado de abandono, la remodelación más o menos permanente, o bien su sustitución por otros de nueva planta y más recientes con la consiguiente pérdida de valor histórico. La mayoría de los edificios representativos del pasado histórico de nuestra ciudad ha sido víctima de estos problemas, a lo que hay que sumar el expolio y la destrucción sufrida en determinados momentos históricos.
La documentación conservada en el Archivo Municipal da cuenta que edificios municipales como la audiencia-ayuntamiento, el pósito o la cárcel estaban en los comienzos del siglo XVII necesitados de una urgente intervención pero la acuciante situación económica dilató extraordinariamente la esperada actuación y el resultado final fue siempre provisional e insatisfactorio.
Tampoco escaparon a esta preocupante situación los edificios religiosos. En un breve período de tiempo, no más dilatado que una generación, las fuentes nos informan sobre actuaciones en la iglesia parroquial, el inicio de la construcción de la ermita de Jesús Nazareno y la actuación más o menos perentoria y de envergadura en las ermitas de San Sebastián, San Gregorio y Nuestra Señora de Luna.
Todo este frenesí constructor, volcado en la vertiente religiosa, tiene lugar en nuestra localidad en la década final del siglo XVI y el primer tercio del siglo XVII, una época caracterizada por el declive de la nación, azotada por graves crisis económicas, afectada por epidemias que diezmaron la población, exprimida por cuantiosos y variopintos impuestos y sometida a interminables levas y guerras de resultados decepcionantes.
Y aunque sabemos que la acumulación de desgracias revirtió en ciertas épocas históricas en un incremento de la piedad y manifestación religiosas y en un ambiente de mayor solidaridad, no deja de sorprendernos que en esa situación tan adversa se acometieran tantas y tan importantes obras en nuestra población.
Manuel Moreno Valero hace referencia en su libro La Virgen de Luna (vivencia y dato histórico)[2] a algunas de las obras que se realizaron en la ermita y su entorno a partir de finales del siglo XVI, apoyándose en la documentación depositada en el Archivo del Obispado, advirtiendo que se ignora la fecha de su edificación primitiva y que hasta el momento tampoco había constancia sobre la evolución constructiva del santuario.
Esas informaciones aclaran que para dar de beber al ganado y para refrescar a los visitantes se había realizado un pozo en 1581, alzado las tapias que cercaban la ermita en 1585, construido el campanario y actuado con obra de albañilería en 1587 y acarreado distintos materiales de construcción en 1595. La última intervención, ya en el siglo XVII, habla de la reparación de tejados tanto en la ermita como en la casa del santero.
Todas esas actuaciones son indicativas de que o bien se estaba intentando remozar y asegurar la ermita en sus zonas más deterioradas o bien se estaba procediendo a reedificarla debido a su insostenible y ruinoso estado.
La consulta de la documentación obrante en el Archivo de Protocolos de Pozoblanco (foto del interior del Archivo) nos ha permitido descubrir diversas escrituras que, dado su contenido, avalan la segunda opción enunciada, es decir, la de una reedificación del santuario a principios del siglo XVII. Dicha actuación si no afectó a la totalidad del edificio sí que lo hizo, al menos, a las partes arquitectónicas fundamentales.
En concreto, hemos encontrado tres protocolos sobre este asunto realizados entre febrero de 1611 y marzo de 1612, los dos primeros en la escribanía correspondiente al notario Juan de Sepúlveda y el último en la de Bartolomé López de la Torre. En las tres escrituras el actor protagonista es la misma persona, Juan Moreno de Pedrajas, que se presenta como obrero y mayordomo de la ermita de Nuestra Señora de Luna.

LA PRIMERA FASE DE LA REEDIFICACIÓN.

El primer documento es un convenio firmado por Juan Moreno de Pedrajas y los canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández, fechado el día primero de febrero de 1611 y escriturado ante el escribano-notario Juan de Sepúlveda. Todos los protagonistas son vecinos de Pozoblanco, aunque algunos de ellos no sean originarios de la villa.
El estado de conservación del documento es pésimo (foto), atacado por ácaros y otros agentes destructivos, y se ha visto perjudicado además por encontrarse al comienzo del libro donde el deterioro ha sido mayor; de hecho, ese mal estado ha hecho imposible la transcripción completa del documento, afectando a una de las partes fundamentales de él, aquella en la que se consigna el motivo, calidad y costo de la obra a efectuar. En cambio, hemos podido conocer la datación tópica y cronológica, los nombres de los protagonistas, el plazo de ejecución de la obra, actuaciones sancionadoras contempladas en caso de incumplimiento, los formulismos legales habituales en esta clase de protocolos y las referencias a testigos y escribano presentes.
Del contenido conservado sería imposible deducir, en principio, el tipo de trabajo efectuado salvo que se trataba de obras de albañilería mayores dada la contratación de maestros canteros, lo que supone una actuación en cimentación, muros, fachada o soportes principales. Pero teniendo en cuenta los dos posteriores documentos, nos inclinamos a pensar que el encargo tuvo que ver con lo que en la época se conocía con el nombre de “poner en alberca”, es decir, configurar la planta del edificio y levantar las paredes exteriores, o bien con la obra en piedra de dos de las esquinas del edificio[3]. Juan de Bargas y Francisco Fernández se comprometían a realizar el trabajo concertado y a entregarlo en el plazo de aproximadamente tres meses pues, según se señala, debían concluir la obra el día mediado de mayo de ese mismo año de 1611. Si para esa fecha no estaba finalizada la labor encomendada, el mayordomo y obrero se reservaba la posibilidad de acudir a otros artistas para que la remataran, haciendo recaer los gastos que se derivaran en los mencionados canteros.

JUAN MORENO DE PEDRAJAS, MAYORDOMO Y OBRERO DE LA ERMITA

¿Qué sabemos sobre los protagonistas de esta obra? Comencemos por el mayordomo y obrero, Juan Moreno de Pedrajas. El clan de los Pedrajas ha sido uno de los más poderosos linajes que han existido en nuestra población, liderando la vida política, económica, social y religiosa de Pozoblanco al menos desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII. Para esta última época la rama principal, ya ennoblecida a través de enlaces matrimoniales con linajes foráneos, se asentó en otras localidades, como Fuente Obejuna, y apuntó a metas políticas mayores, a partir del siglo XIX[4].
Los Pedrajas a los que se refieren los tres documentos analizados procedían en realidad de Torremilano y se asentaron en Pozoblanco en la última década del siglo XVI, al igual que hicieron otras familias de igual o similar origen geográfico. Estas familias recién llegadas, contaban con mayores recursos económicos y estaban mejor relacionados con los poderes fácticos de la época, como la Inquisición, y tras una breve pugna por el poder en Pozoblanco terminaron imponiéndose o sumándose, según los casos, a las familias que tradicionalmente habían llevado la dirección de nuestra villa.
Juan Moreno de Pedrajas había nacido en Torremilano pero en los años noventa del XVI lo encontramos instalado en Pozoblanco, figurando como uno de los pocos caballeros cuantiosos que citan los documentos[5]. Era hijo de Miguel Sánchez Pedrajas y de Catalina García la Torrica, también de Torremilano, y contrajo matrimonio con Marina Sánchez la Blanca, enlace que se produjo antes de octubre de 1592 puesto que para esa fecha está redactada la primera carta dotal de las dos que conocemos sobre este matrimonio. En ella, Juan Moreno aporta diversos bienes, tierras y ganado, con un valor de 544024 maravedíes, unos 16000 reales.
Marina era hija de Bartolomé Sánchez-Alcaide Díaz-Pedrajas y de Isabel Muñoz-Cabrera López. Los Díaz de Pedrajas Alcaide constituían otra de las familias de referencia en el Pozoblanco de la época e, igualmente, contaban con antecedentes genealógicos en Torremilano aunque estas generaciones eran ya naturales de Pozoblanco[6].

Por los documentos que hemos manejado, Juan Moreno de Pedrajas debió ser un personaje bastante complejo y de difícil trato, sumamente ambicioso y dispuesto a conseguir sus objetivos, y también a saciar sus bajos instintos, a cualquier precio. En sus correrías y desafueros contó con la inestimable colaboración de su cuñado, Diego Díaz Alcaide, hermano de su mujer.
En 1607 Martín Peralbo había denunciado por el delito de estupro a Juan Moreno de Pedrajas que había dejado embarazada a Francisca Muñoz, hija de Antón Sánchez Escudero y de Francisca Muñoz, y criada del denunciado. Nuestro personaje mueve sus poderosas influencias y la criada comparece ante notario para rechazar las acusaciones de estupro y perdonar a su amo por su descuido, declarando que de dicha relación había nacido una criatura que envió a criar a la vecina Villanueva de Córdoba, donde había fallecido más tarde.
Poco tiempo después, en 1609, Juan Moreno inicia los trámites para que se le nombre familiar del Santo Oficio de la Inquisición en Pozoblanco. El concejo de la villa, todavía en manos de familias tradicionales, se opone a dicho nombramiento con todos los medios a su alcance y aducen, además, que el número de familiares es ya excesivo para los vecinos con que cuenta Pozoblanco. Las pretensiones del concejo serán inútiles y, gracias a sus poderosos contactos, Juan Moreno de Pedrajas es aceptado como familiar del Santo Oficio en ese mismo año. Además, no olvidará a quienes se han distinguido en el intento de obstrucción, caso de los Ponce de Sepúlveda y los Gómez Aguado, rivales en la preeminencia política pero también en dignidades y oficios[7]. Las escaramuzas y denuncias entre unos y otros se suceden y llegan a un punto de imposible entendimiento.
En 1612 el enfrentamiento alcanza uno de sus puntos más tensos: en una fría mañana de enero el escribano-notario y familiar del Santo Oficio de la Inquisición, Marco Ponce, es asesinado a manos de Diego Díaz Alcaide, alguacil mayor de la Santa Hermandad, y de su cuñado, Juan Moreno de Pedrajas, familiar del Santo Oficio, en el camino que va a Pedroche, junto al acceso a una de sus propiedades rústicas, … en campo yermo y despoblado, estando los susodichos aguardándole…[8] Llueven las querellas contra los incriminados pero ellos salen airosos pulsando las teclas convenientes y presentando testigos comprados. La fecha de este suceso tiene lugar durante la reconstrucción de la ermita de la Virgen de Luna que venimos comentando y no sabemos hasta qué punto puede estar relacionado con ella. Lo que sí sabemos, y no deja de ser llamativo, es que el hijo del asesinado, el escribano Luis Ponce de Sepúlveda, será sólo cuatro años después el iniciador de la construcción de la ermita de Jesús Nazareno[9].
Pasamos a 1615 y encontramos otra prueba más de que el Pozoblanco de entonces proporcionaba lances lo bastante escabrosos como para hacer las delicias de los romances de ciegos. Diego Díaz, el cuñado de Juan Moreno, es ahora el protagonista de un allanamiento y violación, en grado de intento o consumada (la documentación no lo aclara terminantemente), al acceder saltando por los corrales a la casa de Pedro Fernández Calero y ofender a su mujer, María López. Nueva ración de denuncias y vuelta a mover los hilos de la presión. El resultado: perdón al denunciado por parte de sus víctimas, eso sí, a cambio de una satisfacción en dinero previamente pactada[10].
Del matrimonio de Juan Moreno de Pedrajas con Marina Sánchez la Blanca nacieron ya en Pozoblanco, al menos, tres hijos: Miguel Sánchez Pedrajas[11], Bartolomé Sánchez Alcaide y Juan Moreno de Pedrajas el mozo[12]. De todos ellos nos interesa recordar aquí a Bartolomé, en quien se cumple aquello que dice de tal palo, tal astilla.
Al igual que el padre se había encargado de quitar de en medio a Marco Ponce, el hijo se entretuvo en acabar con el joven Luis Gómez Aguado, de la familia del escribano Cebrián Gómez Aguado, y que sólo llevaba casado unos años. Este nuevo asesinato (que escondía no sólo un episodio más de venganzas personales y familiares sino también una lucha a muerte por el control político y social de la villa) puso a Pozoblanco en una situación explosiva. Juan Moreno de Pedrajas comprendió que había ido demasiado lejos, o al menos demasiado deprisa, en su objetivo de monopolizar el poder, y las cosas se le debieron poner muy obscuras pese a todo el arsenal de influencias y amistades que poseía. En el último momento, hacia 1620, decidió cambiar de estrategia: pactó en primer lugar el matrimonio de su hijo Miguel con María Peralbo, hija de Andrés López Peralbo y tía de la venerable Marta, perteneciente a una de las familias de más tradición y apoyos en Pozoblanco y que había dejado claro a los Pedrajas que o cambiaban de actitud o la oposición que iban a encontrar sería cada vez más amplia y duradera.
Por las mismas razones, Juan Moreno de Pedrajas, lanzó propuestas de reconciliación a los Gómez Aguado y trata de resarcirles de la muerte Luis: en 1621 se escritura un convenio, ya efectuado en la práctica, de pacto y alianza matrimonial entre Bartolomé Sánchez Alcaide, hijo de Juan Moreno de Pedrajas, y Catalina de Pedrajas, hija de Cebrián Gómez Aguado y María de Marquina. Es decir, se trataba de desposar a Bartolomé con una miembro de la familia de su víctima, Luis Gómez Aguado. Juan Moreno se había comprometido en fechas algo anteriores a ofrecer en concepto de dote y arras a su futura nuera la cantidad de 2000 ducados o 750000 maravedíes[13]. Este convenio tiene la particularidad de que se escrituró por dos veces y en distintos escribanos, en 1621, pero ofrece la novedad, además, de que cuando se realizan las escrituras Juan Moreno de Pedrajas ya ha fallecido[14]. Que su fallecimiento se había producido no ofrece dudas: su hijo Bartolomé Sánchez Alcaide obtiene en ese año de 1621 el nombramiento de familiar del Santo Oficio, prueba irrefutable de que había quedado vacante por muerte de su anterior detentador, su padre. Y para no desmerecer a éste, ese mismo año de 1621, Bartolomé Sánchez Alcaide era nombrado mayordomo y obrero para la ermita de San Gregorio[15], cuya reedificación vegetaba desde hacía décadas.
A lo que parece ser, los clanes enfrentados habían llegado a la conclusión de que la supremacía de uno u otro iba a costar demasiadas bajas y que la enconada lucha podía poner en peligro incluso la pervivencia de los respectivos linajes y dar ventaja a otros apellidos ilustres también interesados en hacerse con el botín. Urgía poner remedio y este matrimonio sellaba, al menos formalmente, la pretendida conciliación.
Terminemos las referencias a este personaje con una reflexión: el protagonismo, en lo que concierne a la dirección de los asuntos de la Virgen de Luna, no parece haber tenido relación con criterios basados en la tradición, o haber sido monopolizado por personas en las que los antecedentes familiares o los méritos religiosos supusieran cierta preferencia, sino que ha sido desempeñado, incluso diríamos controlado, por las familias más poderosas de cada momento. Juan Moreno de Pedrajas es un magnífico ejemplo de ello: era un recién instalado en Pozoblanco, sin relación geográfica especial con la devoción a la Virgen de Luna, enemistado con buena parte de los linajes tradicionales de la villa, de vida nada edificante, pero con un poder extraordinariamente superior en todos los ámbitos decisivos, mérito más que suficiente para arrogarse la dirección de la mayordomía y dirigir la obra de reconstrucción de la ermita.
Pero para ser justos también hay que decir que la devoción iniciada quizá interesadamente fue rápidamente asumida por esta familia y prueba de ello la proporciona el cuatro de enero de 1631 Miguel Sánchez de Pedrajas Torrico, hermano de Juan Moreno de Pedrajas, cuando al testar manda que cada vez que se vaya de esta villa a por la Virgen Santísima de Luna o la llevaren a su casa, se le diga en su iglesia una misa por su ánima, y que sea su madre la que tenga cuidado de ello y cuando ésta falte quien ella ordenare[16].

LOS PRIMEROS MAESTROS CANTEROS QUE INTERVIENEN

Más escasas son las noticias sobre los otros dos protagonistas del documento, los maestros canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández, lo que sin duda está en relación con su menor influencia y poderío.
Las primeras referencias al apellido Bargas/Vargas en Pozoblanco nos las proporciona el cronista Juan Ginés de Sepúlveda en el último tercio del siglo XVI; al fundar su capellanía, el afamado personaje nombra como tercer capellán de ella a Alonso de Bargas, hijo de Pedro Martín de Bargas y de Catalina González (de Sepúlveda, probablemente). Del mismo modo, cuando realiza su testamento en 1572, ese Pedro Martín de Bargas figura como uno de los testigos presentes, lo que se debe interpretar como una muestra de amistad considerable o bien como una más que posible familiaridad[17]. Por documentos posteriores a esas fechas sabemos que Pedro Martín era cantero, epíteto que le acompaña siempre en los protocolos.
Esos mismos documentos hacen referencia a que Juan de Bargas era hijo del susodicho Pedro Martín de Bargas, ambos canteros, y que para 1606 aquél se encontraba desposado con María de Misas o Moya, natural de Pedroche[18], y hermana de Martín García, cuchillero, Francisco García, herrero, y María Gómez. Juan Bargas y María de Misas no tuvieron descendencia como bien expresa la mujer en testamentos realizados en 1611 y 1619, año éste último en el que María falleció.
La documentación manejada nos habla también, a principios del XVII, de María Bargas, casada con Miguel Sánchez Cantador.
De la labor de Juan de Bargas como cantero tenemos constancia en varias obligaciones contraídas en protocolos notariales durante las dos primeras décadas del siglo XVII. Así, en 1606, Juan de Bargas y María de Moya o Misas adquieren a Pedro Martín Cejudo, vecino de Hinojosa, una piedra de molino sacada y hecha en la cantera de Belmez que se dice el Arroyo del Alvarado, con unas dimensiones de seis cuartas de vuelo y una tercia de grueso. En 1611 y 1612 concierta convenios con Juan Moreno de Pedrajas para la obra de la ermita de Nuestra Señora de Luna. Y en 1616 escritura un contrato en unión de Francisco Fernández, precisamente el otro cantero protagonista de este primer documento, comprometiéndose a realizar una piedra de molino en la pedrera de Belmez encargada por María Fernández, de Pedroche, viuda de Francisco de Aranda.
En 1618 el matrimonio Bargas-Moya protocoliza un censo, y un año después testa por segunda y última vez la esposa.
Tras fallecer su primera esposa, en 1619, Juan de Bargas contraerá inmediatamente nuevo matrimonio con Francisca Ruiz, hija de Cristóbal Delgado, hortelano, y Ana Díaz, ésta ya fallecida. En los protocolos de Bartolomé López de la Torre correspondientes a ese año, el día 14 de octubre, se escrituran los inventarios que aportan cada uno de los esposos; los bienes dotales de Francisca están valorados en 5142 maravedíes, una cantidad muy modesta; los de Juan de Bargas se aprecian en bastante más, 24032 maravedíes, aunque tampoco representan cantidad estimable para la época; en ninguno de los dos inventarios figuran bienes inmuebles como casas o fincas. Sin embargo, una atenta mirada al catálogo de objetos reflejado en el de Juan de Bargas delata de forma inconfundible su oficio de cantero: barras, almádena, picos, plomada, escuadras, reglas, nivel, cuñas… van relacionándose con su respectiva tasación.
La última referencia a Juan de Bargas (en realidad su nombre propio completo era el de Juan Martín) la tenemos anotada en 1621 cuando aparece como apreciador de bienes inmuebles en inventarios y dotales de diversos vecinos.
El apellido Bargas/Vargas terminó por perderse en nuestra población; como hemos visto, Juan no tuvo descendencia; su hermano Alonso fue presbítero, y los descendientes de María de Vargas prefirieron utilizar los apellidos del padre, Miguel Sánchez Cantador. Obviamente, los Vargas presentes actualmente en nuestra población nada tienen que ver con los aquí descritos.
Aún menores son las referencias documentales al otro cantero que intervino en esta primera fase de la obra, Francisco Fernández, cuyo segundo apellido aparece, algunas veces, como Peinado. Por un poder escriturado ante el escribano Bartolomé López de la Torre en 1615 conocemos que estaba casado con María Jiménez. Sabemos también que unos años antes, en 1609, una hija de este matrimonio, llamada igualmente María Jiménez, contrajo matrimonio con Francisco Fernández Camacho y no descartamos que el Francisco Fernández que aparece en el documento fuera precisamente éste. La dotal correspondiente figura en los libros del citado escribano en 1609. En dicha escritura Francisco Fernández Camacho dice ser hijo de Alonso Sánchez Camacho, ya difunto, y de Juana Jurada y vivir en la calle Empedrada, lugar muy apropiado para el oficio de cantero. Por su parte, María Jiménez se presenta como hija de los referidos Francisco Fernández y María Jiménez. De este matrimonio nacerían cuatro hijos, que sepamos, y que se llamaron Francisco Camacho, Gabriel Jiménez, María Jiménez y Ana del Castillo; la última, lisiada, permaneció soltera y se introdujo en los medios religiosos como beata franciscana tercera.
Como hemos indicado, Francisco Fernández aparece como uno de los artistas que inició la reconstrucción de la ermita de Nuestra Señora de Luna en unión de Juan de Bargas, en 1611, y también junto a éste lo encontramos realizando un encargo para una viuda de Pedroche en 1616. Del primer documento cabe deducir que Francisco Fernández no sabía escribir dado que un testigo tiene que firmar por él.
Francisco Fernández Camacho, que tuvo un hermano fallecido prematuramente llamado Alonso, testó sucesivamente en 1649 y 1651, fecha esta última en la que debió fallecer puesto que al año siguiente, cuando expresa su última voluntad, la mujer indica que es viuda.

LA SEGUNDA FASE DE LA REEDIFICACIÓN

Transcurrido algo más de medio año, el 25 de agosto de 1611, se protocoliza otra escritura en la que interviene el mayordomo y obrero mencionado anteriormente, Juan Moreno de Pedrajas, pero presenta la novedad de la contratación de un artista diferente pues ahora el maestro cantero que realizará el nuevo encargo será Francisco López Portillo al que se presenta como vecino de Villanueva de Córdoba. Las razones de este cambio pueden obedecer a diversas causas: la primera es la calidad y tipo de obra solicitada, más exigente, de mayor calado artístico y de más responsabilidad dado que afectará a los elementos arquitectónicos que actuarán de soporte –columnas y arcos-; la segunda podría estar relacionada con el prestigio y experiencia en ese tipo de estructuras del maestro Portillo, del que conocemos su labor no sólo en diversas localidades de los Pedroches sino también en la zona extremeña, trabajando por ejemplo en la Puebla de Alcocer; un tercer motivo pudo haber sido la incorporación del concejo o la cofradía en Villanueva en el sufragio o responsabilidad de la obra a efectuar lo que propiciaría la contratación de artistas de ambas poblaciones[19]. Y no descartamos tampoco la posible negativa del anterior cantero, Juan de Bargas, a participar en esta fase de la obra debido a una situación inesperada y que le debió afectar intensamente: su mujer, María de Moya, había testado un par de días antes de la firma de este nuevo contrato lo que indica que atravesaba una situación delicada.
Por fortuna este segundo documento está bastante mejor conservado que el anterior y ello nos ha permitido transcribir la mayor parte de sus contenidos.
Francisco López Portillo se comprometía a realizar en apenas dos meses de margen, los correspondientes a septiembre y octubre de 1611, una bandada de tres arcos (se entiende que con sus correspondientes columnas sustentantes) bien rematadas y al gusto del mayordomo y de expertos en la materia, entregando la obra el día primero de noviembre.
Expuesto de este modo tan lacónico el asunto, y dado el conocimiento que tenemos de la ermita, podría asaltarnos la duda de a qué zona concreta de ella se están refiriendo los actores de la escritura.
El edificio actual tiene en su realización tres arcadas o bandas de arcos, dos en el interior, de forma longitudinal, siguiendo el eje mayor del templo, y una en el exterior y en sentido transversal que actúa como pórtico delante de la fachada. Es posible que hasta principios del siglo XIX dispusiera de otra arcada exterior tras la zona de la cabecera de la ermita pero si era así esa estructura se tuvo que modificar y se perdió al construir el camarín de la Virgen en 1829. Tampoco estamos en disposición de poder asegurar que el pórtico exterior que conocemos en la actualidad no fuera posterior a las obras a las que estos documentos que comentamos se están refiriendo.
Las noticias que aporta el tercer documento, y que veremos más adelante, nos permiten identificar esta arcada a entregar en la festividad de Todos los Santos de 1611 con una de las dos interiores del templo, en concreto la situada en lugar más próximo a la casa de hermandad de Pozoblanco, es decir, la situada junto a la puerta lateral de la ermita.
El constructor y el contratante señalaban en el documento una serie de condiciones acerca de la realización de la obra y su precio, cuestiones que se dejaban al dictamen de dos expertos en la materia, nombrados uno por cada parte, una vez que estuviera acabada; en caso de desacuerdo, se convenía designar un tercer maestro que diera el parecer definitivo. El cantero, Francisco López Portillo, sólo estaría obligado a viajar a Pozoblanco en una ocasión, una vez cumpliera su cometido, y en ese momento recibiría los emolumentos tasados por los expertos; por su parte, Juan Moreno de Pedrajas se comprometía a pagar lo tasado en buena moneda pero se reservaba el derecho a solicitar y contratar otros maestros si Portillo era incapaz de cumplir el trabajo a su satisfacción y a la de los expertos designados, o bien si se retrasaba en el plazo concertado, haciendo recaer en ese caso todos los gastos que se produjeran sobre el maestro jarote. Para ello obligaba a éste a poner como garantía el valor de unas casas que poseía en Villanueva de Córdoba, lindantes con Martín García de Obejo y Pedro Díaz de Luna.
Para el caso de un posible litigio, López Portillo renunciaba a las leyes de su fuero y jurisdicción y aceptaba las de Pozoblanco.

LA TERCERA Y ÚLTIMA FASE DE LAS LABORES DE CANTERÍA

Todo debió marchar a satisfacción de las partes porque nada más comenzar la primavera de 1612, el 26 de marzo, se escritura un nuevo protocolo entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la obra de Santa María de Luna, Francisco López Portillo y el también cantero Juan Martín de Bargas, que era precisamente uno de los dos maestros que habían intervenido en la construcción inicial citada en el primer documento. Es sin duda el documento más extenso y aclarativo pues además de especificar las bases del concierto a realizar también hace continuas referencias a las obras hechas anteriormente.
En este último convenio se contratan en realidad tres actuaciones de obra diferentes.
Por una parte, ambos maestros canteros deberán realizar las dos esquinas del cuerpo del edificio que limitan a éste por el lado del santuario donde existe más pendiente -por el lado de abajo-, es decir, por el que actualmente confronta con la casa hermandad de Villanueva de Córdoba. En esa época era habitual realizar las paredes o muros de este tipo de construcciones con tapial y material tosco, pero las esquinas solían obrarse con piedra labrada o sillares, para dar más consistencia a la edificación. Es una técnica que podemos observar en muchas de las ermitas y otros edificios de la comarca; sirva de ejemplo San Gregorio de Pozoblanco, erigida por estas mismas fechas. A esta labor de construcción no se pone precio en el momento de la escritura sino que se deja a la opinión de dos expertos que se designarán por las partes y serán los encargados de tasar el valor de lo obrado. Una vez estimada la cantidad el total a cobrar se repartiría por igual entre los dos maestros canteros.
Por otro lado, y ya sólo con el maestro López Portillo, se convenía la realización de la segunda arcada interior a semejanza de la que el mismo artista había hecho unos meses antes, arcada que se identifica en el documento asimismo con el cuerpo de abajo. Los arcos, una vez construidos, debían aparecer perfectamente cintrados y posteriormente enjalbegados, es decir, blanqueados con cal. Tal como los observamos hoy, dichos arcos, que son de medio punto, se apoyan en columnas de granito con capitales de tipo toscano, fustes cilíndricos y basas áticas. Finalmente, el cantero avecindado en Villanueva de Córdoba se comprometía a rematar, con los mismos detalles y acabados mencionados, los tres arcos de la obra del año anterior.
El plazo de factura era en esta ocasión bastante más amplio, de unos siete meses, pues los artistas disponían hasta la festividad de Todos los Santos de ese año de 1612 para proceder a su entrega. Esta diferencia en el tiempo señalado no parece que obedeciera a necesidades de los constructores sino más bien a problemas para disponer de las cantidades a pagar por parte de los contratantes; al menos eso se desprende de las condiciones que aparecen en el modo de satisfacer la suma total, y es que a estas alturas se habían afrontando ya sucesivas obras de envergadura en un espacio cronológico demasiado breve.
Si, como hemos visto, para la realización de las esquinas no se señala previamente la cantidad exacta a pagar, en cambio para la construcción de la banda de arcos y sus remates sí se concertaba lo que había de cobrar el maestro López Portillo. La suma se expresa tanto en reales, 1720, como en maravedíes, 58480, aunque al repetir el montante un poco después el escribano comete un lapsus y anota sólo 1700 reales como precio convenido. Pero el obrero y mayordomo de la ermita, Juan Moreno de Pedrajas, quiere espaciar los pagos, fraccionándolos en el tiempo, y por ello estipula en la escritura que irá entregando diversas cantidades poco a poco, a medida que avance la obra, con el objetivo de que coincidan los últimos pagos con el final del encargo y con el plazo acordado.
Como en los documentos anteriores, el mayordomo y obrero se reservaba la posibilidad de contratar otros artistas en caso de incumplimiento de los maestros canteros y a costa de éstos, pero como contrapartida garantizaba los pagos a realizar y a hacerlos en buena moneda.
En la parte final de la escritura se añadían diversas garantías y renuncias de leyes y fueros que afectaban a ambas partes y que obedecen a fórmulas habituales en este tipo de contratos.
El documento termina con la enumeración y firma de testigos, que son Bartolomé Pozuelo, Bartolomé Alcaide y Juan Cobo el mozo; y también hace referencia al precio de los derechos de escritura por parte del escribano-notario que ascienden a un real.
Como novedad hay que resaltar que dicho escribano no es el mismo de los dos protocolos anteriores, Juan de Sepúlveda, sino Bartolomé López de la Torre Sepúlveda Cantador. Lo normal sería que tratándose de un asunto en evolución se encomendase al mismo notario, cosa que en este caso no sucede, pero hay una fácil explicación. Gracias al estudio de los legajos contenidos en el Archivo de Protocolos de Pozoblanco hemos podido constatar que Juan de Sepúlveda finaliza precisamente a principios de 1612 su labor de escribano (su último protocolo viene escriturado el día 11 de febrero de ese año) y por ello los actores de este tercer documento tuvieron que echar mano de otro diferente. En ese instante sólo había dos de ellos disponibles: Luis Ponce de Sepúlveda, que acababa de iniciar el oficio heredado de su padre, Marco Ponce, y cuya familia estaba enfrentada a muerte con la del mayordomo y obrero, y el mencionado Bartolomé López de la Torre, que había iniciado su labor en 1600 y que fue, obviamente, el elegido.



FRANCISCO LÓPEZ DEL PORTILLO, EL CANTERO PROTAGONISTA

Tenemos claro que, de todos los artistas que intervinieron en la construcción de la ermita, Francisco López Portillo es la figura indiscutible. Pero, ¿quién era este personaje? La respuesta que aquí ofrecemos quizá produzca cierta decepción a los lectores por lo limitado de su descripción, pero las indagaciones que hemos realizado no han dado más de sí.
De los documentos reseñados queda constancia de que el cantero era vecino de Villanueva de Córdoba. Allí acudimos con la esperanza de poner al descubierto sus datos biográficos, y con la licencia del señor párroco de San Miguel y la ayuda desinteresada y eficaz de nuestro amigo Juan Palomo pusimos mano a la obra y escudriñamos los libros parroquiales, que para ventura de nuestros vecinos jarotes sí han podido conservar.
El apellido Portillo ya nos suscitaba dudas desde el principio sobre su naturaleza y raíces en esta zona pero la documentación consultada terminó por confirmar nuestros temores. Ni rastro en bautismos, matrimonios o defunciones, al menos en las fechas lógicas sobre su evolución vital.
Sin embargo, en uno de los libros de velaciones y matrimonios, y con fecha de dos de mayo de 1639, aparecía por fin un Francisco López Portillo. La partida (foto) indicaba que el protagonista era hijo de Francisco López Portillo y Marina Gómez, vecinos de Villanueva (pero no naturales de ella) y contraía matrimonio con Isabel Fernández, hija de Sebastián Sánchez Pedrajas e Isabel Fernández.
También comprobamos que en otras partidas aparecían varios Francisco López, pero todos ellos con raíces en Villanueva salvo uno al que se le designaba como Francisco López de Cuenca y que pudiera ser el cantero al que nos referimos.
Pese a lo limitado de las informaciones, podemos deducir que Francisco López Portillo se instaló en Villanueva de Córdoba y desde aquí actuó en diversas obras no sólo de esa localidad sino también de los Pedroches y otras comarcas vecinas, obras que a veces le obligaron por imperativos contractuales a avecindarse en distintas poblaciones, como Pozoblanco, pero sin perder su relación con Villanueva como lo demuestra el casamiento de uno de sus hijos en esa localidad en una fecha, 1639, que supera cronológicamente con creces la última información que tenemos anotada en Pozoblanco sobre el maestro cantero.
Que la fama y prestigio de López Portillo eran consideradas fuera de toda duda queda demostrado en su cotizada colaboración y en la contratación en apartados lugares. La presencia de la propia ermita actual, tras cuatro siglos en pie, es en su sencillez prueba contundente de su maestría como cantero de elementos sustentantes.
Pero por si hubiera alguna duda sobre lo que decimos, adelantamos otra prueba concluyente de ello: la antigua ermita de San Gregorio, arruinada completamente en el siglo XVI, vio finalmente cómo las autoridades eclesiásticas y civiles de la villa se decidieron, con más ganas que medios, a su reedificación a comienzos del siglo XVII[20]. Tras tres décadas de contratiempos, con retrasos, abandonos y nuevos hundimientos, en el verano de 1629 la frustración se apoderó de los habitantes de Pozoblanco en relación con esta obra. Una de las arcadas recién construidas se vino abajo, desprendiendo las dovelas de los arcos y dañando las columnas en su caída . Los responsables pensaron en alguien que ofreciera las garantías constructivas que hasta entonces no habían hallado y el mayordomo de la cofradía, Francisco Muñoz Bejarano, no dudó en contactar y contratar a Francisco López Portillo a pesar de que éste estaba por entonces desarrollando su labor en la lejana Puebla de Alcocer, perteneciente a los Duques de Béjar, y se encontraba avecindado allí. López Portillo, a quien sin duda tiraba esta zona, no tardó en dar respuesta afirmativa y se comprometió a iniciar la obra de reparación y consolidación en apenas quince días y acabarla para San Miguel, día muy significativo para Villanueva y fecha emblemática de tantos y tantos contratos en nuestra comarca.


CONCLUSIÓN

Si tenemos en cuenta la evolución de las tareas de edificación podemos deducir que para finales del año 1612 la obra arquitectónica de la reedificada ermita estaba sumamente adelantada. A partir de entonces se contrataría la obra de carpintería para colocar la armadura de madera y sobre ésta, inmediatamente después, la techumbre habitual de teja. La armadura que tiene y tuvo la ermita es, en la nave central, de par y nudillo, habitual en la zona[21], muy apropiada para las vertientes a dos aguas y realizada a base de madera de pino mejor o peor labrada; en las naves laterales la cubierta interior es de colgadizos.
Este edificio así descrito sufriría aún algunas modificaciones. Por ejemplo, la producida por la construcción de la arcada que antecede a la entrada principal de la ermita y que actúa como soportal o pórtico, con una banda de arcos muy similar a las dos series de arcos que se encuentran en el interior del templo.
Pero el cambio de mayor envergadura tuvo lugar mucho más tarde, en la tercera década del siglo XIX. En 1829, y a expensas de Pozoblanco, según recoge Ocaña Prados[22], se añadió una obra nueva a partir de la cabecera de la nave principal, creando un espacio que actúa como ábside y camarín, que es donde hoy se ubica el altar y la imagen de la Virgen.



APÉNDICES


Convenio entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la ermita de Nuestra Señora de Luna, y los canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández para realizar obra de construcción en dicha ermita, posiblemente las esquinas del edificio, según protocolo fechado en 1 de febrero de 1611 ante el escribano Juan de Sepúlveda, al folio 3.

En la villa de Pozoblanco, jurisdicción de la ciudad de Córdoba, en primero día del mes de febrero de mil y seis cientos y once años, en presencia de mí el escribano público y testigos, esta carta otorgaron de una parte Juan Moreno Pedrajas, obrero de la dicha ermita de la Señora de Luna, ermita de esta villa, y de otra Juan de Bargas y Francisco Fernández?, canteros, todos vecinos de la dicha villa.
Que por cuanto entre ellos están concertados de hacer…………………............. si el día de mayo mediado de este año no la tuvieren acabada, que el dicho Juan Moreno pueda coger traer maestros que la hagan y acaben y pagarles…………. los dichos Juan de Bargas y Francisco Fernández….. por lo que diere y pagare.
Y para lo así convenido pagar y hacer firme cada parte, por lo que le toca, obligaron sus personas y bienes muebles y raíces, habidos y por haber, y dieron poder a todas las Justicias de su Majestad que les apremien a ello como por sentencia definitiva de juez competente, sobre que renuncian la ley de la espera y las demás leyes, fueros y derechos, y la ley y reglas del derecho general que dice que general renunciación hecha de leyes no valga.
En testimonio de lo cual otorgaron esta carta ante el escribano público y testigos de yusoescripto, que es hecha y otorgada en esta dicha villa de Pozoblanco en el dicho día, mes y año. A que fueron testigos Sebastián Ruiz Herrero y Martín Castellano y Alonso Muñoz, vecinos de esta dicha villa y los dichos Juan Moreno y Juan de Bargas y lo firmaron de sus nombres; y por el dicho Francisco Fernández un testigo, a los cuales otorgantes yo el escribano público doy fe conozco y mando concertar.

Martín Castellano Juan de Sepúlveda
escribano público




Convenio entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la ermita de Nuestra Señora de Luna, y el cantero Francisco López Portillo, vecino de Villanueva de Córdoba, para realizar una banda de tres arcos en dicha ermita. Fechado en 25 de agosto de 1611 ante el escribano Juan de Sepúlveda, en folios 145 vuelto y 146 recto y vuelto.

En la villa de Pozoblanco, jurisdicción de la ciudad de Córdoba, en veinte y cinco días del mes de agosto de mil y seiscientos y once años, ante mí el escribano público y testigos, otorgaron de una parte Francisco López Portillo, cantero y vecino de Villanueva de Córdoba, y de otra Juan Moreno Pedrajas, vecino de esta villa y obrero de la ermita y obra de la Señora de Luna que es en la dehesa de la Jara, término de esta dicha villa.
Que el dicho Francisco López se obligó a hacer y dar hecha toda la obra que está concertada en la dicha ermita, que es una banda de arcos, la cual obra dará hecha y acabada para el día de Todos Santos de este dicho y presente año. La dará bien hecha y acabada según dicho es para el día de Todos Santos de este año….. de dos maestros que sepan del arte y cantería, uno que nombre el dicho Juan Moreno Pedrajas y otro que ha de nombrar el dicho Francisco López Portillo y por lo que estos dos maestros tasaren y declararen que…. y pasaron los presentes? Y en caso de discordia, que los dos no se conformen, que nombren tercero. Y lo que los dos determinaren para hacer?..... se obligaban a dar y pagar luego que la dicha obra esté acabada y concluida, el dicho Juan Moreno Pedrajas, obrero, al dicho Francisco López Portillo, justo el dinero en buena moneda, de dar y de recibir sin que por ello sea obligado ni venga a esta villa más que un viaje después de hecha y confirmada la tasación que los dichos maestros hayan tasado.
Y es condición que si pasado el día de Todos Santos dicho día y más, y el dicho Francisco López no hubiere acabado y fenecido la dicha obra tal y tan buena como está concertado a contento de dicho mayordomo y maestros de tasación, que pueda traer maestro que la acabe y finalice, pasado el dicho término, de donde quisiere y hacer que se acabe a cuenta de dicho Francisco López y pagar lo que costare de su dinero.
Y para lo así cumplir y pagar cada parte, por lo que le toca, obligaron sus personas y bienes muebles y raíces, habidos y por haber.
Y el dicho Francisco López Portillo, especial y señaladamente, unas casas que tiene en Villanueva de Córdoba, alindando con casas de Martín García de Obejo y casas de Pedro Díaz de Luna, que son libres de otra hipoteca, de las cuales se pueda bien cobrar todo lo que el dicho obrero pagare a quien acabare la dicha obra si el dicho Pedro Martín no la acabare en el dicho término del dicho día de la festividad de Todos Santos.
Y dieron poder a las justicias y jueces de su Majestad que les apremien al cumplimiento como por sentencia pasada en cosa juzgada.
Y el dicho Francisco López lo dio a las justicias de esta villa a cuyo fuero se sometió y quiere que en esta causa sea juzgado, renunciando su fuero y jurisdicción de las de Villanueva de Córdoba y la ley… en testimonio de lo cual, otorgaron esta carta ante mí el escribano público, a que fueron testigos Martín Alonso Torrico y Sebastián García, curtidor, vecinos de esta dicha villa, y Alonso Pérez de Baños (Barrios), natural de la villa de la Añora, estando en ella.
Y los otorgantes, que yo el escribano público doy fe conozco, lo firmaron de sus nombres.

Francisco López Juan de Sepúlveda

escribano público

Convenio entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la obra de la iglesia de la Virgen de Luna, y los maestros canteros Francisco López Portillo y Juan Martín de Vargas, para continuar la construcción de la ermita, según protocolo fechado ante el escribano público Bartolomé López de la Torre Sepúlveda Cantador, el día 26 de marzo de 1612. Folios 923 a 924.


Escritura entre Juan Moreno y los canteros.

En la villa de Pozoblanco, jurisdicción de la ciudad de Córdoba, en veinte y seis días de el mes de marzo de mil y seiscientos y doce años, en presencia de mí el escribano público y testigos de yusoescritos, otorgaron:

De la una parte Juan Moreno de Pedrajas, vecino de esta dicha villa como obrero de la obra de la iglesia de Santa María de Luna; y de la otra Francisco López Portillo, vecino de la villa de Villanueva de Córdoba, estando a el otorgamiento de esta escritura en esta dicha villa de Pozoblanco, y Juan Martín de Bargas, vecino de ella, maestros de cantería.

Que los dichos dos canteros han de hacer dos esquinas de piedra labrada a la dicha iglesia de Nuestra Señora de Luna, en un cuerpo de la iglesia que se ha de hacer por la parte de abajo conforme a el otro que nuevamente está hecho por la parte de arriba, bien hechas y a contento del dicho Juan Moreno como obrero de la dicha iglesia o de el obrero que de la dicha iglesia fuere de hoy en adelante, por el precio que tasaren dos maestros de el dicho oficio que lo entienden.

Y más: ha de hacer el dicho Francisco López Portillo, para el dicho cuerpo de iglesia, a su costa, tres arcos de piedra labrada, bien hechos, de la suerte que están hechos los tres arcos de la dicha obra nueva, por el precio de mil y sietecientos y veinte reales, que valen cincuenta y ocho mil y cuatrocientos y ochenta maravedíes. Y los dichos tres arcos han de quedar cintrados (cinteados) y encalados. Y así mismo ha de cintrar (cintear) y encalar los otros tres arcos que nuevamente tiene hechos, de suerte que todos seis lo queden; y bien acabados, a contento de el dicho Juan Moreno y de el obrero que fuere.

Todo lo cual ha de estar hecho y bien acabado para el día de todos santos, primero que vendrá de este presente año.

Y cuando lo susodicho no estuviere acabado, que el dicho Juan Moreno de Pedrajas pueda buscar otros maestros que hagan la dicha obra, y ejecutar a los dichos maestros, a entrambos juntos, por las dichas esquinas por lo que para en cuenta de ellas tuvieren recibido y fuere necesario; y a el dicho Francisco López Portillo por los dichos tres arcos que quedan a su cargo de hacer.

Y el dicho Juan Moreno a darles y pagarles a los dichos dos maestros; a el dicho Francisco López Portillo los dichos mil y sietecientos reales, y a entrambos juntos, por mitad, la cantidad en que tasaren otros dos maestros que lo entiendan la obra de las dichas dos esquinas, además de los dichos mil y setecientos y veinte reales que ha de haber el dicho Francisco López Portillo de la obra de los dichos tres arcos, y la dicha cantidad en que se tasare la obra de las dichas dos esquinas.

Y la dicha cantidad de la obra de los dichos tres arcos cinteados y encalados como lo han de quedar los otros tres que nuevamente están hechos se lo ha de ir dando el dicho Juan Moreno de Pedrajas, vecino en esta villa, poco a poco durante el dicho tiempo que ha de durar de hacerse la dicha obra, que cuando se venga a acabar de hacer esté acabado de pagar, y el dicho Juan Moreno, como obrero de la dicha obra, o cualquiera obrero que de ella fuere, satisfecho de ella y los dichos maestros de su dinero y trabajo.

Y para lo así cumplir y pagar cada una de las dichas partes, por lo que a cada uno de ellos tocar conviene hacer y cumplir, obligaron sus personas y bienes muebles y raíces habidos y por haber, y dieron poder cumplido a todas y cualesquiera justicias y jueces de su Majestad, y especial y señaladamente lo dio el dicho Francisco López a las de esta dicha villa de Pozoblanco a cuyo fuero y jurisdicción se somete y obliga con su persona y bienes renunciando, como expresamente renuncia, su propio fuero y jurisdicción que de presente tiene y de el que en adelante ganare domicilio y vecindad y la ley si convenerit jurisdiccione … para que por todo rigor y más breve remedio de derecho les compelan y apremien a el cumplimiento y paga de lo otorgado en esta escritura como por marevedíes de sentencia pasada y cosa juzgada, sobre que renunciaron las leyes de su favor y defensa y el beneficio y ley de la espera, y la general y derechos de ella.

Y lo firmaron los dichos otorgantes a quien yo, el presente escribano, doy fe que conozco, siendo presentes por testigos Bartolomé Pozuelo y Bartolomé Alcaide y Juan Cobo el mozo, vecinos de esta dicha villa de Pozoblanco.

Que es hecha y otorgada en el dicho día, mes y año dichos.

Va entre renglones “en esta villa”, valga. De derechos, un real y no lleve más, de que doy fe.

Juan Moreno Francisco López Juan de Bargas

Bartolomé López
escribano público



NOTAS

[1] Algunas especialistas, como Jordano Barbudo, han considerado que la ermita actual se levantó en la segunda mitad del siglo XVI. A la vista de los documentos que presentamos es evidente que la construcción que conocemos es algo más tardía, de principios del siglo XVII.
[2] Imprenta Pedro López. Pozoblanco, 1983.
[3] Más bien lo segundo, pues diversos testamentos realizados a partir de 1609 expresan mandas en forma de donativos para las obras que se están realizando en la ermita, lo que nos lleva a pensar en esa fecha como inicio.
[4] José María López de Pedrajas, detentador de las alcabalas de Pozoblanco y Vejer de la Frontera, fue figura señera del parlamentarismo español durante el reinado de Isabel II, primero militando en el bando liberal progresista, más tarde en el moderado.
[5] Esta cualificación le abría las puertas del gobierno local.
[6] Uno de los integrantes más activo fue Diego Díaz de Pedrajas Alcaide, bachiller, presbítero y rector de Santa Catalina durante un apreciable período de tiempo a caballo entre los siglos XVI y XVII.
[7] Los Ponce Sepúlveda son familiares del Santo Oficio, cuentan con presbíteros y licenciados entre los miembros del cabildo eclesiástico de la localidad y desempeñan algunas de las escribanías-notarías de Pozoblanco; los Gómez Aguado integran igualmente las clases dirigentes y desempeñan una de las escribanías de la villa. Por tanto, son todos ellos rivales de los Pedrajas advenedizos, que pretenden hacerse con el control de todos esos ámbitos.
[8] Archivo de Protocolos de Pozoblanco. Escribano, Luis Ponce de Sepúlveda. Año 1612.
[9] La rivalidad y el espíritu de emulación entre clanes parecen estar presentes en la edificación casi simultánea de estas dos ermitas tan paradigmáticas para los pozoalbenses. Ni el Pedrajas ni el Ponce tenían raíces particularmente significativas en Pozoblanco como para erigirse en abanderados de semejantes devociones y construcciones, pero el protagonismo adoptado con esa intervención era una clara manera de demostrar su poder a los respectivos rivales. Es clarificador que ambos templos se hicieran en muy corto tiempo y sin aparentes problemas de disponibilidad económica, muy al contrario de lo que estaba sucediendo con otros emblemáticos edificios de la población en la misma época.
[10] Curiosa también la biografía de este Diego Díaz, paralela a la de su cuñado. En una de sus actuaciones se empeñó obstinadamente en denunciar y explotar una mina de azogue o mercurio en pleno centro de Pedroche, pero en esa ocasión no se salió, obviamente, con la suya.
[11] Contrajo matrimonio en 1621 con María Peralbo, tía de la venerable Marta Peralbo, pero al fallecer la mujer de inmediato, Miguel volvió a contraer matrimonio en ese mismo año con doña Jacinta Cortejo, hija de Juan Cortejo, Secretario del Santo Oficio en la ciudad de Córdoba, lo que nos da una prueba más de los bien urdidos engranajes familiares llevados a cabo por esta rama de los Pedrajas.
[12] Al parecer, falleció soltero.
[13] Equivalentes a 22000 reales, suma elevadísima dado que las dotes normales en esas fechas oscilaban entre los 1000 y 2000 reales.
[14] Y no nos extrañaría nada que hubiera sido víctima, a su vez, de los rivales, pues su desaparición en la documentación es súbita, sin que hayamos encontrado testamentos o codicilos, lo que resulta incomprensible a menos que su muerte se produjera de forma inesperada.
[15] GARCÍA HERRUZO, A. y CARPIO DUEÑAS, J. B.: Pozoblanco en sus actas capitulares. Tomo I. Pozoblanco, 1993.
[16] Archivo de Protocolos de Pozoblanco. Escribano Bartolomé López de la Torre. Año 1631. Folio 165.
[17] Sospechamos, por numerosos indicios que hemos constatado, que la tal Catalina González era familiar de Juan Ginés, familia directa de Pedro González de Sepúlveda, presbítero, rector de Santa Catalina, sobrino del cronista, y pariente de otros González Sepúlveda instalados en Pedroche, población donde los Bargas tienen también acomodo por entonces. Por ejemplo, en 1596, Pedro Martín Bargas y Catalina González protocolizan una compraventa con Pedro de Sepúlveda, boticario y también pariente del cronista.
[18] En esta población sí perduró durante bastante tiempo el apellido Bargas, aunque muy limitado: en 1639 Matías de Bargas, hijo de Antón López Cano y Marina de Bargas, contraía matrimonio con Marina de Castro, hija de Benito de Rísquez y Marina de Obejo. Todavía en el siglo XVIII se pueden encontrar sucesores con el nombre de Matías de Bargas, según hemos podido comprobar en el Archivo Parroquial de Pedroche.
[19] Aunque hay que advertir que esta probabilidad no aparece en el protocolo, al menos de forma fehaciente.
[20] Aunque algunos documentos apuntan a la reedificación de esta ermita, otros se refieren a su fundación. En todo caso, las mandas testamentarias señalan donativos para la edificación de la ermita que se está realizando, al menos desde 1604.
[21] Es el mismo tipo de armadura que llevaron, por ejemplo, las ermitas de Jesús Nazareno, San Gregorio y San Sebastián, erigidas, reedificadas o modificadas, según el caso, por la misma época.
[22] Historia de la villa de Villanueva de Córdoba. Córdoba, 1982. La información la obtiene, a su vez, de la Corografía de Ramírez de las Casas Deza. Sin embargo, los documentos consultados en el archivo municipal de Pozoblanco indican que el camarín ya se estaba construyendo en la primera década del siglo XIX.