SOBRE EL ORIGEN DE LA ACTUAL ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE LUNA.
José Luis González Peralbo.
Uno de los misterios aún no desvelado sobre el culto a la Virgen de Luna es el de la fecha de su iniciación, que se suele datar en una época aproximada a la de la fundación del propio pueblo aún cuando no se dispone de base documental que lo confirme (es tradición que la aparición de la Virgen se produjo a principios del siglo XV). Pero también nos es desconocido el momento en el que la arraigada devoción a Nuestra Señora movió a los habitantes de la zona a erigirle su primer santuario.
Lo que sí nos descubren las fuentes es que para el inicio del siglo XVII ese primitivo edificio mariano estaba en unas condiciones tan lamentables que la sola intervención de remozado y mejora resultaba ya insuficiente para mantener en pie la construcción y, en consecuencia, hubo que proceder a levantar una nueva estructura arquitectónica que prácticamente venía a sustituir a la existente[1]. Esta necesidad no es característica exclusiva del santuario sino que afectó a la práctica totalidad de los edificios señeros de la localidad, tanto en su vertiente civil como en la religiosa.
La utilización de materiales poco nobles y resistentes ha supuesto un evidente elemento negativo para la perdurabilidad de los edificios levantados en Pozoblanco, lo que ha acarreado su desaparición -en el peor de los casos-, su estado de abandono, la remodelación más o menos permanente, o bien su sustitución por otros de nueva planta y más recientes con la consiguiente pérdida de valor histórico. La mayoría de los edificios representativos del pasado histórico de nuestra ciudad ha sido víctima de estos problemas, a lo que hay que sumar el expolio y la destrucción sufrida en determinados momentos históricos.
La documentación conservada en el Archivo Municipal da cuenta que edificios municipales como la audiencia-ayuntamiento, el pósito o la cárcel estaban en los comienzos del siglo XVII necesitados de una urgente intervención pero la acuciante situación económica dilató extraordinariamente la esperada actuación y el resultado final fue siempre provisional e insatisfactorio.
Tampoco escaparon a esta preocupante situación los edificios religiosos. En un breve período de tiempo, no más dilatado que una generación, las fuentes nos informan sobre actuaciones en la iglesia parroquial, el inicio de la construcción de la ermita de Jesús Nazareno y la actuación más o menos perentoria y de envergadura en las ermitas de San Sebastián, San Gregorio y Nuestra Señora de Luna.
Todo este frenesí constructor, volcado en la vertiente religiosa, tiene lugar en nuestra localidad en la década final del siglo XVI y el primer tercio del siglo XVII, una época caracterizada por el declive de la nación, azotada por graves crisis económicas, afectada por epidemias que diezmaron la población, exprimida por cuantiosos y variopintos impuestos y sometida a interminables levas y guerras de resultados decepcionantes.
Y aunque sabemos que la acumulación de desgracias revirtió en ciertas épocas históricas en un incremento de la piedad y manifestación religiosas y en un ambiente de mayor solidaridad, no deja de sorprendernos que en esa situación tan adversa se acometieran tantas y tan importantes obras en nuestra población.
Manuel Moreno Valero hace referencia en su libro La Virgen de Luna (vivencia y dato histórico)[2] a algunas de las obras que se realizaron en la ermita y su entorno a partir de finales del siglo XVI, apoyándose en la documentación depositada en el Archivo del Obispado, advirtiendo que se ignora la fecha de su edificación primitiva y que hasta el momento tampoco había constancia sobre la evolución constructiva del santuario.
Esas informaciones aclaran que para dar de beber al ganado y para refrescar a los visitantes se había realizado un pozo en 1581, alzado las tapias que cercaban la ermita en 1585, construido el campanario y actuado con obra de albañilería en 1587 y acarreado distintos materiales de construcción en 1595. La última intervención, ya en el siglo XVII, habla de la reparación de tejados tanto en la ermita como en la casa del santero.
Todas esas actuaciones son indicativas de que o bien se estaba intentando remozar y asegurar la ermita en sus zonas más deterioradas o bien se estaba procediendo a reedificarla debido a su insostenible y ruinoso estado.
La consulta de la documentación obrante en el Archivo de Protocolos de Pozoblanco (foto del interior del Archivo) nos ha permitido descubrir diversas escrituras que, dado su contenido, avalan la segunda opción enunciada, es decir, la de una reedificación del santuario a principios del siglo XVII. Dicha actuación si no afectó a la totalidad del edificio sí que lo hizo, al menos, a las partes arquitectónicas fundamentales.
En concreto, hemos encontrado tres protocolos sobre este asunto realizados entre febrero de 1611 y marzo de 1612, los dos primeros en la escribanía correspondiente al notario Juan de Sepúlveda y el último en la de Bartolomé López de la Torre. En las tres escrituras el actor protagonista es la misma persona, Juan Moreno de Pedrajas, que se presenta como obrero y mayordomo de la ermita de Nuestra Señora de Luna.
LA PRIMERA FASE DE LA REEDIFICACIÓN.
El primer documento es un convenio firmado por Juan Moreno de Pedrajas y los canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández, fechado el día primero de febrero de 1611 y escriturado ante el escribano-notario Juan de Sepúlveda. Todos los protagonistas son vecinos de Pozoblanco, aunque algunos de ellos no sean originarios de la villa.
El estado de conservación del documento es pésimo (foto), atacado por ácaros y otros agentes destructivos, y se ha visto perjudicado además por encontrarse al comienzo del libro donde el deterioro ha sido mayor; de hecho, ese mal estado ha hecho imposible la transcripción completa del documento, afectando a una de las partes fundamentales de él, aquella en la que se consigna el motivo, calidad y costo de la obra a efectuar. En cambio, hemos podido conocer la datación tópica y cronológica, los nombres de los protagonistas, el plazo de ejecución de la obra, actuaciones sancionadoras contempladas en caso de incumplimiento, los formulismos legales habituales en esta clase de protocolos y las referencias a testigos y escribano presentes.
Del contenido conservado sería imposible deducir, en principio, el tipo de trabajo efectuado salvo que se trataba de obras de albañilería mayores dada la contratación de maestros canteros, lo que supone una actuación en cimentación, muros, fachada o soportes principales. Pero teniendo en cuenta los dos posteriores documentos, nos inclinamos a pensar que el encargo tuvo que ver con lo que en la época se conocía con el nombre de “poner en alberca”, es decir, configurar la planta del edificio y levantar las paredes exteriores, o bien con la obra en piedra de dos de las esquinas del edificio[3]. Juan de Bargas y Francisco Fernández se comprometían a realizar el trabajo concertado y a entregarlo en el plazo de aproximadamente tres meses pues, según se señala, debían concluir la obra el día mediado de mayo de ese mismo año de 1611. Si para esa fecha no estaba finalizada la labor encomendada, el mayordomo y obrero se reservaba la posibilidad de acudir a otros artistas para que la remataran, haciendo recaer los gastos que se derivaran en los mencionados canteros.
JUAN MORENO DE PEDRAJAS, MAYORDOMO Y OBRERO DE LA ERMITA
¿Qué sabemos sobre los protagonistas de esta obra? Comencemos por el mayordomo y obrero, Juan Moreno de Pedrajas. El clan de los Pedrajas ha sido uno de los más poderosos linajes que han existido en nuestra población, liderando la vida política, económica, social y religiosa de Pozoblanco al menos desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII. Para esta última época la rama principal, ya ennoblecida a través de enlaces matrimoniales con linajes foráneos, se asentó en otras localidades, como Fuente Obejuna, y apuntó a metas políticas mayores, a partir del siglo XIX[4].
Los Pedrajas a los que se refieren los tres documentos analizados procedían en realidad de Torremilano y se asentaron en Pozoblanco en la última década del siglo XVI, al igual que hicieron otras familias de igual o similar origen geográfico. Estas familias recién llegadas, contaban con mayores recursos económicos y estaban mejor relacionados con los poderes fácticos de la época, como la Inquisición, y tras una breve pugna por el poder en Pozoblanco terminaron imponiéndose o sumándose, según los casos, a las familias que tradicionalmente habían llevado la dirección de nuestra villa.
Juan Moreno de Pedrajas había nacido en Torremilano pero en los años noventa del XVI lo encontramos instalado en Pozoblanco, figurando como uno de los pocos caballeros cuantiosos que citan los documentos[5]. Era hijo de Miguel Sánchez Pedrajas y de Catalina García la Torrica, también de Torremilano, y contrajo matrimonio con Marina Sánchez la Blanca, enlace que se produjo antes de octubre de 1592 puesto que para esa fecha está redactada la primera carta dotal de las dos que conocemos sobre este matrimonio. En ella, Juan Moreno aporta diversos bienes, tierras y ganado, con un valor de 544024 maravedíes, unos 16000 reales.
Marina era hija de Bartolomé Sánchez-Alcaide Díaz-Pedrajas y de Isabel Muñoz-Cabrera López. Los Díaz de Pedrajas Alcaide constituían otra de las familias de referencia en el Pozoblanco de la época e, igualmente, contaban con antecedentes genealógicos en Torremilano aunque estas generaciones eran ya naturales de Pozoblanco[6].
Por los documentos que hemos manejado, Juan Moreno de Pedrajas debió ser un personaje bastante complejo y de difícil trato, sumamente ambicioso y dispuesto a conseguir sus objetivos, y también a saciar sus bajos instintos, a cualquier precio. En sus correrías y desafueros contó con la inestimable colaboración de su cuñado, Diego Díaz Alcaide, hermano de su mujer.
En 1607 Martín Peralbo había denunciado por el delito de estupro a Juan Moreno de Pedrajas que había dejado embarazada a Francisca Muñoz, hija de Antón Sánchez Escudero y de Francisca Muñoz, y criada del denunciado. Nuestro personaje mueve sus poderosas influencias y la criada comparece ante notario para rechazar las acusaciones de estupro y perdonar a su amo por su descuido, declarando que de dicha relación había nacido una criatura que envió a criar a la vecina Villanueva de Córdoba, donde había fallecido más tarde.
Poco tiempo después, en 1609, Juan Moreno inicia los trámites para que se le nombre familiar del Santo Oficio de la Inquisición en Pozoblanco. El concejo de la villa, todavía en manos de familias tradicionales, se opone a dicho nombramiento con todos los medios a su alcance y aducen, además, que el número de familiares es ya excesivo para los vecinos con que cuenta Pozoblanco. Las pretensiones del concejo serán inútiles y, gracias a sus poderosos contactos, Juan Moreno de Pedrajas es aceptado como familiar del Santo Oficio en ese mismo año. Además, no olvidará a quienes se han distinguido en el intento de obstrucción, caso de los Ponce de Sepúlveda y los Gómez Aguado, rivales en la preeminencia política pero también en dignidades y oficios[7]. Las escaramuzas y denuncias entre unos y otros se suceden y llegan a un punto de imposible entendimiento.
En 1612 el enfrentamiento alcanza uno de sus puntos más tensos: en una fría mañana de enero el escribano-notario y familiar del Santo Oficio de la Inquisición, Marco Ponce, es asesinado a manos de Diego Díaz Alcaide, alguacil mayor de la Santa Hermandad, y de su cuñado, Juan Moreno de Pedrajas, familiar del Santo Oficio, en el camino que va a Pedroche, junto al acceso a una de sus propiedades rústicas, … en campo yermo y despoblado, estando los susodichos aguardándole…[8] Llueven las querellas contra los incriminados pero ellos salen airosos pulsando las teclas convenientes y presentando testigos comprados. La fecha de este suceso tiene lugar durante la reconstrucción de la ermita de la Virgen de Luna que venimos comentando y no sabemos hasta qué punto puede estar relacionado con ella. Lo que sí sabemos, y no deja de ser llamativo, es que el hijo del asesinado, el escribano Luis Ponce de Sepúlveda, será sólo cuatro años después el iniciador de la construcción de la ermita de Jesús Nazareno[9].
Pasamos a 1615 y encontramos otra prueba más de que el Pozoblanco de entonces proporcionaba lances lo bastante escabrosos como para hacer las delicias de los romances de ciegos. Diego Díaz, el cuñado de Juan Moreno, es ahora el protagonista de un allanamiento y violación, en grado de intento o consumada (la documentación no lo aclara terminantemente), al acceder saltando por los corrales a la casa de Pedro Fernández Calero y ofender a su mujer, María López. Nueva ración de denuncias y vuelta a mover los hilos de la presión. El resultado: perdón al denunciado por parte de sus víctimas, eso sí, a cambio de una satisfacción en dinero previamente pactada[10].
Del matrimonio de Juan Moreno de Pedrajas con Marina Sánchez la Blanca nacieron ya en Pozoblanco, al menos, tres hijos: Miguel Sánchez Pedrajas[11], Bartolomé Sánchez Alcaide y Juan Moreno de Pedrajas el mozo[12]. De todos ellos nos interesa recordar aquí a Bartolomé, en quien se cumple aquello que dice de tal palo, tal astilla.
Al igual que el padre se había encargado de quitar de en medio a Marco Ponce, el hijo se entretuvo en acabar con el joven Luis Gómez Aguado, de la familia del escribano Cebrián Gómez Aguado, y que sólo llevaba casado unos años. Este nuevo asesinato (que escondía no sólo un episodio más de venganzas personales y familiares sino también una lucha a muerte por el control político y social de la villa) puso a Pozoblanco en una situación explosiva. Juan Moreno de Pedrajas comprendió que había ido demasiado lejos, o al menos demasiado deprisa, en su objetivo de monopolizar el poder, y las cosas se le debieron poner muy obscuras pese a todo el arsenal de influencias y amistades que poseía. En el último momento, hacia 1620, decidió cambiar de estrategia: pactó en primer lugar el matrimonio de su hijo Miguel con María Peralbo, hija de Andrés López Peralbo y tía de la venerable Marta, perteneciente a una de las familias de más tradición y apoyos en Pozoblanco y que había dejado claro a los Pedrajas que o cambiaban de actitud o la oposición que iban a encontrar sería cada vez más amplia y duradera.
Por las mismas razones, Juan Moreno de Pedrajas, lanzó propuestas de reconciliación a los Gómez Aguado y trata de resarcirles de la muerte Luis: en 1621 se escritura un convenio, ya efectuado en la práctica, de pacto y alianza matrimonial entre Bartolomé Sánchez Alcaide, hijo de Juan Moreno de Pedrajas, y Catalina de Pedrajas, hija de Cebrián Gómez Aguado y María de Marquina. Es decir, se trataba de desposar a Bartolomé con una miembro de la familia de su víctima, Luis Gómez Aguado. Juan Moreno se había comprometido en fechas algo anteriores a ofrecer en concepto de dote y arras a su futura nuera la cantidad de 2000 ducados o 750000 maravedíes[13]. Este convenio tiene la particularidad de que se escrituró por dos veces y en distintos escribanos, en 1621, pero ofrece la novedad, además, de que cuando se realizan las escrituras Juan Moreno de Pedrajas ya ha fallecido[14]. Que su fallecimiento se había producido no ofrece dudas: su hijo Bartolomé Sánchez Alcaide obtiene en ese año de 1621 el nombramiento de familiar del Santo Oficio, prueba irrefutable de que había quedado vacante por muerte de su anterior detentador, su padre. Y para no desmerecer a éste, ese mismo año de 1621, Bartolomé Sánchez Alcaide era nombrado mayordomo y obrero para la ermita de San Gregorio[15], cuya reedificación vegetaba desde hacía décadas.
A lo que parece ser, los clanes enfrentados habían llegado a la conclusión de que la supremacía de uno u otro iba a costar demasiadas bajas y que la enconada lucha podía poner en peligro incluso la pervivencia de los respectivos linajes y dar ventaja a otros apellidos ilustres también interesados en hacerse con el botín. Urgía poner remedio y este matrimonio sellaba, al menos formalmente, la pretendida conciliación.
Terminemos las referencias a este personaje con una reflexión: el protagonismo, en lo que concierne a la dirección de los asuntos de la Virgen de Luna, no parece haber tenido relación con criterios basados en la tradición, o haber sido monopolizado por personas en las que los antecedentes familiares o los méritos religiosos supusieran cierta preferencia, sino que ha sido desempeñado, incluso diríamos controlado, por las familias más poderosas de cada momento. Juan Moreno de Pedrajas es un magnífico ejemplo de ello: era un recién instalado en Pozoblanco, sin relación geográfica especial con la devoción a la Virgen de Luna, enemistado con buena parte de los linajes tradicionales de la villa, de vida nada edificante, pero con un poder extraordinariamente superior en todos los ámbitos decisivos, mérito más que suficiente para arrogarse la dirección de la mayordomía y dirigir la obra de reconstrucción de la ermita.
Pero para ser justos también hay que decir que la devoción iniciada quizá interesadamente fue rápidamente asumida por esta familia y prueba de ello la proporciona el cuatro de enero de 1631 Miguel Sánchez de Pedrajas Torrico, hermano de Juan Moreno de Pedrajas, cuando al testar manda que cada vez que se vaya de esta villa a por la Virgen Santísima de Luna o la llevaren a su casa, se le diga en su iglesia una misa por su ánima, y que sea su madre la que tenga cuidado de ello y cuando ésta falte quien ella ordenare[16].
LOS PRIMEROS MAESTROS CANTEROS QUE INTERVIENEN
Más escasas son las noticias sobre los otros dos protagonistas del documento, los maestros canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández, lo que sin duda está en relación con su menor influencia y poderío.
Las primeras referencias al apellido Bargas/Vargas en Pozoblanco nos las proporciona el cronista Juan Ginés de Sepúlveda en el último tercio del siglo XVI; al fundar su capellanía, el afamado personaje nombra como tercer capellán de ella a Alonso de Bargas, hijo de Pedro Martín de Bargas y de Catalina González (de Sepúlveda, probablemente). Del mismo modo, cuando realiza su testamento en 1572, ese Pedro Martín de Bargas figura como uno de los testigos presentes, lo que se debe interpretar como una muestra de amistad considerable o bien como una más que posible familiaridad[17]. Por documentos posteriores a esas fechas sabemos que Pedro Martín era cantero, epíteto que le acompaña siempre en los protocolos.
Esos mismos documentos hacen referencia a que Juan de Bargas era hijo del susodicho Pedro Martín de Bargas, ambos canteros, y que para 1606 aquél se encontraba desposado con María de Misas o Moya, natural de Pedroche[18], y hermana de Martín García, cuchillero, Francisco García, herrero, y María Gómez. Juan Bargas y María de Misas no tuvieron descendencia como bien expresa la mujer en testamentos realizados en 1611 y 1619, año éste último en el que María falleció.
La documentación manejada nos habla también, a principios del XVII, de María Bargas, casada con Miguel Sánchez Cantador.
De la labor de Juan de Bargas como cantero tenemos constancia en varias obligaciones contraídas en protocolos notariales durante las dos primeras décadas del siglo XVII. Así, en 1606, Juan de Bargas y María de Moya o Misas adquieren a Pedro Martín Cejudo, vecino de Hinojosa, una piedra de molino sacada y hecha en la cantera de Belmez que se dice el Arroyo del Alvarado, con unas dimensiones de seis cuartas de vuelo y una tercia de grueso. En 1611 y 1612 concierta convenios con Juan Moreno de Pedrajas para la obra de la ermita de Nuestra Señora de Luna. Y en 1616 escritura un contrato en unión de Francisco Fernández, precisamente el otro cantero protagonista de este primer documento, comprometiéndose a realizar una piedra de molino en la pedrera de Belmez encargada por María Fernández, de Pedroche, viuda de Francisco de Aranda.
En 1618 el matrimonio Bargas-Moya protocoliza un censo, y un año después testa por segunda y última vez la esposa.
Tras fallecer su primera esposa, en 1619, Juan de Bargas contraerá inmediatamente nuevo matrimonio con Francisca Ruiz, hija de Cristóbal Delgado, hortelano, y Ana Díaz, ésta ya fallecida. En los protocolos de Bartolomé López de la Torre correspondientes a ese año, el día 14 de octubre, se escrituran los inventarios que aportan cada uno de los esposos; los bienes dotales de Francisca están valorados en 5142 maravedíes, una cantidad muy modesta; los de Juan de Bargas se aprecian en bastante más, 24032 maravedíes, aunque tampoco representan cantidad estimable para la época; en ninguno de los dos inventarios figuran bienes inmuebles como casas o fincas. Sin embargo, una atenta mirada al catálogo de objetos reflejado en el de Juan de Bargas delata de forma inconfundible su oficio de cantero: barras, almádena, picos, plomada, escuadras, reglas, nivel, cuñas… van relacionándose con su respectiva tasación.
La última referencia a Juan de Bargas (en realidad su nombre propio completo era el de Juan Martín) la tenemos anotada en 1621 cuando aparece como apreciador de bienes inmuebles en inventarios y dotales de diversos vecinos.
El apellido Bargas/Vargas terminó por perderse en nuestra población; como hemos visto, Juan no tuvo descendencia; su hermano Alonso fue presbítero, y los descendientes de María de Vargas prefirieron utilizar los apellidos del padre, Miguel Sánchez Cantador. Obviamente, los Vargas presentes actualmente en nuestra población nada tienen que ver con los aquí descritos.
Aún menores son las referencias documentales al otro cantero que intervino en esta primera fase de la obra, Francisco Fernández, cuyo segundo apellido aparece, algunas veces, como Peinado. Por un poder escriturado ante el escribano Bartolomé López de la Torre en 1615 conocemos que estaba casado con María Jiménez. Sabemos también que unos años antes, en 1609, una hija de este matrimonio, llamada igualmente María Jiménez, contrajo matrimonio con Francisco Fernández Camacho y no descartamos que el Francisco Fernández que aparece en el documento fuera precisamente éste. La dotal correspondiente figura en los libros del citado escribano en 1609. En dicha escritura Francisco Fernández Camacho dice ser hijo de Alonso Sánchez Camacho, ya difunto, y de Juana Jurada y vivir en la calle Empedrada, lugar muy apropiado para el oficio de cantero. Por su parte, María Jiménez se presenta como hija de los referidos Francisco Fernández y María Jiménez. De este matrimonio nacerían cuatro hijos, que sepamos, y que se llamaron Francisco Camacho, Gabriel Jiménez, María Jiménez y Ana del Castillo; la última, lisiada, permaneció soltera y se introdujo en los medios religiosos como beata franciscana tercera.
Como hemos indicado, Francisco Fernández aparece como uno de los artistas que inició la reconstrucción de la ermita de Nuestra Señora de Luna en unión de Juan de Bargas, en 1611, y también junto a éste lo encontramos realizando un encargo para una viuda de Pedroche en 1616. Del primer documento cabe deducir que Francisco Fernández no sabía escribir dado que un testigo tiene que firmar por él.
Francisco Fernández Camacho, que tuvo un hermano fallecido prematuramente llamado Alonso, testó sucesivamente en 1649 y 1651, fecha esta última en la que debió fallecer puesto que al año siguiente, cuando expresa su última voluntad, la mujer indica que es viuda.
LA SEGUNDA FASE DE LA REEDIFICACIÓN
Transcurrido algo más de medio año, el 25 de agosto de 1611, se protocoliza otra escritura en la que interviene el mayordomo y obrero mencionado anteriormente, Juan Moreno de Pedrajas, pero presenta la novedad de la contratación de un artista diferente pues ahora el maestro cantero que realizará el nuevo encargo será Francisco López Portillo al que se presenta como vecino de Villanueva de Córdoba. Las razones de este cambio pueden obedecer a diversas causas: la primera es la calidad y tipo de obra solicitada, más exigente, de mayor calado artístico y de más responsabilidad dado que afectará a los elementos arquitectónicos que actuarán de soporte –columnas y arcos-; la segunda podría estar relacionada con el prestigio y experiencia en ese tipo de estructuras del maestro Portillo, del que conocemos su labor no sólo en diversas localidades de los Pedroches sino también en la zona extremeña, trabajando por ejemplo en la Puebla de Alcocer; un tercer motivo pudo haber sido la incorporación del concejo o la cofradía en Villanueva en el sufragio o responsabilidad de la obra a efectuar lo que propiciaría la contratación de artistas de ambas poblaciones[19]. Y no descartamos tampoco la posible negativa del anterior cantero, Juan de Bargas, a participar en esta fase de la obra debido a una situación inesperada y que le debió afectar intensamente: su mujer, María de Moya, había testado un par de días antes de la firma de este nuevo contrato lo que indica que atravesaba una situación delicada.
Por fortuna este segundo documento está bastante mejor conservado que el anterior y ello nos ha permitido transcribir la mayor parte de sus contenidos.
Francisco López Portillo se comprometía a realizar en apenas dos meses de margen, los correspondientes a septiembre y octubre de 1611, una bandada de tres arcos (se entiende que con sus correspondientes columnas sustentantes) bien rematadas y al gusto del mayordomo y de expertos en la materia, entregando la obra el día primero de noviembre.
Expuesto de este modo tan lacónico el asunto, y dado el conocimiento que tenemos de la ermita, podría asaltarnos la duda de a qué zona concreta de ella se están refiriendo los actores de la escritura.
El edificio actual tiene en su realización tres arcadas o bandas de arcos, dos en el interior, de forma longitudinal, siguiendo el eje mayor del templo, y una en el exterior y en sentido transversal que actúa como pórtico delante de la fachada. Es posible que hasta principios del siglo XIX dispusiera de otra arcada exterior tras la zona de la cabecera de la ermita pero si era así esa estructura se tuvo que modificar y se perdió al construir el camarín de la Virgen en 1829. Tampoco estamos en disposición de poder asegurar que el pórtico exterior que conocemos en la actualidad no fuera posterior a las obras a las que estos documentos que comentamos se están refiriendo.
Las noticias que aporta el tercer documento, y que veremos más adelante, nos permiten identificar esta arcada a entregar en la festividad de Todos los Santos de 1611 con una de las dos interiores del templo, en concreto la situada en lugar más próximo a la casa de hermandad de Pozoblanco, es decir, la situada junto a la puerta lateral de la ermita.
El constructor y el contratante señalaban en el documento una serie de condiciones acerca de la realización de la obra y su precio, cuestiones que se dejaban al dictamen de dos expertos en la materia, nombrados uno por cada parte, una vez que estuviera acabada; en caso de desacuerdo, se convenía designar un tercer maestro que diera el parecer definitivo. El cantero, Francisco López Portillo, sólo estaría obligado a viajar a Pozoblanco en una ocasión, una vez cumpliera su cometido, y en ese momento recibiría los emolumentos tasados por los expertos; por su parte, Juan Moreno de Pedrajas se comprometía a pagar lo tasado en buena moneda pero se reservaba el derecho a solicitar y contratar otros maestros si Portillo era incapaz de cumplir el trabajo a su satisfacción y a la de los expertos designados, o bien si se retrasaba en el plazo concertado, haciendo recaer en ese caso todos los gastos que se produjeran sobre el maestro jarote. Para ello obligaba a éste a poner como garantía el valor de unas casas que poseía en Villanueva de Córdoba, lindantes con Martín García de Obejo y Pedro Díaz de Luna.
Para el caso de un posible litigio, López Portillo renunciaba a las leyes de su fuero y jurisdicción y aceptaba las de Pozoblanco.
LA TERCERA Y ÚLTIMA FASE DE LAS LABORES DE CANTERÍA
Todo debió marchar a satisfacción de las partes porque nada más comenzar la primavera de 1612, el 26 de marzo, se escritura un nuevo protocolo entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la obra de Santa María de Luna, Francisco López Portillo y el también cantero Juan Martín de Bargas, que era precisamente uno de los dos maestros que habían intervenido en la construcción inicial citada en el primer documento. Es sin duda el documento más extenso y aclarativo pues además de especificar las bases del concierto a realizar también hace continuas referencias a las obras hechas anteriormente.
En este último convenio se contratan en realidad tres actuaciones de obra diferentes.
Por una parte, ambos maestros canteros deberán realizar las dos esquinas del cuerpo del edificio que limitan a éste por el lado del santuario donde existe más pendiente -por el lado de abajo-, es decir, por el que actualmente confronta con la casa hermandad de Villanueva de Córdoba. En esa época era habitual realizar las paredes o muros de este tipo de construcciones con tapial y material tosco, pero las esquinas solían obrarse con piedra labrada o sillares, para dar más consistencia a la edificación. Es una técnica que podemos observar en muchas de las ermitas y otros edificios de la comarca; sirva de ejemplo San Gregorio de Pozoblanco, erigida por estas mismas fechas. A esta labor de construcción no se pone precio en el momento de la escritura sino que se deja a la opinión de dos expertos que se designarán por las partes y serán los encargados de tasar el valor de lo obrado. Una vez estimada la cantidad el total a cobrar se repartiría por igual entre los dos maestros canteros.
Por otro lado, y ya sólo con el maestro López Portillo, se convenía la realización de la segunda arcada interior a semejanza de la que el mismo artista había hecho unos meses antes, arcada que se identifica en el documento asimismo con el cuerpo de abajo. Los arcos, una vez construidos, debían aparecer perfectamente cintrados y posteriormente enjalbegados, es decir, blanqueados con cal. Tal como los observamos hoy, dichos arcos, que son de medio punto, se apoyan en columnas de granito con capitales de tipo toscano, fustes cilíndricos y basas áticas. Finalmente, el cantero avecindado en Villanueva de Córdoba se comprometía a rematar, con los mismos detalles y acabados mencionados, los tres arcos de la obra del año anterior.
El plazo de factura era en esta ocasión bastante más amplio, de unos siete meses, pues los artistas disponían hasta la festividad de Todos los Santos de ese año de 1612 para proceder a su entrega. Esta diferencia en el tiempo señalado no parece que obedeciera a necesidades de los constructores sino más bien a problemas para disponer de las cantidades a pagar por parte de los contratantes; al menos eso se desprende de las condiciones que aparecen en el modo de satisfacer la suma total, y es que a estas alturas se habían afrontando ya sucesivas obras de envergadura en un espacio cronológico demasiado breve.
Si, como hemos visto, para la realización de las esquinas no se señala previamente la cantidad exacta a pagar, en cambio para la construcción de la banda de arcos y sus remates sí se concertaba lo que había de cobrar el maestro López Portillo. La suma se expresa tanto en reales, 1720, como en maravedíes, 58480, aunque al repetir el montante un poco después el escribano comete un lapsus y anota sólo 1700 reales como precio convenido. Pero el obrero y mayordomo de la ermita, Juan Moreno de Pedrajas, quiere espaciar los pagos, fraccionándolos en el tiempo, y por ello estipula en la escritura que irá entregando diversas cantidades poco a poco, a medida que avance la obra, con el objetivo de que coincidan los últimos pagos con el final del encargo y con el plazo acordado.
Como en los documentos anteriores, el mayordomo y obrero se reservaba la posibilidad de contratar otros artistas en caso de incumplimiento de los maestros canteros y a costa de éstos, pero como contrapartida garantizaba los pagos a realizar y a hacerlos en buena moneda.
En la parte final de la escritura se añadían diversas garantías y renuncias de leyes y fueros que afectaban a ambas partes y que obedecen a fórmulas habituales en este tipo de contratos.
El documento termina con la enumeración y firma de testigos, que son Bartolomé Pozuelo, Bartolomé Alcaide y Juan Cobo el mozo; y también hace referencia al precio de los derechos de escritura por parte del escribano-notario que ascienden a un real.
Como novedad hay que resaltar que dicho escribano no es el mismo de los dos protocolos anteriores, Juan de Sepúlveda, sino Bartolomé López de la Torre Sepúlveda Cantador. Lo normal sería que tratándose de un asunto en evolución se encomendase al mismo notario, cosa que en este caso no sucede, pero hay una fácil explicación. Gracias al estudio de los legajos contenidos en el Archivo de Protocolos de Pozoblanco hemos podido constatar que Juan de Sepúlveda finaliza precisamente a principios de 1612 su labor de escribano (su último protocolo viene escriturado el día 11 de febrero de ese año) y por ello los actores de este tercer documento tuvieron que echar mano de otro diferente. En ese instante sólo había dos de ellos disponibles: Luis Ponce de Sepúlveda, que acababa de iniciar el oficio heredado de su padre, Marco Ponce, y cuya familia estaba enfrentada a muerte con la del mayordomo y obrero, y el mencionado Bartolomé López de la Torre, que había iniciado su labor en 1600 y que fue, obviamente, el elegido.
José Luis González Peralbo.
Uno de los misterios aún no desvelado sobre el culto a la Virgen de Luna es el de la fecha de su iniciación, que se suele datar en una época aproximada a la de la fundación del propio pueblo aún cuando no se dispone de base documental que lo confirme (es tradición que la aparición de la Virgen se produjo a principios del siglo XV). Pero también nos es desconocido el momento en el que la arraigada devoción a Nuestra Señora movió a los habitantes de la zona a erigirle su primer santuario.
Lo que sí nos descubren las fuentes es que para el inicio del siglo XVII ese primitivo edificio mariano estaba en unas condiciones tan lamentables que la sola intervención de remozado y mejora resultaba ya insuficiente para mantener en pie la construcción y, en consecuencia, hubo que proceder a levantar una nueva estructura arquitectónica que prácticamente venía a sustituir a la existente[1]. Esta necesidad no es característica exclusiva del santuario sino que afectó a la práctica totalidad de los edificios señeros de la localidad, tanto en su vertiente civil como en la religiosa.
La utilización de materiales poco nobles y resistentes ha supuesto un evidente elemento negativo para la perdurabilidad de los edificios levantados en Pozoblanco, lo que ha acarreado su desaparición -en el peor de los casos-, su estado de abandono, la remodelación más o menos permanente, o bien su sustitución por otros de nueva planta y más recientes con la consiguiente pérdida de valor histórico. La mayoría de los edificios representativos del pasado histórico de nuestra ciudad ha sido víctima de estos problemas, a lo que hay que sumar el expolio y la destrucción sufrida en determinados momentos históricos.
La documentación conservada en el Archivo Municipal da cuenta que edificios municipales como la audiencia-ayuntamiento, el pósito o la cárcel estaban en los comienzos del siglo XVII necesitados de una urgente intervención pero la acuciante situación económica dilató extraordinariamente la esperada actuación y el resultado final fue siempre provisional e insatisfactorio.
Tampoco escaparon a esta preocupante situación los edificios religiosos. En un breve período de tiempo, no más dilatado que una generación, las fuentes nos informan sobre actuaciones en la iglesia parroquial, el inicio de la construcción de la ermita de Jesús Nazareno y la actuación más o menos perentoria y de envergadura en las ermitas de San Sebastián, San Gregorio y Nuestra Señora de Luna.
Todo este frenesí constructor, volcado en la vertiente religiosa, tiene lugar en nuestra localidad en la década final del siglo XVI y el primer tercio del siglo XVII, una época caracterizada por el declive de la nación, azotada por graves crisis económicas, afectada por epidemias que diezmaron la población, exprimida por cuantiosos y variopintos impuestos y sometida a interminables levas y guerras de resultados decepcionantes.
Y aunque sabemos que la acumulación de desgracias revirtió en ciertas épocas históricas en un incremento de la piedad y manifestación religiosas y en un ambiente de mayor solidaridad, no deja de sorprendernos que en esa situación tan adversa se acometieran tantas y tan importantes obras en nuestra población.
Manuel Moreno Valero hace referencia en su libro La Virgen de Luna (vivencia y dato histórico)[2] a algunas de las obras que se realizaron en la ermita y su entorno a partir de finales del siglo XVI, apoyándose en la documentación depositada en el Archivo del Obispado, advirtiendo que se ignora la fecha de su edificación primitiva y que hasta el momento tampoco había constancia sobre la evolución constructiva del santuario.
Esas informaciones aclaran que para dar de beber al ganado y para refrescar a los visitantes se había realizado un pozo en 1581, alzado las tapias que cercaban la ermita en 1585, construido el campanario y actuado con obra de albañilería en 1587 y acarreado distintos materiales de construcción en 1595. La última intervención, ya en el siglo XVII, habla de la reparación de tejados tanto en la ermita como en la casa del santero.
Todas esas actuaciones son indicativas de que o bien se estaba intentando remozar y asegurar la ermita en sus zonas más deterioradas o bien se estaba procediendo a reedificarla debido a su insostenible y ruinoso estado.
La consulta de la documentación obrante en el Archivo de Protocolos de Pozoblanco (foto del interior del Archivo) nos ha permitido descubrir diversas escrituras que, dado su contenido, avalan la segunda opción enunciada, es decir, la de una reedificación del santuario a principios del siglo XVII. Dicha actuación si no afectó a la totalidad del edificio sí que lo hizo, al menos, a las partes arquitectónicas fundamentales.
En concreto, hemos encontrado tres protocolos sobre este asunto realizados entre febrero de 1611 y marzo de 1612, los dos primeros en la escribanía correspondiente al notario Juan de Sepúlveda y el último en la de Bartolomé López de la Torre. En las tres escrituras el actor protagonista es la misma persona, Juan Moreno de Pedrajas, que se presenta como obrero y mayordomo de la ermita de Nuestra Señora de Luna.
LA PRIMERA FASE DE LA REEDIFICACIÓN.
El primer documento es un convenio firmado por Juan Moreno de Pedrajas y los canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández, fechado el día primero de febrero de 1611 y escriturado ante el escribano-notario Juan de Sepúlveda. Todos los protagonistas son vecinos de Pozoblanco, aunque algunos de ellos no sean originarios de la villa.
El estado de conservación del documento es pésimo (foto), atacado por ácaros y otros agentes destructivos, y se ha visto perjudicado además por encontrarse al comienzo del libro donde el deterioro ha sido mayor; de hecho, ese mal estado ha hecho imposible la transcripción completa del documento, afectando a una de las partes fundamentales de él, aquella en la que se consigna el motivo, calidad y costo de la obra a efectuar. En cambio, hemos podido conocer la datación tópica y cronológica, los nombres de los protagonistas, el plazo de ejecución de la obra, actuaciones sancionadoras contempladas en caso de incumplimiento, los formulismos legales habituales en esta clase de protocolos y las referencias a testigos y escribano presentes.
Del contenido conservado sería imposible deducir, en principio, el tipo de trabajo efectuado salvo que se trataba de obras de albañilería mayores dada la contratación de maestros canteros, lo que supone una actuación en cimentación, muros, fachada o soportes principales. Pero teniendo en cuenta los dos posteriores documentos, nos inclinamos a pensar que el encargo tuvo que ver con lo que en la época se conocía con el nombre de “poner en alberca”, es decir, configurar la planta del edificio y levantar las paredes exteriores, o bien con la obra en piedra de dos de las esquinas del edificio[3]. Juan de Bargas y Francisco Fernández se comprometían a realizar el trabajo concertado y a entregarlo en el plazo de aproximadamente tres meses pues, según se señala, debían concluir la obra el día mediado de mayo de ese mismo año de 1611. Si para esa fecha no estaba finalizada la labor encomendada, el mayordomo y obrero se reservaba la posibilidad de acudir a otros artistas para que la remataran, haciendo recaer los gastos que se derivaran en los mencionados canteros.
JUAN MORENO DE PEDRAJAS, MAYORDOMO Y OBRERO DE LA ERMITA
¿Qué sabemos sobre los protagonistas de esta obra? Comencemos por el mayordomo y obrero, Juan Moreno de Pedrajas. El clan de los Pedrajas ha sido uno de los más poderosos linajes que han existido en nuestra población, liderando la vida política, económica, social y religiosa de Pozoblanco al menos desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII. Para esta última época la rama principal, ya ennoblecida a través de enlaces matrimoniales con linajes foráneos, se asentó en otras localidades, como Fuente Obejuna, y apuntó a metas políticas mayores, a partir del siglo XIX[4].
Los Pedrajas a los que se refieren los tres documentos analizados procedían en realidad de Torremilano y se asentaron en Pozoblanco en la última década del siglo XVI, al igual que hicieron otras familias de igual o similar origen geográfico. Estas familias recién llegadas, contaban con mayores recursos económicos y estaban mejor relacionados con los poderes fácticos de la época, como la Inquisición, y tras una breve pugna por el poder en Pozoblanco terminaron imponiéndose o sumándose, según los casos, a las familias que tradicionalmente habían llevado la dirección de nuestra villa.
Juan Moreno de Pedrajas había nacido en Torremilano pero en los años noventa del XVI lo encontramos instalado en Pozoblanco, figurando como uno de los pocos caballeros cuantiosos que citan los documentos[5]. Era hijo de Miguel Sánchez Pedrajas y de Catalina García la Torrica, también de Torremilano, y contrajo matrimonio con Marina Sánchez la Blanca, enlace que se produjo antes de octubre de 1592 puesto que para esa fecha está redactada la primera carta dotal de las dos que conocemos sobre este matrimonio. En ella, Juan Moreno aporta diversos bienes, tierras y ganado, con un valor de 544024 maravedíes, unos 16000 reales.
Marina era hija de Bartolomé Sánchez-Alcaide Díaz-Pedrajas y de Isabel Muñoz-Cabrera López. Los Díaz de Pedrajas Alcaide constituían otra de las familias de referencia en el Pozoblanco de la época e, igualmente, contaban con antecedentes genealógicos en Torremilano aunque estas generaciones eran ya naturales de Pozoblanco[6].
Por los documentos que hemos manejado, Juan Moreno de Pedrajas debió ser un personaje bastante complejo y de difícil trato, sumamente ambicioso y dispuesto a conseguir sus objetivos, y también a saciar sus bajos instintos, a cualquier precio. En sus correrías y desafueros contó con la inestimable colaboración de su cuñado, Diego Díaz Alcaide, hermano de su mujer.
En 1607 Martín Peralbo había denunciado por el delito de estupro a Juan Moreno de Pedrajas que había dejado embarazada a Francisca Muñoz, hija de Antón Sánchez Escudero y de Francisca Muñoz, y criada del denunciado. Nuestro personaje mueve sus poderosas influencias y la criada comparece ante notario para rechazar las acusaciones de estupro y perdonar a su amo por su descuido, declarando que de dicha relación había nacido una criatura que envió a criar a la vecina Villanueva de Córdoba, donde había fallecido más tarde.
Poco tiempo después, en 1609, Juan Moreno inicia los trámites para que se le nombre familiar del Santo Oficio de la Inquisición en Pozoblanco. El concejo de la villa, todavía en manos de familias tradicionales, se opone a dicho nombramiento con todos los medios a su alcance y aducen, además, que el número de familiares es ya excesivo para los vecinos con que cuenta Pozoblanco. Las pretensiones del concejo serán inútiles y, gracias a sus poderosos contactos, Juan Moreno de Pedrajas es aceptado como familiar del Santo Oficio en ese mismo año. Además, no olvidará a quienes se han distinguido en el intento de obstrucción, caso de los Ponce de Sepúlveda y los Gómez Aguado, rivales en la preeminencia política pero también en dignidades y oficios[7]. Las escaramuzas y denuncias entre unos y otros se suceden y llegan a un punto de imposible entendimiento.
En 1612 el enfrentamiento alcanza uno de sus puntos más tensos: en una fría mañana de enero el escribano-notario y familiar del Santo Oficio de la Inquisición, Marco Ponce, es asesinado a manos de Diego Díaz Alcaide, alguacil mayor de la Santa Hermandad, y de su cuñado, Juan Moreno de Pedrajas, familiar del Santo Oficio, en el camino que va a Pedroche, junto al acceso a una de sus propiedades rústicas, … en campo yermo y despoblado, estando los susodichos aguardándole…[8] Llueven las querellas contra los incriminados pero ellos salen airosos pulsando las teclas convenientes y presentando testigos comprados. La fecha de este suceso tiene lugar durante la reconstrucción de la ermita de la Virgen de Luna que venimos comentando y no sabemos hasta qué punto puede estar relacionado con ella. Lo que sí sabemos, y no deja de ser llamativo, es que el hijo del asesinado, el escribano Luis Ponce de Sepúlveda, será sólo cuatro años después el iniciador de la construcción de la ermita de Jesús Nazareno[9].
Pasamos a 1615 y encontramos otra prueba más de que el Pozoblanco de entonces proporcionaba lances lo bastante escabrosos como para hacer las delicias de los romances de ciegos. Diego Díaz, el cuñado de Juan Moreno, es ahora el protagonista de un allanamiento y violación, en grado de intento o consumada (la documentación no lo aclara terminantemente), al acceder saltando por los corrales a la casa de Pedro Fernández Calero y ofender a su mujer, María López. Nueva ración de denuncias y vuelta a mover los hilos de la presión. El resultado: perdón al denunciado por parte de sus víctimas, eso sí, a cambio de una satisfacción en dinero previamente pactada[10].
Del matrimonio de Juan Moreno de Pedrajas con Marina Sánchez la Blanca nacieron ya en Pozoblanco, al menos, tres hijos: Miguel Sánchez Pedrajas[11], Bartolomé Sánchez Alcaide y Juan Moreno de Pedrajas el mozo[12]. De todos ellos nos interesa recordar aquí a Bartolomé, en quien se cumple aquello que dice de tal palo, tal astilla.
Al igual que el padre se había encargado de quitar de en medio a Marco Ponce, el hijo se entretuvo en acabar con el joven Luis Gómez Aguado, de la familia del escribano Cebrián Gómez Aguado, y que sólo llevaba casado unos años. Este nuevo asesinato (que escondía no sólo un episodio más de venganzas personales y familiares sino también una lucha a muerte por el control político y social de la villa) puso a Pozoblanco en una situación explosiva. Juan Moreno de Pedrajas comprendió que había ido demasiado lejos, o al menos demasiado deprisa, en su objetivo de monopolizar el poder, y las cosas se le debieron poner muy obscuras pese a todo el arsenal de influencias y amistades que poseía. En el último momento, hacia 1620, decidió cambiar de estrategia: pactó en primer lugar el matrimonio de su hijo Miguel con María Peralbo, hija de Andrés López Peralbo y tía de la venerable Marta, perteneciente a una de las familias de más tradición y apoyos en Pozoblanco y que había dejado claro a los Pedrajas que o cambiaban de actitud o la oposición que iban a encontrar sería cada vez más amplia y duradera.
Por las mismas razones, Juan Moreno de Pedrajas, lanzó propuestas de reconciliación a los Gómez Aguado y trata de resarcirles de la muerte Luis: en 1621 se escritura un convenio, ya efectuado en la práctica, de pacto y alianza matrimonial entre Bartolomé Sánchez Alcaide, hijo de Juan Moreno de Pedrajas, y Catalina de Pedrajas, hija de Cebrián Gómez Aguado y María de Marquina. Es decir, se trataba de desposar a Bartolomé con una miembro de la familia de su víctima, Luis Gómez Aguado. Juan Moreno se había comprometido en fechas algo anteriores a ofrecer en concepto de dote y arras a su futura nuera la cantidad de 2000 ducados o 750000 maravedíes[13]. Este convenio tiene la particularidad de que se escrituró por dos veces y en distintos escribanos, en 1621, pero ofrece la novedad, además, de que cuando se realizan las escrituras Juan Moreno de Pedrajas ya ha fallecido[14]. Que su fallecimiento se había producido no ofrece dudas: su hijo Bartolomé Sánchez Alcaide obtiene en ese año de 1621 el nombramiento de familiar del Santo Oficio, prueba irrefutable de que había quedado vacante por muerte de su anterior detentador, su padre. Y para no desmerecer a éste, ese mismo año de 1621, Bartolomé Sánchez Alcaide era nombrado mayordomo y obrero para la ermita de San Gregorio[15], cuya reedificación vegetaba desde hacía décadas.
A lo que parece ser, los clanes enfrentados habían llegado a la conclusión de que la supremacía de uno u otro iba a costar demasiadas bajas y que la enconada lucha podía poner en peligro incluso la pervivencia de los respectivos linajes y dar ventaja a otros apellidos ilustres también interesados en hacerse con el botín. Urgía poner remedio y este matrimonio sellaba, al menos formalmente, la pretendida conciliación.
Terminemos las referencias a este personaje con una reflexión: el protagonismo, en lo que concierne a la dirección de los asuntos de la Virgen de Luna, no parece haber tenido relación con criterios basados en la tradición, o haber sido monopolizado por personas en las que los antecedentes familiares o los méritos religiosos supusieran cierta preferencia, sino que ha sido desempeñado, incluso diríamos controlado, por las familias más poderosas de cada momento. Juan Moreno de Pedrajas es un magnífico ejemplo de ello: era un recién instalado en Pozoblanco, sin relación geográfica especial con la devoción a la Virgen de Luna, enemistado con buena parte de los linajes tradicionales de la villa, de vida nada edificante, pero con un poder extraordinariamente superior en todos los ámbitos decisivos, mérito más que suficiente para arrogarse la dirección de la mayordomía y dirigir la obra de reconstrucción de la ermita.
Pero para ser justos también hay que decir que la devoción iniciada quizá interesadamente fue rápidamente asumida por esta familia y prueba de ello la proporciona el cuatro de enero de 1631 Miguel Sánchez de Pedrajas Torrico, hermano de Juan Moreno de Pedrajas, cuando al testar manda que cada vez que se vaya de esta villa a por la Virgen Santísima de Luna o la llevaren a su casa, se le diga en su iglesia una misa por su ánima, y que sea su madre la que tenga cuidado de ello y cuando ésta falte quien ella ordenare[16].
LOS PRIMEROS MAESTROS CANTEROS QUE INTERVIENEN
Más escasas son las noticias sobre los otros dos protagonistas del documento, los maestros canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández, lo que sin duda está en relación con su menor influencia y poderío.
Las primeras referencias al apellido Bargas/Vargas en Pozoblanco nos las proporciona el cronista Juan Ginés de Sepúlveda en el último tercio del siglo XVI; al fundar su capellanía, el afamado personaje nombra como tercer capellán de ella a Alonso de Bargas, hijo de Pedro Martín de Bargas y de Catalina González (de Sepúlveda, probablemente). Del mismo modo, cuando realiza su testamento en 1572, ese Pedro Martín de Bargas figura como uno de los testigos presentes, lo que se debe interpretar como una muestra de amistad considerable o bien como una más que posible familiaridad[17]. Por documentos posteriores a esas fechas sabemos que Pedro Martín era cantero, epíteto que le acompaña siempre en los protocolos.
Esos mismos documentos hacen referencia a que Juan de Bargas era hijo del susodicho Pedro Martín de Bargas, ambos canteros, y que para 1606 aquél se encontraba desposado con María de Misas o Moya, natural de Pedroche[18], y hermana de Martín García, cuchillero, Francisco García, herrero, y María Gómez. Juan Bargas y María de Misas no tuvieron descendencia como bien expresa la mujer en testamentos realizados en 1611 y 1619, año éste último en el que María falleció.
La documentación manejada nos habla también, a principios del XVII, de María Bargas, casada con Miguel Sánchez Cantador.
De la labor de Juan de Bargas como cantero tenemos constancia en varias obligaciones contraídas en protocolos notariales durante las dos primeras décadas del siglo XVII. Así, en 1606, Juan de Bargas y María de Moya o Misas adquieren a Pedro Martín Cejudo, vecino de Hinojosa, una piedra de molino sacada y hecha en la cantera de Belmez que se dice el Arroyo del Alvarado, con unas dimensiones de seis cuartas de vuelo y una tercia de grueso. En 1611 y 1612 concierta convenios con Juan Moreno de Pedrajas para la obra de la ermita de Nuestra Señora de Luna. Y en 1616 escritura un contrato en unión de Francisco Fernández, precisamente el otro cantero protagonista de este primer documento, comprometiéndose a realizar una piedra de molino en la pedrera de Belmez encargada por María Fernández, de Pedroche, viuda de Francisco de Aranda.
En 1618 el matrimonio Bargas-Moya protocoliza un censo, y un año después testa por segunda y última vez la esposa.
Tras fallecer su primera esposa, en 1619, Juan de Bargas contraerá inmediatamente nuevo matrimonio con Francisca Ruiz, hija de Cristóbal Delgado, hortelano, y Ana Díaz, ésta ya fallecida. En los protocolos de Bartolomé López de la Torre correspondientes a ese año, el día 14 de octubre, se escrituran los inventarios que aportan cada uno de los esposos; los bienes dotales de Francisca están valorados en 5142 maravedíes, una cantidad muy modesta; los de Juan de Bargas se aprecian en bastante más, 24032 maravedíes, aunque tampoco representan cantidad estimable para la época; en ninguno de los dos inventarios figuran bienes inmuebles como casas o fincas. Sin embargo, una atenta mirada al catálogo de objetos reflejado en el de Juan de Bargas delata de forma inconfundible su oficio de cantero: barras, almádena, picos, plomada, escuadras, reglas, nivel, cuñas… van relacionándose con su respectiva tasación.
La última referencia a Juan de Bargas (en realidad su nombre propio completo era el de Juan Martín) la tenemos anotada en 1621 cuando aparece como apreciador de bienes inmuebles en inventarios y dotales de diversos vecinos.
El apellido Bargas/Vargas terminó por perderse en nuestra población; como hemos visto, Juan no tuvo descendencia; su hermano Alonso fue presbítero, y los descendientes de María de Vargas prefirieron utilizar los apellidos del padre, Miguel Sánchez Cantador. Obviamente, los Vargas presentes actualmente en nuestra población nada tienen que ver con los aquí descritos.
Aún menores son las referencias documentales al otro cantero que intervino en esta primera fase de la obra, Francisco Fernández, cuyo segundo apellido aparece, algunas veces, como Peinado. Por un poder escriturado ante el escribano Bartolomé López de la Torre en 1615 conocemos que estaba casado con María Jiménez. Sabemos también que unos años antes, en 1609, una hija de este matrimonio, llamada igualmente María Jiménez, contrajo matrimonio con Francisco Fernández Camacho y no descartamos que el Francisco Fernández que aparece en el documento fuera precisamente éste. La dotal correspondiente figura en los libros del citado escribano en 1609. En dicha escritura Francisco Fernández Camacho dice ser hijo de Alonso Sánchez Camacho, ya difunto, y de Juana Jurada y vivir en la calle Empedrada, lugar muy apropiado para el oficio de cantero. Por su parte, María Jiménez se presenta como hija de los referidos Francisco Fernández y María Jiménez. De este matrimonio nacerían cuatro hijos, que sepamos, y que se llamaron Francisco Camacho, Gabriel Jiménez, María Jiménez y Ana del Castillo; la última, lisiada, permaneció soltera y se introdujo en los medios religiosos como beata franciscana tercera.
Como hemos indicado, Francisco Fernández aparece como uno de los artistas que inició la reconstrucción de la ermita de Nuestra Señora de Luna en unión de Juan de Bargas, en 1611, y también junto a éste lo encontramos realizando un encargo para una viuda de Pedroche en 1616. Del primer documento cabe deducir que Francisco Fernández no sabía escribir dado que un testigo tiene que firmar por él.
Francisco Fernández Camacho, que tuvo un hermano fallecido prematuramente llamado Alonso, testó sucesivamente en 1649 y 1651, fecha esta última en la que debió fallecer puesto que al año siguiente, cuando expresa su última voluntad, la mujer indica que es viuda.
LA SEGUNDA FASE DE LA REEDIFICACIÓN
Transcurrido algo más de medio año, el 25 de agosto de 1611, se protocoliza otra escritura en la que interviene el mayordomo y obrero mencionado anteriormente, Juan Moreno de Pedrajas, pero presenta la novedad de la contratación de un artista diferente pues ahora el maestro cantero que realizará el nuevo encargo será Francisco López Portillo al que se presenta como vecino de Villanueva de Córdoba. Las razones de este cambio pueden obedecer a diversas causas: la primera es la calidad y tipo de obra solicitada, más exigente, de mayor calado artístico y de más responsabilidad dado que afectará a los elementos arquitectónicos que actuarán de soporte –columnas y arcos-; la segunda podría estar relacionada con el prestigio y experiencia en ese tipo de estructuras del maestro Portillo, del que conocemos su labor no sólo en diversas localidades de los Pedroches sino también en la zona extremeña, trabajando por ejemplo en la Puebla de Alcocer; un tercer motivo pudo haber sido la incorporación del concejo o la cofradía en Villanueva en el sufragio o responsabilidad de la obra a efectuar lo que propiciaría la contratación de artistas de ambas poblaciones[19]. Y no descartamos tampoco la posible negativa del anterior cantero, Juan de Bargas, a participar en esta fase de la obra debido a una situación inesperada y que le debió afectar intensamente: su mujer, María de Moya, había testado un par de días antes de la firma de este nuevo contrato lo que indica que atravesaba una situación delicada.
Por fortuna este segundo documento está bastante mejor conservado que el anterior y ello nos ha permitido transcribir la mayor parte de sus contenidos.
Francisco López Portillo se comprometía a realizar en apenas dos meses de margen, los correspondientes a septiembre y octubre de 1611, una bandada de tres arcos (se entiende que con sus correspondientes columnas sustentantes) bien rematadas y al gusto del mayordomo y de expertos en la materia, entregando la obra el día primero de noviembre.
Expuesto de este modo tan lacónico el asunto, y dado el conocimiento que tenemos de la ermita, podría asaltarnos la duda de a qué zona concreta de ella se están refiriendo los actores de la escritura.
El edificio actual tiene en su realización tres arcadas o bandas de arcos, dos en el interior, de forma longitudinal, siguiendo el eje mayor del templo, y una en el exterior y en sentido transversal que actúa como pórtico delante de la fachada. Es posible que hasta principios del siglo XIX dispusiera de otra arcada exterior tras la zona de la cabecera de la ermita pero si era así esa estructura se tuvo que modificar y se perdió al construir el camarín de la Virgen en 1829. Tampoco estamos en disposición de poder asegurar que el pórtico exterior que conocemos en la actualidad no fuera posterior a las obras a las que estos documentos que comentamos se están refiriendo.
Las noticias que aporta el tercer documento, y que veremos más adelante, nos permiten identificar esta arcada a entregar en la festividad de Todos los Santos de 1611 con una de las dos interiores del templo, en concreto la situada en lugar más próximo a la casa de hermandad de Pozoblanco, es decir, la situada junto a la puerta lateral de la ermita.
El constructor y el contratante señalaban en el documento una serie de condiciones acerca de la realización de la obra y su precio, cuestiones que se dejaban al dictamen de dos expertos en la materia, nombrados uno por cada parte, una vez que estuviera acabada; en caso de desacuerdo, se convenía designar un tercer maestro que diera el parecer definitivo. El cantero, Francisco López Portillo, sólo estaría obligado a viajar a Pozoblanco en una ocasión, una vez cumpliera su cometido, y en ese momento recibiría los emolumentos tasados por los expertos; por su parte, Juan Moreno de Pedrajas se comprometía a pagar lo tasado en buena moneda pero se reservaba el derecho a solicitar y contratar otros maestros si Portillo era incapaz de cumplir el trabajo a su satisfacción y a la de los expertos designados, o bien si se retrasaba en el plazo concertado, haciendo recaer en ese caso todos los gastos que se produjeran sobre el maestro jarote. Para ello obligaba a éste a poner como garantía el valor de unas casas que poseía en Villanueva de Córdoba, lindantes con Martín García de Obejo y Pedro Díaz de Luna.
Para el caso de un posible litigio, López Portillo renunciaba a las leyes de su fuero y jurisdicción y aceptaba las de Pozoblanco.
LA TERCERA Y ÚLTIMA FASE DE LAS LABORES DE CANTERÍA
Todo debió marchar a satisfacción de las partes porque nada más comenzar la primavera de 1612, el 26 de marzo, se escritura un nuevo protocolo entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la obra de Santa María de Luna, Francisco López Portillo y el también cantero Juan Martín de Bargas, que era precisamente uno de los dos maestros que habían intervenido en la construcción inicial citada en el primer documento. Es sin duda el documento más extenso y aclarativo pues además de especificar las bases del concierto a realizar también hace continuas referencias a las obras hechas anteriormente.
En este último convenio se contratan en realidad tres actuaciones de obra diferentes.
Por una parte, ambos maestros canteros deberán realizar las dos esquinas del cuerpo del edificio que limitan a éste por el lado del santuario donde existe más pendiente -por el lado de abajo-, es decir, por el que actualmente confronta con la casa hermandad de Villanueva de Córdoba. En esa época era habitual realizar las paredes o muros de este tipo de construcciones con tapial y material tosco, pero las esquinas solían obrarse con piedra labrada o sillares, para dar más consistencia a la edificación. Es una técnica que podemos observar en muchas de las ermitas y otros edificios de la comarca; sirva de ejemplo San Gregorio de Pozoblanco, erigida por estas mismas fechas. A esta labor de construcción no se pone precio en el momento de la escritura sino que se deja a la opinión de dos expertos que se designarán por las partes y serán los encargados de tasar el valor de lo obrado. Una vez estimada la cantidad el total a cobrar se repartiría por igual entre los dos maestros canteros.
Por otro lado, y ya sólo con el maestro López Portillo, se convenía la realización de la segunda arcada interior a semejanza de la que el mismo artista había hecho unos meses antes, arcada que se identifica en el documento asimismo con el cuerpo de abajo. Los arcos, una vez construidos, debían aparecer perfectamente cintrados y posteriormente enjalbegados, es decir, blanqueados con cal. Tal como los observamos hoy, dichos arcos, que son de medio punto, se apoyan en columnas de granito con capitales de tipo toscano, fustes cilíndricos y basas áticas. Finalmente, el cantero avecindado en Villanueva de Córdoba se comprometía a rematar, con los mismos detalles y acabados mencionados, los tres arcos de la obra del año anterior.
El plazo de factura era en esta ocasión bastante más amplio, de unos siete meses, pues los artistas disponían hasta la festividad de Todos los Santos de ese año de 1612 para proceder a su entrega. Esta diferencia en el tiempo señalado no parece que obedeciera a necesidades de los constructores sino más bien a problemas para disponer de las cantidades a pagar por parte de los contratantes; al menos eso se desprende de las condiciones que aparecen en el modo de satisfacer la suma total, y es que a estas alturas se habían afrontando ya sucesivas obras de envergadura en un espacio cronológico demasiado breve.
Si, como hemos visto, para la realización de las esquinas no se señala previamente la cantidad exacta a pagar, en cambio para la construcción de la banda de arcos y sus remates sí se concertaba lo que había de cobrar el maestro López Portillo. La suma se expresa tanto en reales, 1720, como en maravedíes, 58480, aunque al repetir el montante un poco después el escribano comete un lapsus y anota sólo 1700 reales como precio convenido. Pero el obrero y mayordomo de la ermita, Juan Moreno de Pedrajas, quiere espaciar los pagos, fraccionándolos en el tiempo, y por ello estipula en la escritura que irá entregando diversas cantidades poco a poco, a medida que avance la obra, con el objetivo de que coincidan los últimos pagos con el final del encargo y con el plazo acordado.
Como en los documentos anteriores, el mayordomo y obrero se reservaba la posibilidad de contratar otros artistas en caso de incumplimiento de los maestros canteros y a costa de éstos, pero como contrapartida garantizaba los pagos a realizar y a hacerlos en buena moneda.
En la parte final de la escritura se añadían diversas garantías y renuncias de leyes y fueros que afectaban a ambas partes y que obedecen a fórmulas habituales en este tipo de contratos.
El documento termina con la enumeración y firma de testigos, que son Bartolomé Pozuelo, Bartolomé Alcaide y Juan Cobo el mozo; y también hace referencia al precio de los derechos de escritura por parte del escribano-notario que ascienden a un real.
Como novedad hay que resaltar que dicho escribano no es el mismo de los dos protocolos anteriores, Juan de Sepúlveda, sino Bartolomé López de la Torre Sepúlveda Cantador. Lo normal sería que tratándose de un asunto en evolución se encomendase al mismo notario, cosa que en este caso no sucede, pero hay una fácil explicación. Gracias al estudio de los legajos contenidos en el Archivo de Protocolos de Pozoblanco hemos podido constatar que Juan de Sepúlveda finaliza precisamente a principios de 1612 su labor de escribano (su último protocolo viene escriturado el día 11 de febrero de ese año) y por ello los actores de este tercer documento tuvieron que echar mano de otro diferente. En ese instante sólo había dos de ellos disponibles: Luis Ponce de Sepúlveda, que acababa de iniciar el oficio heredado de su padre, Marco Ponce, y cuya familia estaba enfrentada a muerte con la del mayordomo y obrero, y el mencionado Bartolomé López de la Torre, que había iniciado su labor en 1600 y que fue, obviamente, el elegido.
FRANCISCO LÓPEZ DEL PORTILLO, EL CANTERO PROTAGONISTA
Tenemos claro que, de todos los artistas que intervinieron en la construcción de la ermita, Francisco López Portillo es la figura indiscutible. Pero, ¿quién era este personaje? La respuesta que aquí ofrecemos quizá produzca cierta decepción a los lectores por lo limitado de su descripción, pero las indagaciones que hemos realizado no han dado más de sí.
De los documentos reseñados queda constancia de que el cantero era vecino de Villanueva de Córdoba. Allí acudimos con la esperanza de poner al descubierto sus datos biográficos, y con la licencia del señor párroco de San Miguel y la ayuda desinteresada y eficaz de nuestro amigo Juan Palomo pusimos mano a la obra y escudriñamos los libros parroquiales, que para ventura de nuestros vecinos jarotes sí han podido conservar.
El apellido Portillo ya nos suscitaba dudas desde el principio sobre su naturaleza y raíces en esta zona pero la documentación consultada terminó por confirmar nuestros temores. Ni rastro en bautismos, matrimonios o defunciones, al menos en las fechas lógicas sobre su evolución vital.
Sin embargo, en uno de los libros de velaciones y matrimonios, y con fecha de dos de mayo de 1639, aparecía por fin un Francisco López Portillo. La partida (foto) indicaba que el protagonista era hijo de Francisco López Portillo y Marina Gómez, vecinos de Villanueva (pero no naturales de ella) y contraía matrimonio con Isabel Fernández, hija de Sebastián Sánchez Pedrajas e Isabel Fernández.
También comprobamos que en otras partidas aparecían varios Francisco López, pero todos ellos con raíces en Villanueva salvo uno al que se le designaba como Francisco López de Cuenca y que pudiera ser el cantero al que nos referimos.
Pese a lo limitado de las informaciones, podemos deducir que Francisco López Portillo se instaló en Villanueva de Córdoba y desde aquí actuó en diversas obras no sólo de esa localidad sino también de los Pedroches y otras comarcas vecinas, obras que a veces le obligaron por imperativos contractuales a avecindarse en distintas poblaciones, como Pozoblanco, pero sin perder su relación con Villanueva como lo demuestra el casamiento de uno de sus hijos en esa localidad en una fecha, 1639, que supera cronológicamente con creces la última información que tenemos anotada en Pozoblanco sobre el maestro cantero.
Que la fama y prestigio de López Portillo eran consideradas fuera de toda duda queda demostrado en su cotizada colaboración y en la contratación en apartados lugares. La presencia de la propia ermita actual, tras cuatro siglos en pie, es en su sencillez prueba contundente de su maestría como cantero de elementos sustentantes.
Pero por si hubiera alguna duda sobre lo que decimos, adelantamos otra prueba concluyente de ello: la antigua ermita de San Gregorio, arruinada completamente en el siglo XVI, vio finalmente cómo las autoridades eclesiásticas y civiles de la villa se decidieron, con más ganas que medios, a su reedificación a comienzos del siglo XVII[20]. Tras tres décadas de contratiempos, con retrasos, abandonos y nuevos hundimientos, en el verano de 1629 la frustración se apoderó de los habitantes de Pozoblanco en relación con esta obra. Una de las arcadas recién construidas se vino abajo, desprendiendo las dovelas de los arcos y dañando las columnas en su caída . Los responsables pensaron en alguien que ofreciera las garantías constructivas que hasta entonces no habían hallado y el mayordomo de la cofradía, Francisco Muñoz Bejarano, no dudó en contactar y contratar a Francisco López Portillo a pesar de que éste estaba por entonces desarrollando su labor en la lejana Puebla de Alcocer, perteneciente a los Duques de Béjar, y se encontraba avecindado allí. López Portillo, a quien sin duda tiraba esta zona, no tardó en dar respuesta afirmativa y se comprometió a iniciar la obra de reparación y consolidación en apenas quince días y acabarla para San Miguel, día muy significativo para Villanueva y fecha emblemática de tantos y tantos contratos en nuestra comarca.
CONCLUSIÓN
Si tenemos en cuenta la evolución de las tareas de edificación podemos deducir que para finales del año 1612 la obra arquitectónica de la reedificada ermita estaba sumamente adelantada. A partir de entonces se contrataría la obra de carpintería para colocar la armadura de madera y sobre ésta, inmediatamente después, la techumbre habitual de teja. La armadura que tiene y tuvo la ermita es, en la nave central, de par y nudillo, habitual en la zona[21], muy apropiada para las vertientes a dos aguas y realizada a base de madera de pino mejor o peor labrada; en las naves laterales la cubierta interior es de colgadizos.
Este edificio así descrito sufriría aún algunas modificaciones. Por ejemplo, la producida por la construcción de la arcada que antecede a la entrada principal de la ermita y que actúa como soportal o pórtico, con una banda de arcos muy similar a las dos series de arcos que se encuentran en el interior del templo.
Pero el cambio de mayor envergadura tuvo lugar mucho más tarde, en la tercera década del siglo XIX. En 1829, y a expensas de Pozoblanco, según recoge Ocaña Prados[22], se añadió una obra nueva a partir de la cabecera de la nave principal, creando un espacio que actúa como ábside y camarín, que es donde hoy se ubica el altar y la imagen de la Virgen.
APÉNDICES
Convenio entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la ermita de Nuestra Señora de Luna, y los canteros Juan de Bargas y Francisco Fernández para realizar obra de construcción en dicha ermita, posiblemente las esquinas del edificio, según protocolo fechado en 1 de febrero de 1611 ante el escribano Juan de Sepúlveda, al folio 3.
En la villa de Pozoblanco, jurisdicción de la ciudad de Córdoba, en primero día del mes de febrero de mil y seis cientos y once años, en presencia de mí el escribano público y testigos, esta carta otorgaron de una parte Juan Moreno Pedrajas, obrero de la dicha ermita de la Señora de Luna, ermita de esta villa, y de otra Juan de Bargas y Francisco Fernández?, canteros, todos vecinos de la dicha villa.
Que por cuanto entre ellos están concertados de hacer…………………............. si el día de mayo mediado de este año no la tuvieren acabada, que el dicho Juan Moreno pueda coger traer maestros que la hagan y acaben y pagarles…………. los dichos Juan de Bargas y Francisco Fernández….. por lo que diere y pagare.
Y para lo así convenido pagar y hacer firme cada parte, por lo que le toca, obligaron sus personas y bienes muebles y raíces, habidos y por haber, y dieron poder a todas las Justicias de su Majestad que les apremien a ello como por sentencia definitiva de juez competente, sobre que renuncian la ley de la espera y las demás leyes, fueros y derechos, y la ley y reglas del derecho general que dice que general renunciación hecha de leyes no valga.
En testimonio de lo cual otorgaron esta carta ante el escribano público y testigos de yusoescripto, que es hecha y otorgada en esta dicha villa de Pozoblanco en el dicho día, mes y año. A que fueron testigos Sebastián Ruiz Herrero y Martín Castellano y Alonso Muñoz, vecinos de esta dicha villa y los dichos Juan Moreno y Juan de Bargas y lo firmaron de sus nombres; y por el dicho Francisco Fernández un testigo, a los cuales otorgantes yo el escribano público doy fe conozco y mando concertar.
Martín Castellano Juan de Sepúlveda
escribano público
Convenio entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la ermita de Nuestra Señora de Luna, y el cantero Francisco López Portillo, vecino de Villanueva de Córdoba, para realizar una banda de tres arcos en dicha ermita. Fechado en 25 de agosto de 1611 ante el escribano Juan de Sepúlveda, en folios 145 vuelto y 146 recto y vuelto.
En la villa de Pozoblanco, jurisdicción de la ciudad de Córdoba, en veinte y cinco días del mes de agosto de mil y seiscientos y once años, ante mí el escribano público y testigos, otorgaron de una parte Francisco López Portillo, cantero y vecino de Villanueva de Córdoba, y de otra Juan Moreno Pedrajas, vecino de esta villa y obrero de la ermita y obra de la Señora de Luna que es en la dehesa de la Jara, término de esta dicha villa.
Que el dicho Francisco López se obligó a hacer y dar hecha toda la obra que está concertada en la dicha ermita, que es una banda de arcos, la cual obra dará hecha y acabada para el día de Todos Santos de este dicho y presente año. La dará bien hecha y acabada según dicho es para el día de Todos Santos de este año….. de dos maestros que sepan del arte y cantería, uno que nombre el dicho Juan Moreno Pedrajas y otro que ha de nombrar el dicho Francisco López Portillo y por lo que estos dos maestros tasaren y declararen que…. y pasaron los presentes? Y en caso de discordia, que los dos no se conformen, que nombren tercero. Y lo que los dos determinaren para hacer?..... se obligaban a dar y pagar luego que la dicha obra esté acabada y concluida, el dicho Juan Moreno Pedrajas, obrero, al dicho Francisco López Portillo, justo el dinero en buena moneda, de dar y de recibir sin que por ello sea obligado ni venga a esta villa más que un viaje después de hecha y confirmada la tasación que los dichos maestros hayan tasado.
Y es condición que si pasado el día de Todos Santos dicho día y más, y el dicho Francisco López no hubiere acabado y fenecido la dicha obra tal y tan buena como está concertado a contento de dicho mayordomo y maestros de tasación, que pueda traer maestro que la acabe y finalice, pasado el dicho término, de donde quisiere y hacer que se acabe a cuenta de dicho Francisco López y pagar lo que costare de su dinero.
Y para lo así cumplir y pagar cada parte, por lo que le toca, obligaron sus personas y bienes muebles y raíces, habidos y por haber.
Y el dicho Francisco López Portillo, especial y señaladamente, unas casas que tiene en Villanueva de Córdoba, alindando con casas de Martín García de Obejo y casas de Pedro Díaz de Luna, que son libres de otra hipoteca, de las cuales se pueda bien cobrar todo lo que el dicho obrero pagare a quien acabare la dicha obra si el dicho Pedro Martín no la acabare en el dicho término del dicho día de la festividad de Todos Santos.
Y dieron poder a las justicias y jueces de su Majestad que les apremien al cumplimiento como por sentencia pasada en cosa juzgada.
Y el dicho Francisco López lo dio a las justicias de esta villa a cuyo fuero se sometió y quiere que en esta causa sea juzgado, renunciando su fuero y jurisdicción de las de Villanueva de Córdoba y la ley… en testimonio de lo cual, otorgaron esta carta ante mí el escribano público, a que fueron testigos Martín Alonso Torrico y Sebastián García, curtidor, vecinos de esta dicha villa, y Alonso Pérez de Baños (Barrios), natural de la villa de la Añora, estando en ella.
Y los otorgantes, que yo el escribano público doy fe conozco, lo firmaron de sus nombres.
Francisco López Juan de Sepúlveda
escribano público
Convenio entre Juan Moreno de Pedrajas, obrero de la obra de la iglesia de la Virgen de Luna, y los maestros canteros Francisco López Portillo y Juan Martín de Vargas, para continuar la construcción de la ermita, según protocolo fechado ante el escribano público Bartolomé López de la Torre Sepúlveda Cantador, el día 26 de marzo de 1612. Folios 923 a 924.
Escritura entre Juan Moreno y los canteros.
En la villa de Pozoblanco, jurisdicción de la ciudad de Córdoba, en veinte y seis días de el mes de marzo de mil y seiscientos y doce años, en presencia de mí el escribano público y testigos de yusoescritos, otorgaron:
De la una parte Juan Moreno de Pedrajas, vecino de esta dicha villa como obrero de la obra de la iglesia de Santa María de Luna; y de la otra Francisco López Portillo, vecino de la villa de Villanueva de Córdoba, estando a el otorgamiento de esta escritura en esta dicha villa de Pozoblanco, y Juan Martín de Bargas, vecino de ella, maestros de cantería.
Que los dichos dos canteros han de hacer dos esquinas de piedra labrada a la dicha iglesia de Nuestra Señora de Luna, en un cuerpo de la iglesia que se ha de hacer por la parte de abajo conforme a el otro que nuevamente está hecho por la parte de arriba, bien hechas y a contento del dicho Juan Moreno como obrero de la dicha iglesia o de el obrero que de la dicha iglesia fuere de hoy en adelante, por el precio que tasaren dos maestros de el dicho oficio que lo entienden.
Y más: ha de hacer el dicho Francisco López Portillo, para el dicho cuerpo de iglesia, a su costa, tres arcos de piedra labrada, bien hechos, de la suerte que están hechos los tres arcos de la dicha obra nueva, por el precio de mil y sietecientos y veinte reales, que valen cincuenta y ocho mil y cuatrocientos y ochenta maravedíes. Y los dichos tres arcos han de quedar cintrados (cinteados) y encalados. Y así mismo ha de cintrar (cintear) y encalar los otros tres arcos que nuevamente tiene hechos, de suerte que todos seis lo queden; y bien acabados, a contento de el dicho Juan Moreno y de el obrero que fuere.
Todo lo cual ha de estar hecho y bien acabado para el día de todos santos, primero que vendrá de este presente año.
Y cuando lo susodicho no estuviere acabado, que el dicho Juan Moreno de Pedrajas pueda buscar otros maestros que hagan la dicha obra, y ejecutar a los dichos maestros, a entrambos juntos, por las dichas esquinas por lo que para en cuenta de ellas tuvieren recibido y fuere necesario; y a el dicho Francisco López Portillo por los dichos tres arcos que quedan a su cargo de hacer.
Y el dicho Juan Moreno a darles y pagarles a los dichos dos maestros; a el dicho Francisco López Portillo los dichos mil y sietecientos reales, y a entrambos juntos, por mitad, la cantidad en que tasaren otros dos maestros que lo entiendan la obra de las dichas dos esquinas, además de los dichos mil y setecientos y veinte reales que ha de haber el dicho Francisco López Portillo de la obra de los dichos tres arcos, y la dicha cantidad en que se tasare la obra de las dichas dos esquinas.
Y la dicha cantidad de la obra de los dichos tres arcos cinteados y encalados como lo han de quedar los otros tres que nuevamente están hechos se lo ha de ir dando el dicho Juan Moreno de Pedrajas, vecino en esta villa, poco a poco durante el dicho tiempo que ha de durar de hacerse la dicha obra, que cuando se venga a acabar de hacer esté acabado de pagar, y el dicho Juan Moreno, como obrero de la dicha obra, o cualquiera obrero que de ella fuere, satisfecho de ella y los dichos maestros de su dinero y trabajo.
Y para lo así cumplir y pagar cada una de las dichas partes, por lo que a cada uno de ellos tocar conviene hacer y cumplir, obligaron sus personas y bienes muebles y raíces habidos y por haber, y dieron poder cumplido a todas y cualesquiera justicias y jueces de su Majestad, y especial y señaladamente lo dio el dicho Francisco López a las de esta dicha villa de Pozoblanco a cuyo fuero y jurisdicción se somete y obliga con su persona y bienes renunciando, como expresamente renuncia, su propio fuero y jurisdicción que de presente tiene y de el que en adelante ganare domicilio y vecindad y la ley si convenerit jurisdiccione … para que por todo rigor y más breve remedio de derecho les compelan y apremien a el cumplimiento y paga de lo otorgado en esta escritura como por marevedíes de sentencia pasada y cosa juzgada, sobre que renunciaron las leyes de su favor y defensa y el beneficio y ley de la espera, y la general y derechos de ella.
Y lo firmaron los dichos otorgantes a quien yo, el presente escribano, doy fe que conozco, siendo presentes por testigos Bartolomé Pozuelo y Bartolomé Alcaide y Juan Cobo el mozo, vecinos de esta dicha villa de Pozoblanco.
Que es hecha y otorgada en el dicho día, mes y año dichos.
Va entre renglones “en esta villa”, valga. De derechos, un real y no lleve más, de que doy fe.
Juan Moreno Francisco López Juan de Bargas
Bartolomé López
escribano público
NOTAS
[1] Algunas especialistas, como Jordano Barbudo, han considerado que la ermita actual se levantó en la segunda mitad del siglo XVI. A la vista de los documentos que presentamos es evidente que la construcción que conocemos es algo más tardía, de principios del siglo XVII.
[2] Imprenta Pedro López. Pozoblanco, 1983.
[3] Más bien lo segundo, pues diversos testamentos realizados a partir de 1609 expresan mandas en forma de donativos para las obras que se están realizando en la ermita, lo que nos lleva a pensar en esa fecha como inicio.
[4] José María López de Pedrajas, detentador de las alcabalas de Pozoblanco y Vejer de la Frontera, fue figura señera del parlamentarismo español durante el reinado de Isabel II, primero militando en el bando liberal progresista, más tarde en el moderado.
[5] Esta cualificación le abría las puertas del gobierno local.
[6] Uno de los integrantes más activo fue Diego Díaz de Pedrajas Alcaide, bachiller, presbítero y rector de Santa Catalina durante un apreciable período de tiempo a caballo entre los siglos XVI y XVII.
[7] Los Ponce Sepúlveda son familiares del Santo Oficio, cuentan con presbíteros y licenciados entre los miembros del cabildo eclesiástico de la localidad y desempeñan algunas de las escribanías-notarías de Pozoblanco; los Gómez Aguado integran igualmente las clases dirigentes y desempeñan una de las escribanías de la villa. Por tanto, son todos ellos rivales de los Pedrajas advenedizos, que pretenden hacerse con el control de todos esos ámbitos.
[8] Archivo de Protocolos de Pozoblanco. Escribano, Luis Ponce de Sepúlveda. Año 1612.
[9] La rivalidad y el espíritu de emulación entre clanes parecen estar presentes en la edificación casi simultánea de estas dos ermitas tan paradigmáticas para los pozoalbenses. Ni el Pedrajas ni el Ponce tenían raíces particularmente significativas en Pozoblanco como para erigirse en abanderados de semejantes devociones y construcciones, pero el protagonismo adoptado con esa intervención era una clara manera de demostrar su poder a los respectivos rivales. Es clarificador que ambos templos se hicieran en muy corto tiempo y sin aparentes problemas de disponibilidad económica, muy al contrario de lo que estaba sucediendo con otros emblemáticos edificios de la población en la misma época.
[10] Curiosa también la biografía de este Diego Díaz, paralela a la de su cuñado. En una de sus actuaciones se empeñó obstinadamente en denunciar y explotar una mina de azogue o mercurio en pleno centro de Pedroche, pero en esa ocasión no se salió, obviamente, con la suya.
[11] Contrajo matrimonio en 1621 con María Peralbo, tía de la venerable Marta Peralbo, pero al fallecer la mujer de inmediato, Miguel volvió a contraer matrimonio en ese mismo año con doña Jacinta Cortejo, hija de Juan Cortejo, Secretario del Santo Oficio en la ciudad de Córdoba, lo que nos da una prueba más de los bien urdidos engranajes familiares llevados a cabo por esta rama de los Pedrajas.
[12] Al parecer, falleció soltero.
[13] Equivalentes a 22000 reales, suma elevadísima dado que las dotes normales en esas fechas oscilaban entre los 1000 y 2000 reales.
[14] Y no nos extrañaría nada que hubiera sido víctima, a su vez, de los rivales, pues su desaparición en la documentación es súbita, sin que hayamos encontrado testamentos o codicilos, lo que resulta incomprensible a menos que su muerte se produjera de forma inesperada.
[15] GARCÍA HERRUZO, A. y CARPIO DUEÑAS, J. B.: Pozoblanco en sus actas capitulares. Tomo I. Pozoblanco, 1993.
[16] Archivo de Protocolos de Pozoblanco. Escribano Bartolomé López de la Torre. Año 1631. Folio 165.
[17] Sospechamos, por numerosos indicios que hemos constatado, que la tal Catalina González era familiar de Juan Ginés, familia directa de Pedro González de Sepúlveda, presbítero, rector de Santa Catalina, sobrino del cronista, y pariente de otros González Sepúlveda instalados en Pedroche, población donde los Bargas tienen también acomodo por entonces. Por ejemplo, en 1596, Pedro Martín Bargas y Catalina González protocolizan una compraventa con Pedro de Sepúlveda, boticario y también pariente del cronista.
[18] En esta población sí perduró durante bastante tiempo el apellido Bargas, aunque muy limitado: en 1639 Matías de Bargas, hijo de Antón López Cano y Marina de Bargas, contraía matrimonio con Marina de Castro, hija de Benito de Rísquez y Marina de Obejo. Todavía en el siglo XVIII se pueden encontrar sucesores con el nombre de Matías de Bargas, según hemos podido comprobar en el Archivo Parroquial de Pedroche.
[19] Aunque hay que advertir que esta probabilidad no aparece en el protocolo, al menos de forma fehaciente.
[20] Aunque algunos documentos apuntan a la reedificación de esta ermita, otros se refieren a su fundación. En todo caso, las mandas testamentarias señalan donativos para la edificación de la ermita que se está realizando, al menos desde 1604.
[21] Es el mismo tipo de armadura que llevaron, por ejemplo, las ermitas de Jesús Nazareno, San Gregorio y San Sebastián, erigidas, reedificadas o modificadas, según el caso, por la misma época.
[22] Historia de la villa de Villanueva de Córdoba. Córdoba, 1982. La información la obtiene, a su vez, de la Corografía de Ramírez de las Casas Deza. Sin embargo, los documentos consultados en el archivo municipal de Pozoblanco indican que el camarín ya se estaba construyendo en la primera década del siglo XIX.
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