viernes, 9 de enero de 2009

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LOS PEDROCHES

José Luis González Peralbo
Sede de Piedra y Cal
11 de diciembre de 2008



Buenas noches.
Antes de empezar quiero expresar mi agradecimiento y el de Piedra y Cal a todos los asistentes.
Deseo extender mi gratitud igualmente a la junta directiva por su invitación a encabezar este pequeño y obligado homenaje a la Guerra de la Independencia, con motivo de su bicentenario.
También aprovecho para agradecer la amistosa presentación de Antonio Fermín Morillo y la valiosa colaboración ofrecida por Jesús Javier Redondo y Miguel Ángel Cabrera.
La conferencia que me dispongo a impartir no pretende ser otra cosa que un sencillo ejercicio de memoria histórica a propósito de la gente de los Pedroches. Adelanto que será una exposición abordada con cariño y analizada desde diversas y variadas vertientes pero nunca de una forma cainita y esquelética, que es lo que parece estar de moda. Que nadie busque, por tanto, en ella ajustes de cuentas eternamente pendientes ni tampoco a protomártires monárquicos o republicanos, absolutistas o liberales, a héroes de andar por casa o bien de carácter nacional, a buenos o malos, a hemipléjicos de izquierdas o de derechas. Voy a hablar sólo de unos españoles que hace ahora dos siglos tuvieron la desgracia de verse envueltos, soportar y asistir a unos hechos lamentables y calamitosos que pese a todo consiguieron superar con tesón y con orgullo.
Comencemos.


LA SITUACIÓN ESPAÑOLA EN EL CONTEXTO INTERNACIONAL PREVIO A LA GUERRA
En 1789 tiene lugar en Francia el comienzo de los acontecimientos que conocemos con el nombre de Revolución Francesa. Alarmadas por este hecho, las monarquías hasta entonces indiscutidas decidieron aliarse contra el peligro francés. La España de Carlos IV se alineó en principio junto a las demás monarquías europeas contra los revolucionarios pero tras sufrir una humillante derrota frente a los galos no le quedó otra opción que cambiar de bando y pasar a ser un aliado satélite de los intereses franceses.
Poco después, el poder obtenido por Napoleón Bonaparte tras el golpe de Brumario y el intento de supremacía sobre las demás potencias europeas significaron la guerra generalizada en toda Europa. Bonaparte aprovechó la amistad forzada de España para utilizar la flota naval hispana en el intento de invasión de las Islas Británicas pero el fracaso franco-español de Trafalgar en 1805 hizo naufragar por completo el plan napoleónico.
El protagonismo francés en el continente era, no obstante, casi absoluto. Sólo Rusia y Portugal se resistían, junto a los ingleses, a los designios del emperador; y en el intento de aplastar esta oposición Napoleón preparó desde 1807 la invasión de la Península Ibérica y el dominio sobre Portugal y, de paso, sobre una España que no podía ofrecerle ya ninguna aportación provechosa.
El tratado de Fontainebleau, firmado por Francia y España a finales de octubre de 1807, permitió el tránsito y acuartelamiento de tropas francesas en territorio español con la declarada finalidad de penetrar en Portugal y dominarla; pero escondía igualmente otros fines ocultos como el de controlar militarmente los principales puntos estratégicos de España e incorporar nuestra nación al imperio francés cuando Bonaparte lo creyera oportuno.
La falta de reacción y la docilidad mostrada por el monarca español y su favorito Godoy provocaron la protesta de algunas autoridades y personalidades disconformes con la situación que intentaron cambiar el rumbo de los acontecimientos mediante un complot que pretendía desbancar a Godoy del gobierno y a Carlos IV del trono, sustituido por su hijo Fernando. El primer intento de diciembre de 1807, conocido como la Conspiración de El Escorial, fracasó, pero tras un breve paréntesis consiguió su propósito con el Motín de Aranjuez en marzo de 1808.
Para entonces los franceses ya tenían desplegadas decenas de miles de hombres por el territorio nacional desde la capital, Madrid, hasta los Pirineos. Y Napoleón no estaba dispuesto a dejar escapar la presa.
Con el pretexto de arbitrar en las diferencias surgidas entre Carlos y Fernando por la cuestión del trono español, el emperador los atrajo a territorio francés y bajo enormes presiones les hizo renunciar a ambos sus legítimos derechos a la corona de España a favor del propio Napoleón: fueron las conocidas Abdicaciones de Bayona.
El levantamiento del pueblo madrileño ante las intenciones del corso dio lugar a los famosos acontecimientos del dos de mayo. A partir de este momento los hasta entonces teóricos aliados pasaron a convertirse en enemigos inconciliables. La que denominamos Guerra de Independencia había comenzado.

LOS PEDROCHES EN VÍSPERAS DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
Hasta aquí los hechos generales de todos conocidos sobre la génesis de este conflicto bélico. Pero, ¿cuál era la situación de los Pedroches justo antes del inicio de las hostilidades?
La comarca estaba fraccionada en las conocidas tres zonas existentes desde hacía tiempo: las tierras de los señoríos de Belalcázar y de Santa Eufemia y las correspondientes a las Siete Villas de propiedad realenga. Las dos últimas quedaban incluidas bajo la demarcación territorial cordobesa, en cambio el condado de Belalcázar formaba parte de la provincia de Extremadura. Administrativamente, el gobierno directo de buena parte del territorio pedrocheño estaba a cargo de dos corregimientos cuyos titulares residían, respectivamente, en Pozoblanco y Villanueva de la Serena.
Nada más tomar posesión del cargo el corregidor publicaba un edicto o bando de buen gobierno que recogía las líneas maestras de su pretendida actuación. Estos bandos muestran de forma bastante diáfana la personalidad e ideología del recién nombrado. En el caso del que era teniente de corregidor y después sería corregidor de la zona belalcazareña, el licenciado Pedro Jacobo Pizarro y Jaldón, natural de Gibraleón, presentan a un personaje autoritario al máximo pero de claras ideas reformistas e ilustradas. En 1806 difunde un edicto que contiene aseveraciones como las siguientes:
Hago saber, que estando reducidas las obligaciones que me impone mi oficio a promover el bien y evitar el mal, es más conforme a mis deseos el que jamás se cometa éste que tratar de su remedio después de haberse cometido. Y para que así se verifique, exhorto, requiero y mando a todos y cada uno de los súbditos de ésta mi jurisdicción, cumplan y llenen sus respectivos deberes según la clase y estado en que se hallen constituidos.
Guárdese todo respeto y veneración a los Templos y Ministros de nuestra Sagrada Religión. No se ofendan de modo alguno las buenas costumbres, ni se perjudique directa ni indirectamente la salud y tranquilidad pública. Obsérvense las Leyes; y con sujeción a ellas, obren todos el bien y huyan siempre de incurrir en el mal.
Sea eternamente Belalcázar la emulación de los demás pueblos; y si, lo que no es de creer, habitase en su recinto alguna persona capaz de abrigar en su pecho sentimientos contrarios a éstos, auséntese precipitadamente antes de ponerlos en ejecución pues de lo contrario se le perseguirá con todo rigor, y sin la menor indulgencia.
Ciertamente no estaba advirtiendo en balde. Una de las primeras medidas que tomó tras emitir el bando anterior fue la de restablecer en la plaza pública de Belalcázar la argolla donde se exponían a la visión de los vecinos los convictos de robos y otros delitos, y lo justificaba de la siguiente manera:
…para contener los muchos y reiterados robos que se hacen de todas clases de ganados, colmenas y demás frutos del campo y habiendo de sufrir los reos la pena de sacarlos al público en el argollón por tres días, cuatro horas en cada uno, con la especie robada pendiente de su cuerpo, o al pié de él; con respecto a no haber en esta villa argollón, por haber desaparecido años hace el que había, hágase de nuevo y colóquese donde estaba el antiguo, que es en las esquinas de la Plaza dando vista a la calle Larga y demás que allí se reúnen… Seis días después ya estaba instalado.
El afán por mejorar las buenas costumbres e impulsar el bienestar de la población queda también manifiesto en otras disposiciones tales como el encargo de todos los volúmenes publicados y los que se fueran publicando del Semanario de Agricultura y Artes; la orden de componer el reloj de la villa para que los vecinos no sufrieran el quebranto que ello suponía; acabar con un barranco contiguo a la Fuente Vieja, donde se estancaban las aguas y se bañaban los cerdos con el peligro consiguiente de infiltración en el manantial; y atender la posible recidiva de la espantosa epidemia sufrida en la zona meridional de España en 1804 para lo cual ordenó surtirse de diversas obras sobre la fiebre amarilla, la peste y otras epidemiologías. Otro de los aspectos supervisados fue el de la embriaguez, que constituía una de las lacras y entretenimientos más generalizados entre la población. El auto y la argumentación empleada dejaban en muy mal lugar a los taberneros:
Influyendo sobremanera por el abuso que hacen del vino y demás bebidas espirituosas varias personas afectas a ellas la facilidad con que las ventilleras de estas especies las despachan al fiado y regularmente a los más pobres y apasionados a bebidas, sobre cuyo pago se suscitan luego disputas y desavenencias. Y siendo semejante facilidad hija de una refinada malicia que produce multitud de excesos pues al paso que se ocasiona la embriaguez de los bebedores, se despacha mayor cantidad de licor; todo lo cual no tiene otro fundamento que la insaciable codicia que domina a las gentes ejercitadas en la venta de licores, no pudiendo o no queriendo los bebedores conocer el engaño, agradecidos porque se los fían. Para cortar de raíz los excesos indicados, publíquese que no se despachen al fiado el vino y demás licores.
La construcción de nuevos cementerios fue, sin duda, una de las preocupaciones más notables y que más tiempo ocuparon a las autoridades de los Pedroches en estos años. Poblaciones como Belalcázar, Pedroche o Pozoblanco señalarán terrenos para los nuevos camposantos e incluso venderán algunas propiedades para tal fin, aunque las circunstancias bélicas paralizarían en la mayoría de los casos su construcción. En Pozoblanco, las obras de ampliación de Santa Catalina impedirán la inhumación de cadáveres en el templo; mientras se construía el entonces nuevo cementerio junto al hospital de Jesús Nazareno, se dispuso que los fallecidos fueran enterrados en las distintas ermitas de la población.
El auto de buen gobierno de otro declarado reformista ilustrado, el corregidor Dionisio Catalán, publicado en cada una de las Siete Villas en la primavera de 1806, nos ofrece una visión muy completa sobre las prioridades de las autoridades en la zona centro-oriental de los Pedroches. Es el que tienen en su poder y prefiero por cuestiones de tiempo que sean ustedes mismos quienes hagan el pequeño esfuerzo de leerlo.

EL COMIENZO DE LA GUERRA Y SU IMPACTO EN LOS PEDROCHES
Al iniciarse 1808 los distintos ayuntamientos de los Pedroches habían procedido, como era costumbre, al nombramiento y toma de posesión de los cargos municipales para el citado año.
En Pozoblanco residía la máxima autoridad de la zona centro-oriental de los comarca, el corregidor Dionisio Catalán, natural de Albarracín, nombrado en enero de 1806; como alcaldes ordinarios figuraban en 1808 José Gregorio Caballero y Fernando Sepúlveda.
Los sucesos del 2 de mayo y el bando de los alcaldes de Móstoles significaron de facto la declaración de guerra y el comienzo de las hostilidades. Pero una comarca como la pedrocheña, tan aislada y tan alejada de las capitales limítrofes, tardó varias semanas en conocer y comprender lo que estaba sucediendo en España, más aún si tenemos en cuenta que las noticias y órdenes circulantes se contradecían de continuo.
En el caso del corregimiento de las Siete Villas, las noticias del levantamiento militar llegaron de la capital cordobesa vía Villaviciosa. Don Pedro Agustín de Echavarri, un militar de origen vasco integrante de la Junta de Gobierno que se formó en Córdoba, había cursado a la justicia de Villaviciosa una proclama con el mandato de hacerla circular del modo más urgente a las localidades inmediatas y especialmente a los pueblos de Sierra Morena al mismo tiempo que ordenaba a los mismos se pusieran en armas y marcharan a la ciudad de Córdoba con toda diligencia, advirtiéndoles de paso que el que así no lo pusiera en práctica sería catalogado como traidor a su Rey y a su Patria. Las prisas estaban justificadas porque el ejército de Dupont penetraba por esas fechas en Andalucía y tras dirigirse a Andújar enfilaba directamente hacia Córdoba con 7.500 soldados de infantería, 3.000 jinetes y 24 cañones.
El aviso de Echavarri llegó a la capital de las Siete Villas, Pozoblanco, a finales de mayo y el alcalde ordinario Fernando Sepúlveda y Gallardo lo transmitió de inmediato a las demás localidades. En la villa taruga se creó seguidamente una Junta de Gobierno con miembros civiles, militares y eclesiásticos, presidida por Pedro de Angulo, teniente coronel del Ejército, figurando como vocales el propio Fernando Sepúlveda, el presbítero Juan Peralbo Calero y el vecino Acisclo Montes. En esos momentos había avecindados en Pozoblanco diversos militares retirados.
A Torrecampo la proclama llegó el 31 de mayo a primera hora de la tarde por posta venida desde Pedroche. Los alcaldes ordinarios mandaron que se citara para unas horas después a los miembros del cabildo y que al instante se dirigiera un correo a la población de Villanueva de Córdoba para hacer partícipe de las novedades a sus autoridades.
Reunido el cabildo de Torrecampo entre cinco y seis de la tarde y ante las noticias que se iban conociendo de la aproximación paulatina de tropas francesas que venían para Andalucía a través de la provincia de La Mancha, las autoridades, al igual que habían hecho las de Pozoblanco, nombraron una Junta integrada por personas notorias de la villa. La Junta no tiene claro el alcance de la proclama ni a qué clase de personas afecta la supuesta orden de movilización y traslado a la capital cordobesa y en vista de ello convienen en pedir instrucciones al corregidor en Pozoblanco.
Casi sin tiempo para organizar la partida y enviar la ayuda solicitada, numerosos hombres de los Pedroches, bajo el mando de Echavarri, tuvieron la oportunidad de combatir a las tropas comandadas por Dupont en la batalla del puente de Alcolea, a principios de junio de 1808; así lo atestigua una factura de los propios de Torrecampo que refleja el pago de 40 reales a Miguel Márquez por haber conducido hasta Villafranca a varios vecinos para que intervinieran en el citado enfrentamiento. Igualmente, el ayuntamiento de Villanueva de Córdoba extrajo 1.500 reales de los fondos del pósito para asistir a la tropa que pernoctó en la noche del 3 al 4 de junio en la citada villa y se dirigía al puente de Alcolea para entrar en combate; el día 5 voluntarios jarotes salieron de la población con el mismo propósito, llegando a Alcolea en la tarde del seis. El enfrentamiento se produjo al día siguiente, 7 de junio. Los españoles, tras sufrir una dolorosa derrota, dejaron inerme a la capital que fue ferozmente saqueada por los franceses.
En la parte opuesta de los Pedroches, en el condado de Belalcázar, el escribano manifiesta que la villa, que se componía de seiscientos vecinos y estaba situada en la Provincia de Extremadura, tenía la desgracia de ser la última en enterarse de lo que pasaba y de lo que se ordenaba debido a su situación geográfica. Después de haber sabido los sucesos de Madrid dudó sobre el partido que debía abrazar, hasta que finalmente recibió por posta de correo el 5 de junio las órdenes de la capital para actuar de acuerdo con los demás pueblos.
De inmediato el teniente de corregidor, Pedro Jacobo Pizarro, ordenó publicar un bando para que ningún vecino se ausentase del pueblo y acudieran todos aquella tarde a presentar en las casas consistoriales las armas de fuego y blancas que tuvieren. Al mismo tiempo convocó al ayuntamiento y le instruyó sobre la necesidad de establecer una Junta integrada con varias personas de las principales del pueblo. Aquella misma tarde se recogieron las armas proporcionadas por los vecinos y se proclamó a Fernando VII por único y legítimo soberano con toda la solemnidad posible en tales circunstancias.
Los componentes de la Junta y otros acompañantes formaron una comitiva que, saliendo del ayuntamiento, recorrió las principales calles de la localidad, encabezada por el teniente de corregidor que llevaba un estandarte y en él una leyenda donde se leía ¡Viva Fernando Séptimo! A su lado iban dos individuos del estado de hijosdalgos, a modo de guardia y con las espadas desnudas. Todos los miembros del Ayuntamiento y Junta así como los demás eclesiásticos y sujetos principales del pueblo formaban dos filas con antorchas o cirios encendidos. Abrían el paso diferentes personas disparando salvas que se confundían con el estruendo de los tambores y el repique de campanas junto con las vivas y aclamaciones más fervorosas; el cortejo se prolongó desde las nueve hasta las once de la noche y contó con un extraordinario concurso de gente de todas las edades. Los varones llevaban fijada en el sombrero la escarapela nacional y una media cinta encarnada.
La Junta trabajó incesantemente, día y noche, en el alistamiento de hombres y envío de auxilios a la capital extremeña. También permanecía atenta a las noticias sobre aproximación de tropas enemigas. Un rumor sobre la presencia de éstas en la vecina Almadén resultó ser completamente falso pero de esa zona se esperaba la avanzada de los franceses dado que el control de las minas de mercurio era considerado un objetivo prioritario. Para advertirles del peligro, por si aún no eran conscientes del mismo, la Junta belalcazareña decidió enviarles dos comisionados.
Las acciones simbólicas contra el invasor no se hicieron esperar: el pregonero leyó una proclama a favor de Fernando VII y acto seguido se procedió a quemar en una hoguera improvisada un impreso titulado Elogios a Napoleón Bonaparte Emperador de los Franceses. Al día siguiente el presidente de la Junta entregó al pueblo congregado una moneda de plata de Napoleón con el busto de éste; tras mofarse del emperador, la moneda sirvió para que los jóvenes la tiroteasen como blanco.
El presidente de la Junta también se encargó de leer a todo el pueblo las proclamas divulgadas en Sevilla contra los franceses.
En los días siguientes la Junta consiguió alistar los 142 hombres que le habían pedido en la capital pacense, con inclusión de clérigos de menores y casados sin hijos, por no alcanzar los solteros el número exigido. Hombres y bagajes fueron enviados a Badajoz. Asimismo, como buenos españoles y católicos, todos los vecinos invocaron sin cesar la ayuda del Todopoderoso.
Hasta entonces todo eran elucubraciones sobre lo que estaba sucediendo. Pero el 7 de junio, en la misma jornada que se estaba produciendo el aciago fracaso de Alcolea, Belalcázar tuvo ocasión de conocer de primera mano noticias más detalladas. Ese día llegaron a la población cuatro militares que venían huyendo desde Madrid, y contaron los horrores presenciados de la cruel venganza de las tropas galas. Iban de paso para incorporarse al Ejército de Andalucía que se estaba formando.
La Junta de Belalcázar creyó en principio que se trataba de desertores pero pronto comprobaron su veracidad, conmoviéndose con los detalles tan escabrosos que oyeron de sus labios.
El teniente de corregidor y presidente de la Junta vio la oportunidad de inflamar aún más los sentimientos de la población contra los invasores y decidió presentar a los huidos a un gran gentío que se había concentrado en la plaza ávido de curiosidad. Salió al balcón en compañía de los evadidos y señalándolos se dirigió a la multitud con estas palabras: Éstos son hermanos nuestros, españoles como nosotros, dignos de que les consolemos y aliviemos; nadie los ofenda. Vienen de Madrid. Han sido testigos de las crueldades que los franceses han ejecutado en aquel gran pueblo, a que estamos unidos con los vínculos más estrechos; han estado ya a riesgo de experimentarlas en sus mismas personas. Oídlo todo de su boca sin artificio.
Cuando concluyeron el relato, el presidente tomó la palabra y lleno de fulgor y con la mayor energía dirigió al pueblo congregado esta ardiente proclama:
Moradores de Belalcázar; leales y fervorosos Españoles: Fernando Séptimo, ese ejemplar raro de virtudes y de desgracias; ese objeto digno de nuestro honor y de nuestras más bien fundadas esperanzas, ese que respirando gozo y envueltos en lágrimas proclamamos por esas calles con la mayor solemnidad que nos fue posible por nuestro único y legítimo Soberano, ha sido arrebatado de entre nosotros. Su amada Nación Española, nosotros mismos, vamos a desaparecer. Esta vasta, ilustre y poderosa Monarquía va a formar una de las Provincias de ese monstruoso Imperio, que fundado sobre la ruina de muchos no puede subsistir.
¿Y quién es el autor de tanto mal? ¿Quién promueve tan depravados intentos? Ninguno de vosotros lo ignora: Napoleón, ese hombre feroz ¿Y cuáles son los medios con que trata de extender su tiranía? La perfidia y el engaño. Sí, el engaño. Humano sin humanidad, religioso sin religión, amigo sin amistad, bienhechor sin beneficencia, ha engañado a los Príncipes y Naciones más grandes y respetables, y ha venido a consumar sus engaños con la nuestra. El menor de vosotros lo conoce y lo sabe; y así despreciarle. En lugar del título de Gran Emperador, con que ha manchado la historia, sustituirle, para desagravio de la verdad, el de Gran Engañador.
No hay quien no respire estos sentimientos, y conozca estas verdades. Hasta los facinerosos abandonan el asilo miserable de sus guaridas, y corren a alistarse en nuestras Banderas, para vengar tamañas injurias, y lavar con su sangre las manchas que por desgracia hubiesen contraído con sus excesos. ¿Y vosotros que por fortuna habéis vivido obedientes siempre a las leyes y al Soberano; vosotros que gozáis en paz y sin sobresaltos el fruto de vuestro trabajo, el sudor y buen nombre adquirido por vuestros virtuosos mayores, os resolveréis a perderlos, entregándoos a una detestable inacción? No lo creo.
Extremeños: nuestros ilustres progenitores se internaron en regiones lejanas, en terrenos los más horribles, dañosos y salvajes, peleando constantemente con la hambre y las mayores fatigas, y arrostrando todo género de peligros para lograr el engrandecimiento de esta vasta Monarquía. ¿Y veremos ahora nosotros con serenidad, que las hermosas Provincias que la componen desaparezcan, no sostengan íntegra su independencia, su Religión y su legítimo Soberano, y caigan confundidas en el horroroso abismo de ese Imperio? No lo pienso.
Alentémonos, pues. La Nación entera está alarmada y resuelta a sacudir tan infame yugo, derramando si fuese preciso hasta la última gota de sangre. Ya no hay en España Extremeños, Andaluces, Valencianos, Aragoneses ni de otras Provincias; hay sólo Españoles. Estamos expatriados en nuestro propio suelo. Por lo mismo todo buen español debe reunir ahora el amor y el concepto de su Patria, en común y en particular, sobre cualquier palmo de tierra que pise un soldado de Napoleón; y como si allí hubiese respirado el primer aliento, correr a exhalar allí, allí el último suspiro, hasta conseguir su exterminio.
Alentémonos, repito: pues nuestra Nación, aunque aniquilada y envilecida dolorosamente hasta un punto increíble con un reinado de veinte años, siempre merece y puede sostener el concepto de una Nación grande. Ya no separa a los Pueblos ni las Provincias distancia alguna: démonos todos, todos las manos, y formemos una cadena invencible. Invencible, sí: porque nuestro adorable Dios, sin cuyo auxilio nada podemos ni somos, está con nosotros. La unión que reina en la Nación entera, es una prueba evidente de que nos protege.
Alentémonos en fin, porque somos ya muy poderosos, y nuestro enemigo muy débil. Contadle ya vencido. Dentro de pocos días habremos sacudido ese yugo opresor, y nuestra sagrada Religión, nuestro Soberano y nuestra Patria aparecerán triunfantes.
¿Os queda aún algún recelo? No. El temor de la muerte no se descubre en vuestro semblante. Los que nos han precedido, y los que vinieren después de nosotros envidiarán nuestra suerte dichosa, si fuere preciso y lográsemos morir en esta ocasión.
Yo nací Andaluz; pero ya no soy ni quiero ser más que honrado Español. Este es el manto que a todos debe cubrirnos, y el timbre que debemos sostener. Si me fuese dado perder la vida por causa tan justa y tan gloriosa no me pesarían treinta y tres años de edad, que de otro modo se me harán gravosos.
Españoles: vamos todos a morir para siempre vivir en el cielo y en la tierra. Levantemos el grito; y ¡Ojalá penetrase el corazón de ese tirano! Digámosle, Napoleón, Napoleón, restitúyenos esos personajes que nos has robado, para que la Nación los honre, premie o castigue según su mérito. Llena este deber y déjanos en paz. Si no lo haces, tus triunfos bastardos, tus glorias efímeras, tú mismo servirás de trofeo a España. Esta Nación verdaderamente grande, quitado ya el freno injusto, criminal, escandaloso que tenía ahogada su virtud, su esplendor, su prosperidad y su poder, se ha hecho irresistible. Y si contra nuestras más bien fundadas esperanzas, y por altos fines que no nos es lícito investigar, hubiese de prolongarse su tiránico Imperio, y verificarse nuestra ruina, sábete que España quedará hecha un desierto cubierto de cenizas, y sellado en ellas con caracteres indelebles nuestro último aliento por la Religión, por el Rey, y por la Patria.
Pasaron unos cuantos días y el fracaso de la flota francesa en la bahía de Cádiz y el reagrupamiento del ejército español de Andalucía bajo la dirección del general Castaños convencieron a los franceses de la necesidad de abandonar Córdoba y retirarse a las estribaciones de la Sierra Morena jiennense. El ejército español se fue concentrando en Córdoba; el 29 de junio salieron de Villanueva de Córdoba 48 escopeteros escogidos para incorporarse a los batallones de paisanos de Sierra Morena, agregados al Ejército, así como importantes suministros en dinero y especie. El 19 de julio tiene lugar la célebre batalla de Bailén, primera derrota en campo abierto sufrida en Europa por las armas napoleónicas y esta victoria supone la liberación momentánea de toda Andalucía, e incluso el abandono de Madrid por parte de José I Bonaparte. Muchos lugareños de los Pedroches participaron en la heroica jornada como lo atestiguan las cuentas municipales de Torrecampo que emplearon 196 reales en conducir a los mozos voluntarios que se alistaron para el ejército y pasaron a Córdoba con el propósito de reunirse con el ejército de Castaños y hacer frente a los franceses. En los días anteriores Torrecampo, como las demás villas hermanas, había suministrado numerosas vituallas para las tropas españolas que se estaban concentrando en la ciudad de Córdoba. También algunos hinojoseños y pozoalbenses lucharon y murieron en esta batalla.
En los siguientes 18 meses, hasta enero de 1810, los Pedroches evitarán la presencia directa francesa en su territorio aunque no faltarán las movilizaciones y ayudas a favor de otras zonas amenazadas.
A partir de septiembre de 1808 los protocolos notariales acogen un considerable número de documentos que demuestran la movilización patriótica de toda la población para combatir a los franceses. En uno de ellos el soldado inválido Alfonso Ruiz, de Pozoblanco, pese a su estado, se ofrece voluntario para servir en el ejército. Un viudo, Antonio González, realiza una escritura similar. En otras ocasiones la partida es obligada por haber correspondido plaza de reemplazo, como le sucede a Francisco Llergo, pero antes de abandonar la localidad procura nombrar un apoderado que se encargue de la administración de su casa, de una piara de ovejas, de varios efectos y de diversos créditos a su favor. Muchos de estos soldados harán testamento inmediatamente antes de partir.
En general la respuesta de los pedrocheños a la causa patriótica fue en los primeros momentos de la contienda muy favorable, con masivas incorporaciones a los ejércitos y partidas. Sin embargo, a medida que el conflicto se prolongaba y llegaban los fracasos militares, el entusiasmo decayó bastante y las fuentes muestran frecuentes casos de artimañas para evitar el alistamiento y también de deserciones en toda regla.
Sorprende, por ejemplo, que una villa como Pozoblanco estuviera sin maestro de primeras letras y en plenas operaciones militares aparecieran de improviso y simultáneamente cinco candidatos. No hay duda que lo que pretendían era evitar el alistamiento en el ejército pues los maestros con escuela abierta estaban exentos de ser movilizados en número proporcional al tamaño de la población donde ejercían.
Las deserciones se incrementan de forma considerable tras la batalla de Bailén. Hasta entonces los paisanos habían combatido en lugares cercanos y conocidos, en defensa directa de lo suyo, pero el desplazamiento a frentes de batalla tan alejados como la frontera portuguesa, el río Tajo o más lejanos aún, resultaba poco apetecible. Las escrituras de fianzas a favor de imputados de deserción se multiplican en las escribanías de toda la comarca; Alfonso Sánchez Vioque, vecino de El Viso, se presenta a finales de 1808 para proporcionar fianza por dos de sus hijos, soldados que habían estado de permiso y no se habían reincorporado a sus unidades motivo por el que habían sido prendidos y conducidos a la cárcel del Partido en Pozoblanco, donde se hallaban.
Un caso similar lo proporcionan en abril de 1809 dos vecinos de Villanueva de Córdoba y soldados del ejército de Extremadura, desertores tras la batalla de Medellín.
Pozoblanco también aporta ejemplos como el protagonizado por el soldado Francisco Moreno Santos cuyo padre intercede a su favor en abril de 1809 con alegaciones de lo más peregrinas…con motivo de las ocurrencias de nuestro Ejército de Extremadura, se extravió de él ignorando por entonces donde existía, y como se hallase escaso casi en un todo de prendas de vestir, determinó venir a equiparse a esta villa…
El fenómeno de las deserciones continuará durante toda el conflicto, incluido el período de dominación efectiva francesa, como atestiguan los gastos que aparecen en partidas municipales sobre la conducción de prófugos desde distintas villas de los Pedroches a la cárcel de Pozoblanco.
Las unidades militares donde se encuadraron los naturales y vecinos de los Pedroches fueron muy variadas: algunas de las que más se prodigan en la documentación fueron el Segundo Regimiento de España; la Tercera Compañía del Regimiento de Infantería de Jaén; el Regimiento de Voluntarios de Córdoba, el de Granaderos Provinciales de Andalucía, el Regimiento de Infantería de Córdoba, el Batallón de Voluntarios de Osuna...
El trasiego y la estancia de militares foráneos en la comarca en distintas fases de la guerra darán lugar a la aparición de vínculos afectivos y amorosos con la población autóctona. Aunque circula la leyenda de que el pelo bermejo de los noriegos se debe a la fogosidad de un sacerdote que ejerció, y bien, en la localidad, otras fuentes señalan como responsable del injerto a un destacamento de soldados escoceses de la 5ª División del general Blake, dirigidos por el brigadier Creagh, que estuvieron acantonados en la villa de Añora. Sea lo que fuere, sabemos que el leonés don Manuel Astradi, capitán del Regimiento de Caballería Cazadores de La Mancha, compareció ante el escribano en Pozoblanco en unión de la pozoalbense doña Emiliana Montes Blanco, de tan sólo 16 años de edad, a fin de …vincular honesta e indisolublemente el sumo amor que se profesan y evitar los riesgos a que están expuestos y las infaustas consecuencias que pueden resultar en detrimento de sus conciencias y ofensa de la divina omnipotencia…, es decir, a contraer matrimonio urgente.
Después de Bailén, aunque inquietos por la amenaza latente, la rutina y los asuntos cotidianos vuelven a atraer la atención de los lugareños. Las cuentas de propios de la villa de Torrecampo para 1808-1809 nos sirven de perfecto observatorio de esta aparente normalidad aunque también se prodiguen las noticias que atañen directa o indirectamente a la guerra.
Al iniciarse el año 1809 se produce la tradicional renovación de cargos municipales, comenzando por los dos alcaldes ordinarios. Se promueven plegarias a San Sebastián y votos solemnes a Nuestra Señora de Veredas y a las Cruces; don Francisco Alarcón sigue al frente de la botica del pueblo, que también abona salario a un médico, un maestro de primeras letras, un cirujano e incluso a un relojero y un correo; se suceden las tradicionales predicaciones de frailes en tiempo de adviento, los vecinos obtienen primas por matar cantidades enormes de zorros y bastantes lobos… Pese a todo, las actividades bélicas adquieren un protagonismo casi absorbente.
Las remesas y suministros para sostener a las tropas en la segunda mitad del año de 1808 van dirigidas sobretodo a Córdoba, Montoro, Almadén, Puertollano, La Carolina y otras localidades, lugares de destino asimismo de numerosos pedrocheños, voluntarios o no, para engrosar los ejércitos españoles. También se han de hacer cargo las Siete Villas del mantenimiento de un número indeterminado de prisioneros franceses capturados en la batalla de Bailén y en otras escaramuzas.
La mayor parte de las provisiones suministradas a las tropas hispanas están constituidas por pan, ganado vacuno, carneros y cabras, jamones, carne, tocino, trigo y cebada, vino, garbanzos, aceite, picón, calzado y paja para las caballerías. Se hace habitual igualmente la requisa de caballos. No faltan tampoco las remesas de dinero aunque a veces son los propios comisarios de guerra los que se dejan caer por las distintas poblaciones para exigir manu militari la entrega de miles de reales en metálico.
Si en los primeros meses existe abundancia de alimentos, favorecida por la recogida de la cosecha veraniega, poco a poco los desajustes de la guerra provocan la aparición de cierto grado de desabastecimiento y, como consecuencia, la carestía e inflación de precios.
Al comenzar el año de 1809 la fanega de trigo costaba en los Pedroches 30 reales; en junio, inmediatamente antes de la cosecha, 47, y al final del año descendía a 40 reales, precio que se mantuvo hasta que se produce la nueva ocupación francesa. Por su parte la fanega de cebada se incrementará en las mismas fechas de 24 a 40 reales. Y la libra de pan, de 24 a 34 maravedíes.
Los gastos motivados por la guerra abultan las partidas presupuestarias de los ayuntamientos y los vecinos son sometidos a cargas impositivas e incautaciones masivas que nunca parecen tener fin.
En enero de 1809 el general Tomás de Zeraín ordenó a las villas de los Pedroches el envío a Almadén, donde estaba acampado su ejército, de importantes cantidades de trigo extraídas de los distintos pósitos con supuesta condición de reintegro así como municiones, dinero y todos los efectivos humanos disponibles para situarlos como tiradores en los apostaderos y gargantas de la sierra; en virtud de esta orden Villanueva de Córdoba facilitó 25 jarotes quintados entre solteros y viudos sin hijos y otros 16 escopeteros que se ofrecieron voluntarios; también entregaron casi 8.000 reales y 437 fanegas de trigo.
El 16 de febrero transitaron por los Pedroches con dirección a Almadén los Regimientos de Infantería de España, Córdoba y Jaén que también tuvieron que ser asistidos por los vecinos.
En junio las peticiones de cebada y trigo vuelven a repetirse con el mismo destino; en agosto Zeraín solicita desde Puertollano miles de raciones de pan y cantidades considerables de garbanzos para sus tropas. Como el ejército se mueve al compás de las maniobras del enemigo, los lugares de acopio de víveres también van cambiando: Chillón, Agudo, Montoro, Villanueva de la Serena… Córdoba también exige su correspondiente cuota y los comisionados de guerra españoles enviados desde la capital planean como buitres sobre la comarca, rapiñando sin cesar todo lo que se pone a su alcance.
Los soldados en tránsito por la comarca, los nuevos alistados y quienes se reincorporan a sus unidades tras un período de descanso motivado por heridas u otras causas, son objeto asimismo de las atenciones presupuestarias de las distintas villas.
Pero no sólo el Ejército regular es el responsable de todos estos dispendios; las partidas de guerrilleros, que en muchas ocasiones no son sino bandas de forajidos oportunistas, exigen también su parte de botín sin miramiento alguno. Las cuentas de propios de las distintas villas muestran los desembolsos constantes que tuvieron que hacer al paso de estos grupos armados, y en ocasiones señalan su actitud amenazante y grosera.
Las consecuencias de tanto trajín se aprecian también en la demografía; ante la inseguridad de los tiempos se produce un descenso en el número de criaturas nacidas pero las tropelías de la guerra y la relajación de costumbres hacen que se dispare la cifra de niños expósitos, cuya manutención consume su parte alícuota de los presupuestos municipales.
La población estante que no ha sido movilizada contribuye igualmente al esfuerzo militar. Los habitantes de Torrecampo y otras villas cercanas son conducidos en los últimos meses de 1808 y comienzos de 1809 a Puerto Mochuelo desde donde se dedican a vigilar la amenaza que supone el paso de ejércitos franceses con destino a Extremadura y Portugal desde Castilla. Decenas de hombres, armados con picos y azadas, se ocupan durante el crudo invierno de fortificar el puerto y de construir barracas para abrigo de los patriotas, entre los que destacan los numerosos escopeteros que guardan las gargantas de Sierra Morena para sostener la previsible embestida de los ejércitos franceses. Algunas unidades de estos escopeteros pedrocheños se concentraron en la localidad de Puertollano bajo el mando del presidente de la Junta de Gobierno de Pozoblanco, el militar Pedro Angulo. El sustento de todo este personal también corría por cuenta de los ayuntamientos de la comarca así como el gasto efectuado en armamento, pólvora y balas.
Durante el año de 1809 uno de los objetivos principales de las villas más próximas al Guadamora fue el de reparar uno de los puentes que estaba muy deteriorado. Diversas partidas presupuestarias nos hablan de la tala de árboles y corte de maderos destinados a la composición del citado puente.
Los herreros y albéitares fueron de los profesionales que más se prodigaron durante la contienda. La reparación de armamento, carruajes y otros artefactos e instrumentos así como la atención a las cabalgaduras no les dejaba un momento de respiro. No se quedaron atrás los arrieros cuya participación y colaboración resultaron indispensables tanto en los frentes de batalla como en la retaguardia. Algunos vecinos de los Pedroches amasaron una gran fortuna en estos años con la citada actividad. De las Casas Deza se hace eco en su Corografía de esta vertiente de la contienda en los Pedroches. Al referirse a Pozoblanco, por ejemplo, afirma que en la villa no faltaban hacendados e importantes caudales, algunos de los cuales provenían del …tiempo de la dominación francesa con lo mucho que ganaron sus vecinos sirviendo con gran número de caballerías en las brigadas de los ejércitos ingleses y españoles…
Pese al mal concepto que tenía de los pedrocheños en general, y de los tarugos en particular, las Casas Deza, apodado aquí Chocolates por su tez oscura, mote que le molestaba sobremanera, no puede ocultar en cierto modo la admiración hacia los naturales cuando anota en otra de sus obras refiriéndose a los pozoalbenses: …se dedican a la arriería y van a la fin del mundo…También incluye a la villa de El Viso entre las beneficiadas por el tráfico comercial de arrieros durante el conflicto bélico.
El control del comercio y el monopolio que tratan de ejercer los naturales de la zona estimulan el celo de las Juntas de Gobierno de las respectivas villas que procederán contra todas las actividades y personas sospechosas de colaborar o comerciar con los ocupantes franceses. Así, en junio de 1809 la Junta de Pozoblanco actúa contra un vecino de Valladolid y otro de Laguna de Cameros, a los que encarcela acusándolos de haber dispuesto llevar géneros de chocolate a pueblos ocupados por los franceses; embargan sus bienes y géneros y los venden en pública subasta. Situación similar se produjo con varios arrieros foráneos que habían llegado a la localidad con artículos de chocolate adquiridos en la ciudad de Cádiz y que pretendían vender en Toledo, Orgaz y otros pueblos de la Mancha.
Transcurrido un año del aniversario de los sucesos de mayo en Madrid las autoridades locales aprovechan para afirmar el espíritu guerrero y el patriotismo de los vecinos. En todas las villas los vicarios celebran votos y funerales por los españoles fallecidos en la capital española.
Los franceses residentes en la zona atraen la atención de las autoridades. La denominada Real Junta de Represalias del Reino había formulado en Sevilla unas instrucciones que indicaban el modo de proceder en estos casos, estableciendo el embargo y venta de sus bienes.
En Pozoblanco, en marzo de 1809, se encontraban presos en la pieza alta de la cárcel, los franceses Esteban Condouret y Juan Inyos; su oficio era el de castradores de cuatro pelos. Se produce entonces la petición de libertad a cambio de fianza justificándola en …la necesidad absoluta que hay de semejantes profesionales para las ganaderías… y considerando la buena conducta de los ya citados y los repetidos clamores de los ganaderos… La autoridad condescendió a la petición. Esteban Condouret era un caso especial pues llevaba residiendo en España 24 años, era vecino de Pozoblanco y había casado con una pozoalbense.
Sabemos también de un caso curioso acaecido en la vecina Villanueva de Córdoba: un dragón francés llamado Juan Jacobo sufrió una fractura en la pierna y cuando su escuadrón pasó por la villa en uno de los desplazamientos de reconocimiento por estas tierras previos a la invasión definitiva de Andalucía, el mariscal Víctor decidió que el soldado permaneciera en ella para ser asistido de las heridas hasta su completa curación. Abandonado a su suerte, el francés temió ser objeto de las represalias de los vecinos, lo que no tuvo lugar. Es más, con ocasión de la llegada de una partida de guerrilleros a Villanueva en febrero de 1810 y conocedores de la existencia de este francés lo sacaron a la fuerza de la casa en que se hospedaba y tras insultarle lo arrastraron por las calles con la intención de ejecutarlo pero los propios vecinos se interpusieron en su defensa y obligaron a los guerrilleros a marcharse.

EL PERÍODO DE DOMINACIÓN FRANCESA (ENERO DE 1810 A AGOSTO DE 1812)
El fracaso de los españoles en Ocaña en noviembre de 1809 dejó vía libre a los ejércitos imperiales para proceder a la invasión de Andalucía, dirigida por el mariscal Soult con unos efectivos militares de 55.000 soldados desplegados en tres cuerpos de ejércitos bajo el mando de los también mariscales Víctor, Sebastiani y Mortier, y uno de reserva con el general Dessolles.
Víctor avanza por la derecha en dirección a Almadén; Mortier y Dessolles lo hacen por el centro hacia Santa Cruz de Mudela y Ciudad Real; por último, Sebastiani toma el ala izquierda y se planta en Villanueva de los Infantes. El tridente francés está preparado para la invasión y frente a él los restos del ejército español vencido unas jornadas antes sólo pueden ofrecer unos 25.000 hombres desplegados a la defensiva por toda Sierra Morena, desde Venta de Cárdenas a Santa Elena y en Venta Nueva. Los españoles son superados con facilidad, y sin apenas impedimento los franceses ocuparán en dos semanas prácticamente toda Andalucía, salvo Cádiz. Permanecerán en la región casi tres años.
Córdoba queda en la nueva organización administrativa impuesta por los invasores como una Prefectura, dividida a su vez en Partidos Militares; algunos de ellos serán los de Espiel, Belalcázar y Pozoblanco, éste último nombrado como Partido de la Sierra.
La autoridad francesa en la zona queda perfectamente comprobada en la documentación de la época: en los protocolos notariales de Pozoblanco los documentos y papeles oficiales llevan el sello de José Bonaparte desde el mes de marzo de 1810 hasta septiembre de 1812; en octubre de este último año vienen encabezados ya por el sello de Fernando VII. De igual modo los documentos depositados en el archivo municipal de Belalcázar muestran claramente la subordinación forzosa y total a los ocupantes, con impresos redactados incluso en lengua francesa y estampados con el sello de las autoridades de Napoleón.
Contamos con diversas fuentes para confirmar la presencia y actuación de las tropas francesas en la comarca. Las más corresponden a Belalcázar, punto estratégico en el tránsito de los ejércitos entre Extremadura, Andalucía y La Mancha, pero también disponemos de algunas concisas referencias a otras poblaciones.
Según Las Casas-Deza tropas francesas hicieron acto de presencia en la villa de Belalcázar en la tarde del 16 de enero de 1810. Estaban compuestas por sesenta dragones pertenecientes al ejército del mariscal Víctor, que se encontraba en Almadén y se disponía a penetrar en Andalucía …Estuvieron pocas horas; pero los vecinos temerosos de que el ejército pasase por la villa la abandonaron, y con sus familias y efectos que pudieron llevar se fueron a las dehesas de las Alcantarillas, Cachiporro, Armijos y Madroñiz, y hasta las monjas se salieron del convento, quedando apenas en el pueblo cuarenta vecinos, entre ellos los curas; mas el ejército no pasó por allí, ni los franceses se volvieron a ver hasta el sábado víspera de Ramos 14 de abril, en que se presentaron 180 hombres para exigir al vecindario una contribución de 100.000 reales, de que solo pagó la mitad, por haber el general Desolle, que a la sazón estaba en Córdoba, perdonado la otra mitad… En esta última fecha también está constatada la presencia gala en Hinojosa: algunos de sus vecinos fueron fusilados en la cruz de la Media Legua, junto a la ermita de San Bartolomé, que fue profanada.
La documentación consultada en el archivo certifica que la tropa francesa que había estado en Belalcázar el 16 de enero realizando una descubierta desde su base en Almadén había consumido 150 raciones de pan, 30 arrobas de vino, 1de aguardiente y 10 fanegas de cebada. También se llevaron cantidades diversas de tocino, aguardiente y vino, además de un mulo y un caballo. El documento prueba también que en esas fechas la dominación de la comarca pedrocheña por las tropas napoleónicas era prácticamente un hecho. El comandante militar francés, el Barón de Saint-Pol, envió una orden al ayuntamiento para que condujeran a Pozoblanco y de ésta a Villanueva de la Jara 1.500 raciones de pan.
Dispongo de otro testimonio que confirma la presencia de tropas francesas en Belalcázar a mediados del mes de enero, días antes de la definitiva conquista de Córdoba por los franceses. En el libro de biografías sobre las monjas clarisas fallecidas en el convento de Jesús de la Columna, en la reseña perteneciente a la pozoalbense sor Inés Josefa de la Columna, se afirma que abandonó el convento y se retiró a ocultarse en lugares solitarios como la ermita de la Virgen de la Alcantarilla. Pasada la primera sorpresa Inés Josefa volvió al convento. La huida fue debida al temor que se extendió entre la población ante los rumores de la inminente llegada de los franceses pero una vez que éstos desistieron de hacerse, por el momento, con el control efectivo de la villa, muchos de los vecinos regresaron a sus hogares. Situaciones similares, de pavor ante la presencia de los franceses, se produjeron también en otras poblaciones y conventos de la zona, como el de Pedroche. A su paso por Villanueva de Córdoba las tropas de Víctor se apoderaron de los más de 32.000 reales que había en las arcas del pósito.
Una memoria que contabiliza las partidas extraídas del real pósito de Pozoblanco durante el período de la guerra alude asimismo a la presencia de tropas francesas en las fechas que venimos mencionando: …en enero de 1810 para raciones para las tropas francesas que invadieron y ocuparon las Andalucías, 164 fanegas de trigo…
Las informaciones de Las Casas-Deza y las que acabamos de aportar están contrastadas igualmente con la que proporciona el Conde de Toreno: Llegó también luego a Andújar el mariscal Víctor, que desde Almadén no había encontrado grandes tropiezos en cruzar la sierra… Después de hacer algunos reconocimientos hacia Santa Eufemia y Belalcázar, se dirigió sin artillería ni bagajes por Torrecampo, Villanueva de la Jara y Montoro a Andújar, en donde se unió con las fuerzas de su nación…
Al cabo de una semana, el 23 de enero, las tropas francesas al mando de Víctor ocuparon la capital provincial y sólo tres días después la ciudad sería visitada por el propio José Bonaparte. El general Dessolles fue nombrado Gobernador Militar de Córdoba.
Los franceses se limitan a establecer algunas guarniciones permanentes en los pueblos más estratégicos como Belalcázar o Espiel, bajo la autoridad suprema militar, pero la organización política de las distintas villas varía poco. Es sintomático que tanto el corregidor de las Siete Villas, Dionisio Catalán, como los tenientes de corregidor del condado de Belalcázar, incluido el hasta entonces fogoso Pizarro, mantienen sus puestos y pasan a convertirse en dóciles interlocutores de las relaciones entre ocupantes y vecinos.
La dominación francesa prosigue. Ramírez de Las Casas-Deza refiriéndose a Belalcázar anota: A últimos de mayo de 1810 volvió a ir a esta villa una compañía de infantería, y el primero de junio por orden del gobernador general de la provincia se principió a habilitar el castillo para alojamiento de las tropas francesas que se posesionaron de él a últimos del mismo mes, quedando de guarnición 200 hombres de infantería y caballería.
En julio de 1810 las autoridades francesas exigen alimentos y medios de transporte a los pueblos de los Pedroches, reclamación que se convertirá en una cantinela constante en los siguientes dos años.
Joaquín Ramírez Blanco, escribano de Torremilano, es designado por los franceses Administrador de Bienes Nacionales del denominado Partido de la Sierra y como tal pasará a ser la personalidad afrancesada más importante en la zona; esta colaboración le traerá problemas al finalizar la ocupación extranjera. En cada población se nombra igualmente un Administrador responsable de la gestión de los acopios y distribución de bienes y alimentos, especialmente de los suministros a tropas napoleónicas. En Belalcázar será el vicario José Manso Pérez el encargado de esta función. Por sus manos pasarán a lo largo de 1810 miles de fanegas de trigo, cebada y otros productos con destino a las tropas de infantería y caballería francesas.
A partir del momento de la ocupación la vida de los pedrocheños tuvo que hacerse muy difícil. Las demandas de los ocupantes iban en aumento exigiendo alimentos, imponiendo contribuciones, saqueando todo lo que tuviera algún valor, reuniendo los objetos preciosos, incluidos los de parroquias y monasterios, expropiando carruajes y cometiendo todo tipo de abusos contra la población indefensa.
Pero la tremenda carga impositiva que tiene que soportar la población nunca es bastante para la voracidad del invasor que amenaza con aplicar a las autoridades y vecinos los más severos castigos.
Pueblos como el de Belalcázar están verdaderamente acogotados; los vecinos exponen que carecen de lo más imprescindible para poder subsistir y piden que no se reclamen más suministros. La situación es igual de asfixiante en otros lugares de la comarca. El ayuntamiento pozoalbense se queja oficialmente de las miserias que asolan a los vecinos que afectan tanto a su industria como al comercio, riquezas y consumos, ganaderías y productos agrícolas. Tienen pendiente además, la finalización de la gran ampliación de la iglesia parroquial de Santa Catalina. Afirman que no tienen ni para subsistir y pese a ello son cargados continuamente con enormes gravámenes y tributos.
Los franceses siguen a lo suyo. En febrero de 1811 despacharon órdenes imperiosas desde Córdoba para que los vecinos de la comarca suministraran, voluntaria o forzosamente, medios de transporte, especialmente carros y bueyes, así como provisiones de alimentos. La urgencia estuvo motivada por las consecuencias de la batalla de Gévora; según De las Casas Deza: El 25 de febrero de 1811 entraron en el convento de los Cinco Mártires de Marruecos de Belalcázar unos 3.000 españoles prisioneros con su general Virues; los oficiales estuvieron en el castillo. El 18 de marzo se alojó en el mismo convento la guarnición apresada en Badajoz que constaba de 8 a 10.000 hombres, y los oficiales en el pueblo, donde había más de 5.000 hombres entre franceses y españoles, por lo que era estrecha la villa para contener tanta gente.
La aglomeración de personas y tropas ya había obligado desde septiembre de 1810 a realizar obras de reparación y acondicionamiento de distintos edificios en la vecina Hinojosa del Duque, como el convento franciscano de San Diego, para servir de acomodo a las fuerzas de ocupación. Los monasterios franciscanos masculinos fueron ocupados por los franceses con fines específicamente militares o paramilitares lo que significó el desalojo de los religiosos. La exclaustración se llevó a cabo sin demora. Los dos conventos citados, el de los Cinco Mártires de Marruecos, en Belalcázar, y el de San Diego en Hinojosa, se verían muy afectados por estos acontecimientos y a partir de entonces sufrieron un estado progresivo de deterioro que en el caso del edificio de Belalcázar era ya irreversible veinte años después. En el monasterio de Hinojosa los franceses cometieron todo tipo de atropellos y hasta desmontaron y se llevaron el órgano grande allí existente.
A partir de la primavera de 1811 se produjeron varios intentos serios de invertir el dominio en la zona por parte de tropas hispano-británicas. Así lo cuenta Las Casas-Deza: El 6 de mayo de 1811 una división de 5 a 6.000 ingleses puso sitio al castillo de Belalcázar que era, y lo fue en adelante, almacén general de provisiones y solo tenía unos cuarenta hombres de guarnición al mando de Monsieur Charpentier, comandante del castillo. Colocaron las baterías hacia la fuente llamada de Ulloa, sitio algo elevado no muy distante de la fortaleza por la parte de oriente, y habiéndole arrojado más de 200 balas de cañón con dos de a cuatro que traían, no consiguieron otra cosa que desconchar levemente el muro de aquel lado. Hicieron igualmente contra los pocos franceses allí encerrados mucho fuego de fusilería. Y sin más resultado que la muerte de dos ingleses y algunos pocos heridos, desesperados de tomarlo, a las veinticuatro horas levantaron el sitio.
Y prosigue: El 6 de junio siguiente, el brigadier D. Pablo Morillo con unos 1.000 hombres sorprendió diestramente a las once y media de la noche, a pesar de la brillante claridad de la luna, a 560 franceses que componían la columna móvil del partido de la sierra. Les hizo 113 prisiones, entre ellos un capitán de dragones, y otro de infantería, y les tomó mucho equipaje; mas sin embargo del combate que se trabó, y del mucho fuego que se hizo dentro del pueblo, sucedieron pocas muertes y desgracias, pues sólo murieron tres españoles y cuatro franceses, y hubo pocos heridos.
Las operaciones militares anteriores tienen también cabida en la obra del Conde de Toreno aunque las cifras difieren algo. Y sobre el protagonismo del brigadier Morillo en estas operaciones expresa: Quien más inquietó al enemigo hacia aquella parte fue don Pablo Morillo a la cabeza de la segunda división del 5.º ejército…
Estas acometidas produjeron la inquina de las autoridades francesas para con los vecinos de los Pedroches, a los que no dudan en acusar de complicidad, especialmente con motivo del ataque de mayo al castillo de Belalcázar. Las represalias no se hacen esperar con la imposición de enormes sanciones y la amenaza de ejecuciones sumarísimas sobre los habitantes de la citada villa y la de Hinojosa. Como primera providencia del intento de asalto anglo-español al castillo el mando francés, encabezado por el comandante Normand, que se encuentra en la villa desde el 14 de mayo al frente de 500 hombres de la Columna Móvil Imperial de la Sierra, abre expediente y comunica a las autoridades de la villa la orden recibida para poner a diez individuos del pueblo presos en el castillo y proceder a la sanción de una contribución extraordinaria de 200.000 reales y 300 pares de zapatos a sufragar por los vecinos. Las protestas sólo consiguen que la suma sea rebajada a 50.000 reales pero tampoco esa cifra está al alcance de los depauperados habitantes. Por su parte, Hinojosa es castigada a abonar 400.000 reales.
El corregidor Pizarro decide dirigirse directamente al Gobernador francés en Córdoba para defender la inocencia de los vecinos, que según él nada habían hecho para merecer tan espantoso castigo.
La visión de los franceses sobre lo acontecido en el ataque aliado contra la fortaleza difería bastante: según el Barón de Saint Pol, Gobernador Particular de la Provincia de Córdoba y encargado de la ejecución de las medidas adoptadas, los habitantes de Belalcázar e Hinojosa se habían levantado a la llegada del ejército anglo-español, habían insultado a la guarnición francesa que se hallaba en el castillo y favorecido todas las empresas del enemigo en los días cinco y seis de mayo de 1811. Sus habitantes quedaban por ello sujetos a sufrir lo decretado.
Los regidores de Belalcázar consiguieron aplazar el ultimátum fechado para el 20 de mayo e incluso Pizarro viajó a Córdoba para negociar personalmente el perdón. Al cabo de más de un mes, el 23 de junio, el corregidor convoca al ayuntamiento para informarle de las gestiones. Achaca a la inseguridad de los caminos la tardanza en volver a la villa y les expone que sus gestiones no habían dado resultado y el Barón de Saint Pol exigía ya la inmediata entrega de los 50.000 reales sin excusa alguna y bajo las más graves amenazas.
Los munícipes comprueban que les es imposible reunir el dinero e intentan obtener un nuevo aplazamiento dirigiendo el 24 una nueva súplica al Barón de Saint Pol.
Al día siguiente, 25 de junio, a las cinco de la tarde, mientras los regidores esperaban la contestación en el ayuntamiento, el comandante del castillo se presentó en la plaza, a las puertas de las casas consistoriales, y acompañado de una fuerza militar a bayoneta calada y tambor batiente rodeó el ayuntamiento, se introdujo en él y conminó a los presentes a que si en el plazo máximo de dos horas no entregaban la contribución señalada se exigiría doble cantidad y se arrestaría a diez personas de las más notables del pueblo para ser castigadas con el mayor rigor.
Tras nuevas deliberaciones, demandas y detenciones los regidores, con mil fatigas, consiguieron reunir la cantidad exigida, quedando en libertad y concluido este asunto.
Mientras tanto, las ofensivas anglo-españolas iban en aumento. Alarmados por los ataques que recibían, los jefes militares franceses decidieron reforzar sus posiciones en esta zona clave del norte de Córdoba que ponía en comunicación los frentes de batalla extremeño-portugueses con los de Andalucía y alejar de ellos al enemigo. Pero los españoles no cejaban en su empeño y los guerrilleros tomaron protagonismo. La actuación de estos hombres es prácticamente desconocida en los Pedroches. Y sin embargo, hubo una apreciable actividad guerrillera en la zona. Los procedimientos violentos y hasta despiadados de estos partisanos que teóricamente pretendían ayudarles provocaron en la mayor de las veces el rechazo y la animadversión de unos vecinos que en definitiva se sentían igual de amenazados y expoliados por unos que por los otros.
La consulta en archivos me ha proporcionado los nombres de algunas de estas partidas como las de Ojeda, Francisco Díaz el Cojo, el padre Huertas, Giraldo, Francisco Abad, el Caracol, Vicente Jiménez, Feliciano Cuesta o la del sargento Dorado.
Pero para comprobar que el temor popular de la población hacia estos supuestos guerrilleros y el desprecio mostrado hacia ellos estuvieron más que justificados, pasemos a conocer los dos casos siguientes:
A primeros de diciembre de 1809 se seguían autos en Pozoblanco contra Francisco Perea, titulado comandante de guerrillas del ejército de Castilla, y varios acompañantes más, acusados de falsificar un despacho oficial con el que habían extraído a tres vecinos de Torrecampo, otros tantos caballos aparentemente para el servicio del citado ejército, además de otros abusos y excesos. A estas denuncias se fueron sumando diversas otras procedentes de varias localidades por donde habían pasado los pretendidos guerrilleros. El cabecilla y sus compinches fueron a parar a la cárcel.
En agosto de 1816 el corregidor de Pozoblanco, a una solicitud superior de noticias sobre la actuación de guerrillas durante el conflicto, contestaba con esta elocuente respuesta:
Excmo. Sr.
En este partido no ha salido ni creádose partida alguna durante nuestra gloriosa revolución para perseguir a los franceses; pues aunque en la villa de Torrecampo aparentó salir con seis o siete individuos mal opinados Francisco Díaz del Rey (alias El Cojo) y por varias ocasiones causó vejaciones y perjuicios a estos pueblos con robos y violencias, no hay memoria de que jamás esperase a el enemigo pues destinado según sus principios al robo y mala vida encontró con el sagrado nombre de defensor de la patria un escudo a sus crímenes y una facilidad prodigiosa en cometerlos por las circunstancias. Por su impericia en el arte militar y su descuido para comandar hombres, después de haber sido causa del sacrificio de muchos inocentes, pereció en la villa de Pedroche a manos de los enemigos. Antes de todo era zapatero y había sido azotado en la capital de Córdoba por ladrón. Que es cuanto puedo y debo informar…
En el archivo parroquial de Pedroche hay una partida de defunción que reza lo siguiente:
En la villa de Pedroche, diócesis de Córdoba, a los diez días del mes de mayo de 1811 se enterraron frente a la ermita de San Sebastián, extramuros del pueblo, siete difuntos cuyos nombres y naturaleza no se anotan por ignorarse, habiendo muerto sin declaración alguna en el mismo día.
Eran, sin duda, los componentes de la partida del Cojo. Y el apresamiento y ejecución se habían producido sólo cuatro días después del intento anglo-español de tomar el castillo de Belalcázar.
La ausencia de un control efectivo y permanente del territorio provocará un estado de gran inseguridad, incluso una vez alejados los ocupantes franceses. Las noticias de atropellos y asaltos a viajeros por los diferentes caminos de Sierra Morena son continuas en las fuentes documentales consultadas. En 11 de marzo de 1810 el licenciado don Bartolomé López Cachinero Plazuelo, un hijo de éste, y Miguel Rosales y otros arrieros de Pozoblanco volvían de regreso a casa desde Sevilla cuando fueron asaltados por una cuadrilla de ladrones que les robaron diversos bienes, entre ellos las cabalgaduras.
Algo similar sucedió en la noche del 20 de septiembre de 1812 cuando Juan Ledesma fue asaltado y desvalijado entre las villas de Don Benito y Villanueva de la Serena por tres forajidos que le sustrajeron 53 onzas de oro, 1.800 reales en plata, un macho mular con su aparejo, la escopeta y otros efectos; el mulo apareció en noviembre en Chillón donde los bandoleros lo habían cambiado por una yegua. Los autos judiciales fueron instruidos en Pozoblanco.
Si la delincuencia provenía de ciertas minorías mal asumidas y tradicionalmente discriminadas, las medidas contra los malhechores eran contundentes. En 2 de enero de 1813 se seguían autos criminales contra cuatro castellanos nuevos, es decir gitanos, con motivo de la resistencia que ofrecieron cuando eran conducidos presos por esta zona por el hurto de ocho asnos efectuado en el cortijo de la Cañada del Valle, logrando fugarse durante la conducción junto a la Huerta del Bermejo, ayudados de nueve mujeres que los acompañaban, también gitanas; en la escaramuza quedaron muertas dos de ellas y uno de los cómplices.
La necesidad de asegurar en lo posible el tránsito de personas, bagajes y correos obligó por tanto a las autoridades francesas a tomar medidas. En agosto de 1810 Soult, duque de Dalmacia y mariscal del ejército napoleónico, ordenó desde la Prefectura en Córdoba que se formaran brigadas de escopeteros en los distintos pueblos para garantizar las comunicaciones y el orden público, escopeteros que debían ser mantenidos por los propios vecinos; estas brigadas se ubicaron en las principales villas e intersecciones de caminos, como Espiel, Belalcázar, Villanueva del Duque o Pozoblanco. Para transitar, los viajeros debían contar con una Carta de Seguridad a nombre del portador que expresaba su naturaleza, vecindad y rasgos físicos identificadores así como la declaración de haber prestado juramento de fidelidad y obediencia a José Bonaparte y a las leyes impuestas por los franceses.
Los pueblos dominados soportaron las contribuciones y suministros que exigía el gobierno ilegítimo, al mismo tiempo que los territorios libres tenían que afrontar lo necesario para la defensa; fueron numerosos los casos de villas que tenían que atender alternativamente a la manutención de las tropas españolas y enemigas. Por ejemplo, las cuentas que presenta Pozoblanco hablan de un gasto y consumo inventariado en el período 1810-1812 de casi 2.500 fanegas de trigo para raciones a tropas estantes y transeúntes, satisfacción de pedidos de diversa procedencia como Alanís, Espiel y el castillo de Belalcázar, pago de veredas, gastos ocasionados en la mesa de los oficiales franceses, etc… pero también en raciones para unidades de paso españolas que actuaban de sorpresa o bien para partidas de guerrilleros o bandidos como la del Caracol.
Las de Belalcázar señalan para el primer semestre de 1811 la entrega a los franceses de más de mil fanegas de trigo, otras tantas de cebada; 96 reses vacunas; 320 cabezas ovinas y 105 cabras, con un valor total de 123.000 reales, además de otras cantidades apreciables de vino, paja y leña.
En las cuentas de Torrecampo relativas al período de dominación francesa sobre géneros entregados están anotadas miles de raciones de aceite, tocino, jamón, pan, carne, vino, harina, cebada, paja, zapatos, galletas, manteca, aguardiente, carbón, chocolate, herraduras y dinero en efectivo… Aparecen desglosadas en fecha, cantidad y destino: Belalcázar y Pozoblanco acaparan el mayor número de envíos. También incluyen los nombres de los porteadores.
Al término de la guerra las autoridades de los Pedroches reclamarán el valor de lo expoliado pero el gobierno central se encargará de mostrarles la cruda realidad. Cuando Fernando VII vuelva a ocupar el trono ordenará que las localidades afectadas por imposiciones e incautaciones de los españoles las contabilicen a cuenta de los impuestos ordinarios y extraordinarios pero sobre lo entregado a los franceses no se admitirá devolución de cantidad o especie alguna facilitada a los enemigos.

LA RETIRADA DE LOS FRANCESES Y EL FINAL DE LA GUERRA
De los protocolos notariales se desprende que el abandono de los Pedroches por parte de los franceses se produjo en la segunda quincena del mes de agosto de 1812: en Hinojosa del Duque, las monjas concepcionistas fueron desalojadas del convento por los franceses en plena noche del 10 de agosto pues necesitaban las instalaciones a fin de que sirvieran de hospital de campaña; para el mes siguiente ya estaban de vuelta en su monasterio.
En Villanueva de Córdoba hubo que suministrar raciones a tropas francesas que estuvieron acantonadas en espera de abandonar Andalucía así como a una división del ejército imperial que pasó por la villa en agosto al evacuar definitivamente Andalucía. Bajo las órdenes del marisc al Soult y tras esperar la llegada de las fuerzas diseminadas por distintos puntos, entre ellas las situadas en la zona norte de la provincia al mando de Drouet, marcharon todas en retirada en dirección a Granada, camino de la zona levantina peninsular. Precisamente Drouet da cuenta, en una carta de su epistolario subastado en París, de la retirada francesa y ocupación de Pozoblanco por tropas aliadas a finales de agosto de 1812.
Las informaciones sobre el final de la ocupación francesa quedan confirmadas en las noticias que nos proporciona Las Casas-Deza sobre Belalcázar: Finalmente el 28 de agosto de 1812 abandonaron el castillo y el pueblo, y el 11 de septiembre entró en éste una división mandada por el conde de Penne y el brigadier Morillo.
En todas las poblaciones se realizaron votos a los respectivos patronos y una función solemne en acción de gracias por haber dejado los franceses definitivamente las tierras de Andalucía. El vicario de Torrecampo cobró por estos servicios 240 reales pagados por el concejo de la villa.
Liberados los Pedroches a finales de agosto de 1812, la autoridad española nombró interinamente como corregidor en la zona al abogado Ramón Antonio de Antuñano que procedió a designar de modo provisional los cargos municipales de cada villa. Por su parte las autoridades que habían desempeñado el gobierno local subordinadas a la dominación francesa sufren en muchos pueblos las represalias de los nuevos gobernantes.
Precisamente en estas fechas de júbilo y exaltación patriótica tras la expulsión del enemigo, el acontecimiento más notable vivido en las diversas villas fue sin duda el acto de jura de la Constitución aprobada el 19 de marzo de 1812 en Cádiz. Las instrucciones para celebrar la ceremonia parten de la capital del Partido de los Pedroches, a cuyo frente se encuentra Antuñano. Ha quedado constancia documental de este suceso en varias localidades, como Espiel, pero prefiero exponer por su proximidad el concerniente a Torrecampo:
El día 13 de octubre de 1812 se presentó en las casas capitulares el licenciado Antuñano, juez de Primera Instancia de las Siete Villas de los Pedroches y comisionado para hacer notoria al público la Constitución política de la monarquía española promulgada en Cádiz. En presencia de todos los regidores y muchos vecinos vestidos de soldados, con bandera y tambor, y sus escopetas, salieron de dichas casas, que están en la plaza pública, encabezados por su merced el citado Antuñano que se dirigió a un tablado engalanado con alfombras, cortinas de seda y un dosel, y por bajo de éste un retrato de su majestad don Fernando Séptimo, Rey de España y de las Indias. A continuación el escribano leyó a todos los presentes la citada Constitución. Concluida la lectura el Comisionado y Juez se dirigió al público y gritó ¡Viva el Rey, viva la Constitución y viva la Religión!, exhortación a la que todo el público asistente respondió con alegría: ¡Viva, viva, viva! Después, el citado Antuñano, acompañado de la multitud recorrió la villa por las calles principales encontrándose que las puertas de las casas estaban con colgaduras según cada vecino pudo proporcionar, y se renovaron los gritos y vivas en honor del Rey, la Constitución y la Religión, mientras los soldados descargaban las escopetas haciendo repetidas salvas. En esta forma se volvió a la plaza pública y al tablado, vigilado mientras tanto por cuatro soldados que actuaron de centinelas (se comprende que las autoridades no se fiaban mucho de las intenciones del pueblo). Todo se hizo con mucha solemnidad y con repique general de campanas.
Acto seguido las autoridades, vestidas de soldados, entraron en las casas del cabildo para proceder al juramento de guardar la Constitución sancionada por las Cortes y tras formar con bandera y tambor se dirigieron a la iglesia parroquial en la que se puso de manifiesto el Santísimo Sacramento, se principió la misa y al tiempo del ofertorio salió un cura ecónomo de la sacristía dirigiéndose a una mesa vestida donde se encontraban depositados un Misal y la Constitución, a cuyo lado estaba el alcalde de primer voto quien la entregó al ecónomo. Éste subió al púlpito y tras leerla la devolvió a su sitio; después subió al púlpito el vicario de la villa y pronunció una oración alusiva a la ocasión, quedando todos muy complacidos. Acto seguido el clero se dispuso en torno a la mesa engalanada y el señor alcalde subió al presbiterio junto con sus acompañantes y ante el Misal abierto por los Evangelios se tomó juramento al pueblo: ¿Juráis por Dios y por los santos evangelios guardar la Constitución política de la Monarquía española sancionada por las Cortes Generales y Extraordinarias de la Nación y ser fieles al Rey? A lo que todos los oyentes respondieron: sí, juramos. Después de lo cual se cantó en acción de gracias el Tedeum, lo que se practicó con la mayor solemnidad, alegría y gozo de los asistentes, haciendo los soldados diferentes salvas de tiros, particularmente cuando se manifestó y cubrió el Santísimo, cuando se concluyó la lectura de la Constitución, como también cuando por el vicario se explicó al pueblo.
Poco duraría el gobierno constitucional; en cuanto Fernando VII regresó de Francia derogó en mayo de 1814 la Constitución y anuló todas las disposiciones emanadas de las Cortes gaditanas. Inmediatamente se volvió al gobierno absolutista y comenzaron las actuaciones represivas contra los simpatizantes bonapartistas pero aún más contra los liberales partidarios de la Constitución.
Todavía en mayo de 1814, el nuevo Capitán General político y militar de la provincia de Córdoba, Álvarez Campana, ordenaba la separación fulminante de las autoridades constitucionales que detentaban en ese momento el gobierno local y reponía en los cargos municipales a quienes los ocupaban en 1807, es decir, el año inmediato anterior al comienzo de la guerra y la revolución. La orden no admitía excusa alguna.
El corregidor Antuñano también fue depurado; en el verano de 1814 el ayuntamiento y los vecinos de Pozoblanco elevan denuncias acusándolo de mediocre y partidario y defensor del liberalismo constitucional; le motejan de atolondrado y sin experiencia, proclive a todo lo novedoso y celoso propagador de las ideas revolucionarias; piden su sustitución inmediata, que es atendida a finales de año. Las represalias contra las autoridades del período constitucional se multiplican en todas las villas.
Es hora de concluir. Las consecuencias de la guerra para las villas de los Pedroches fueron prácticamente las mismas que para el resto de poblaciones españolas afectadas por la ocupación francesa y las operaciones militares: ruina económica espantosa, tanto de la mayoría de los vecinos como de los fondos del pósito y los bienes de propios de las respectivas villas; también quedaron muy afectados edificios señeros como iglesias, ermitas y conventos, desvalijados y utilizados por unos y otros como cuarteles, hospitales y caballerizas. Las pocas infraestructuras de la zona, como caminos y puentes, también sufrieron lo suyo; la ganadería, uno de los puntales de la comarca, padeció un expolio difícil de imaginar; el comercio, la artesanía y la incipiente industria se paralizaron ante la falta de medios y la desarticulación del conjunto de mano de obra. Las contribuciones e impuestos ordinarios y extraordinarios dejaron alcanzados los caudales públicos para muchos años. La miseria general, los padecimientos de la guerra, la falta de alimentos y el hambre generalizados condicionaron igualmente la demografía posterior de toda la comarca. Y para colmo, la vuelta al absolutismo más reaccionario cercenó las incipientes esperanzas de cambios que habían comenzado a germinar en Cádiz.
Triste y desolador panorama el que, una vez finalizada la guerra, se cernía sobre nuestros desgraciados y directos antepasados.
Muchas gracias por su atención y paciencia.

José Luis González Peralbo
Sede de Piedra y Cal
11 de diciembre de 2008

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